Mercurio en la bombilla

A partir de septiembre, en la Unión Europea sólo podrán venderse bombillas de bajo consumo energético. Eso significa el adiós definitivo a las tradicionales. Pero las nuevas bombillas no reportan únicamente ventajas.

No todo lo que brilla es oro.Imagen: dpa

Al comienzo, las organizaciones ecologistas aplaudieron la decisión de Bruselas. Sin embargo, desde que se supo que las bombillas que ahorran energía contienen mercurio altamente venenoso y que tras su vida útil deben ser tratadas como desechos tóxicos, la imagen de este tipo de iluminación se ha ido opacando.

Las bombillas ahorradoras de energía frenan el cambio climático ya que producen más luz consumiendo menos electricidad y, en consecuencia, generan menos emisiones de C02. Ese fue motivo suficiente para que la Comisión Europea pusiera fin a la exitosa carrera de la bombilla incandescente, que sólo transforma el 5 por ciento de la energía en luz del espectro visible, y el resto en calor.

¿Todos contentos?

Parece haber llegado la hora de las nuevas bombillas de bajo consumo eléctrico. La industria está satisfecha porque con ellas se puede ganar más dinero. Los políticos se complacen, porque tienen un éxito que exhibir en lo tocante a la lucha contra el cambio climático. Y también organizaciones defensoras del medio ambiente como Greenpeace dan la bienvenida a las bombillas ahorradoras, como lo manifiesta su portavoz en temas energéticos, Niklas Schinerl: “La bombilla incandescente tiene, desde nuestro punto de vista, una tecnología anticuada que debe ser retirada del mercado. Debe ser reemplazada por sistemas de iluminación eficientes”.

Niklas Schinerl, Energiesprecher Greenpeace Österreich
Niklas Schinerl, de Greenpeace Austria. Imagen: Greenpeace

Las desventajas de las lámparas de bajo consumo energético, en cambio, fueron ignoradas durante largo tiempo por los ambientalistas. Desde del punto de vista técnico, la bombilla que ahorra electricidad es una variante más sofisticada de los tubos fluorescentes. Titila como éstos e irradia un espectro lumínico menos parecido a la luz solar que las bombillas convencionales. La longevidad que le atribuye la industria, como argumento publicitario, ha resultado ser una verdad a medias.

Críticas

El cineasta austriaco Christoph Mayr intentó demostrar en su documental “Bulb fiction” que la normativa europea contra las bombillas incandescentes fue fruto de la presión de la industria. “La película no trata de la bombilla incandescente ni de la que ahorra energía, sino de mecanismos. La prohibición de la bombilla incandescente es una intervención sin precedentes en los derechos de los ciudadanos de la Unión Europea. Por primera vez se prohibió un producto que no es peligroso”, subraya Mayr.

Christoph Mayr, Regisseur von „Bulb Fiction“, Copyright: Kurt Zechner, Skip-Magazin
Christoph Mayr, director de ''Bulb Fiction''. Imagen: Kurt Zechner

Las bombillas de bajo consumo, que han de campear en todos los hogares, pueden contener hasta cinco miligramos de mercurio, una sustancia muy venenosa, incluso en dosis mínimas. Por eso, estas lámparas deben ser tratadas luego como desechos tóxicos. Sin embargo, sólo el 20 por ciento de ellas es reciclado. El resto va a parar a los vertederos de basura doméstica.

Error sistemático

El físico Georg Steinhauser, del Instituto Atómico de la Universidad Técnica de Viena, considera un “escándalo” el procedimiento que aplica la Unión Europea para determinar el contenido de mercurio en las bombillas ahorradoras. “La normativa al respecto tiene graves deficiencias. Éstas consisten en que sólo se puede determinar la cantidad de mercurio que contiene la bombilla al romperla, pero entonces los componentes gaseosos escapan. Eso no se contempla en la ordenanza”, señala el científico, recalcando: “Aquí hay un error sistemático, que puede distorsionar gravemente los resultados de los análisis”.

Georg Steinhauser, Strahlenphysiker am Atominstitut der TU Wien
Georg Steinhauser, físico de la Universidad Técnica de Viena. Imagen: Georg Steinhauser

Esto debió llamarle la atención a cualquier científico, afirma Steinhauser, quien se propone publicar sus propias investigaciones más adelante. “En mi opinión, el máximo permitido de cinco miligramos, o incluso si fuera un solo miligramo – que es el límite técnico para fabricar una bombilla de bajo consumo- es algo que no quisiera tener en el aire que respiro”, dice.

La otra cara de la moneda es el ahorro de emisiones de CO2 que prometen las nuevas bombillas. Niklas Schinerl, de Greenpeace, lo cifra en 30 millones de toneladas anuales. “De acuerdo con nuestros cálculos, podrían cerrarse cerca de media docena de centrales nucleares si ahorrásemos en la iluminación sin excepciones. Y eso no es poco”, afirma Schinerl, pero admite: “Claro que a Greenpeace no le complace la existencia de enseres domésticos que contengan mercurio, de eso no cabe duda”.

Autor: Alexander Musik/Emilia Rojas

Editora: Rosa Muñoz