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Recuperando las turberas de Irlanda

12 de octubre de 2021

Es el fin de una era: Irlanda se despide de la turba como fuente de energía. Su extracción provoca grandes daños medioambientales y climáticos. Ahora se están restaurando muchas turberas.

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Caminantes en un sendero atravesando una ciénaga irlandesa.
Turberas de Irlanda: de zonas de corte de turba a espacios de conservación y recreo.Imagen: David Ehl/DW

El suelo, cubierto de musgo y líquenes, cede un poco a cada paso. Se siente elástico, casi como pisar sobre un trampolín. Evelyn Slevin, empleada del programa gubernamental "The Living Bog”, en español "la ciénaga viviente”, demuestra el porqué: cuando avanza, el agua brota del suelo bajo sus botas. La turbera es una forma de ciénaga de evolución muy lenta, que absorbe agua como una esponja cada vez que llueve, lo que es muy habitual en Irlanda.

La turbera de Carrownagappul, en el condado de Galway, en la costa occidental de Irlanda, es uno de los casi 900 humedales de la isla que se consideran especialmente dignos de protección. Se trata de una "ciénaga elevada”, o turbera alta, llamada así porque desde la última glaciación, hace unos 10.000 años, ha crecido hacia arriba en forma de cúpula y es más alta que el terreno circundante.

Montoncitos de tierra contra el agua

Paul Connaughton aún recuerda cómo la ciénaga de Carrownagappul ocultaba la vista de los bosques y las tierras de cultivo de más allá cuando era niño. Pero con el paso de los años, la cúpula se fue reduciendo de tamaño: los habitantes de los alrededores de Carrownagappul cavaban zanjas para que el agua de lluvia drenara más rápido y cortaban capas de turba como combustible para calentar sus estufas domésticas.

Paul Connaughton de pie frente a la turbera de Carrownagappul en Irlanda.
Paul Connaughton conoce la turbera de Carrownagappul desde su infancia.Imagen: David Ehl/DW

Connaughton, que ahora tiene 77 años, cortó por primera vez turba cuando tenía siete y, desde entonces, lo ha hecho todos los años. "Antes solía haber 20 personas aquí cortando turba. Y ahora parece como si nadie hubiera estado en el páramo durante cien años”, cuenta Connaughton mientras observa la vasta extensión.

Esto ha sido gracias al programa de conservación, que ya se ha completado en Carrownagappul. Los numerosos montoncitos de tierra, que solo se reconocen al inspeccionarlos de cerca, han desempeñado un papel decisivo. Las excavadoras han retirado trozos de tierra y los han colocado como tapón en los canales de drenaje repartidos por la ciénaga.

"Eso ha detenido el flujo de agua”, explica Connaughton, "si seguimos haciéndolo durante varios kilómetros, con el tiempo, la ciénaga seguirá creciendo”.

De este modo, se han bloqueado unos 45 kilómetros de canales de drenaje total o parcialmente. Asimismo, se han colocado barreras de plástico o metal en los bordes de la ciénaga, donde hay más escorrentía de agua.

Barrera mecánica en una turbera restaurada en Irlanda.
Las barreras mecánicas en los bordes de la ciénaga evitan que se escurra demasiada agua.Imagen: David Ehl/DW

Turberas destrozadas: un gran problema de CO2

Dependiendo del volumen de agua que contengan, las turberas pueden tener un impacto positivo o negativo para el clima. Cuando el peso de las capas superiores empuja hacia abajo el musgo y otras plantas, estas se convierten en turba en lugar de pudrirse gracias, en parte, al ambiente ácido. 

Se calcula que las turberas del mundo almacenan el doble de carbono que todos los bosques, a pesar de que solo representan el tres por ciento de la superficie terrestre. Para llegar a la turba, hay que bajar el nivel del agua. Esto desencadena un proceso natural de compostaje, que libera a la atmósfera parte del CO2 que había quedado atrapado en la turba.

Se calcula que el drenaje de las turberas libera a la atmósfera alrededor de 1,3 gigatoneladas de CO2 al año, lo que equivale alrededor del seis por ciento de las emisiones mundiales de carbono producidas por el ser humano, o 1,5 veces la cantidad producida por el tráfico aéreo. Ese es el mayor argumento para restaurar las turberas irlandesas, según Florence Renou-Wilson, científica especializada en turberas de la University College Dublin.

Vista de un amplio paisaje de turberas sin árboles en Irlanda.
Extensiones interminables: las turberas intactas almacenan mucho CO2.Imagen: David Ehl/DW

"La biodiversidad también es importante y podría hablar mucho de las especies raras, pero la cuestión fundamental es que cada día una ciénaga desecada emite carbono a la atmósfera. Si pusiéramos un tope, Irlanda estaría más cerca de alcanzar sus objetivos climáticos. Y la biodiversidad volvería por sí sola”.

La dependencia de Irlanda de la turba

Durante muchas décadas, la turba autóctona ha sido una de las principales fuentes de combustible en Irlanda, haciendo que el país dependiera menos de las importaciones energéticas. En algunas regiones, entre el 20 y el 25 por ciento de los hogares se siguen calentando con turba. Y aunque su poder calorífico es peor que el del carbón, en las centrales eléctricas se quemaba turba para generar electricidad.

Aun así, el gobierno irlandés está eliminando progresivamente la turba para producir electricidad. En 2020, la última central eléctrica que la utilizaba en exclusiva dejó de funcionar. Y en 2023, otra central se pasará a la biomasa.

Al igual que en la minería a cielo abierto, la empresa energética semiestatal, Bord na Móna, realizaba la extracción de turba a escala industrial. En enero de 2020, sin embargo, anunció que finalmente se retiraba de la extracción. Con ayuda de los fondos europeos de recuperación (aprobados por Bruselas para hacer frente a la crisis económica generada por la pandemia), la empresa se dispone a rehabilitar unas 33.000 hectáreas de turbera que habían sido transformadas en un paisaje lunar por la maquinaria pesada.

Briquetas de turba que se secan en Mountrivers Moor, en Irlanda.
Durante mucho tiempo, la turba se cortaba mecánicamente y a gran escala en Irlanda.Imagen: picture-alliance/robertharding

El fin de la extracción de turba

Poco a poco, la extracción privada de turba también se está regulando por ley. Hasta 2020, no había ninguna planificación gubernamental sobre la cantidad de turba que se podía extraer, según Renou-Wilson. "La legislación sobre las turberas era terrible, era como el Salvaje Oeste”. Ahora, dice, se abre un nuevo capítulo.

En Carrownagappul, la extracción de turba se detuvo oficialmente el 7 de mayo de 2011. En aquella época, casi se produjo un enfrentamiento, recuerda Paul Connaughton: "Algunos habrían preferido ir a la cárcel antes que bajar el "sléan””, una pala especial con una hoja rectangular, que se utiliza para cortar la turba en bloques.

Connaughton no solo ha sido extractor de turba duante todos estos años: sobre sus botas de goma viste un pantalón de traje a rayas y una camisa azul clara. Hasta 2011, ocupó un escaño por los conservadores en el Dáil, el parlamento irlandés, durante 30 años. Siempre que el tema era la turba, defendía con vehemencia a los extractores de turba contra cualquier regulación medioambiental. Pero finalmente, las turberas fueron designadas zonas protegidas, como la de Carrownagappul.

La mayoría de los extractores de turba aceptaron la oferta del gobierno: se les compensaría con 1.500 euros al año durante 15 años por abandonar la actividad. Connaughton y una treintena más aceptaron la oferta alternativa: se les concedió una zona alternativa, menos protegida, donde podían seguir extrayendo turba.

Un cartel en un prado irlandés señalando un punto de venta de turba.
La extracción de turba privada ha sido durante mucho tiempo un tema polémico en Irlanda.Imagen: David Ehl/DW

Uso del páramo para el recreo

Los hijos e hijas -ya adultos- del expolítico Connaughton tienen casas modernas con calefacción central. No obstante, de vez en cuando, "roban algunas briquetas de turba de la reserva de papá para encender el fuego”. La turba sigue evocando recuerdos felices para muchos irlandeses, pero su lugar como combustible está desapareciendo en la sociedad moderna.

Durante la pandemia, muchos vecinos locales redescubrieron las turberas como una zona de recreo. Ahora es habitual ver a corredores y paseantes con sus perros. Era importante contar con la participación de la población local, según la funcionaria Evelyn Slevin: "Y parece que ha funcionado”.

En los próximos meses, se instalarán pasarelas de madera en la turbera de Carrownagappul. Una vez que las restricciones de la pandemia disminuyan, la idea es que los escolares la visiten para aprender más sobre la zona, así como su flora y fauna. "Ahora estamos en un buen camino”, dice Paul Connaughton. "Sería una pena que la gente no pudiera disfrutar de los beneficios del páramo”.

(ar/ms)