¡Adiós, precarios albergues de refugiados!
3 de junio de 2017No pasan ni cinco minutos hasta que aparece el primer guarda de seguridad, que se queda en pie junto a nosotros y pregunta: "¿Puedo ayudarlos?” Su tono no es antipático, pero sí decidido. Como no puede hacer nada por nosotros, se marcha. Nos reunimos con nuestro interlocutor fuera del recinto para cumplir así con los requisitos de seguridad de este albergue de refugiados. Su nombre es Reber Marif y no se pone nervioso fácilmente. Está muy acostumbrado a los guardas de seguridad.
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Marif tiene 31 años y nos cuenta que huyó en 2003 de su ciudad, Sulaimaniya, en el norte de Irak. Viste bañador, camiseta y chanclas y nos reunimos con él en el albergue para refugiados de Bilderstöckchen, un barrio del norte de Colonia.
Falta de vida privada
Su rostro denota cansancio: "Apenas he dormido los últimos días. El problema aquí no son los guardas de seguridad, que hacen bien su trabajo, así como la administración del lugar”, nos explica en su precario inglés. "El problema es que aquí viven muchos locos, gente que viene de África, de Afganistán, de Irak. Solo hombres, todos en este gimnasio. Siempre hay problemas”.
En lenguaje administrativo, la situación de los refugiados en albergues de emergencia improvisados, como gimnasios y almacenes, se denomina "condiciones de vida precarias”. Uno de los problemas principales es la falta de vida privada. Colonia llegó a habilitar hasta 27 gimnasios como albergues cuando arreció la crisis de refugiados. Ahora solo quedan seis y serán desalojados en los próximos días.
"Me da pena por esta gente”
En realidad toda Alemania está desalojando los albergues improvisados para acoger a los refugiados en instalaciones más apropiadas. En 2016 había unas 70.000 personas en ellos, mientras que en 2017 la cifra descendió hasta 15.000. Los vecinos de Bilderstöckchen se alegran de que los refugiados sean trasladados a lugares mejores.
A 50 metros del gimnasio-albergue que un día formó parte de su escuela, nos reunimos con tres jóvenes. Akin Coruh, Frederik Schweißer y Tim Gladbach nos dicen que hasta ahora no ha habido problema alguno con los refugiados. Al contrario, los estudiantes los compadecen: "No me quiero ni imaginar cómo deber ser compartir la vida durante años con otras personas en un gimnasio”, dice Tim Gladbach. "Ahora me alegro por ellos. En primer lugar, por haber logrado llegar hasta Alemania. Y en segundo lugar, por conseguir pronto una casa normal para vivir”.
Tensa convivencia diaria
La actitud del equipo de seguridad da una idea de lo tensa que es la situación diaria en el improvisado albergue. Cuando Reber Marif nos está relatando cuánta ilusión le hace vivir en una casa de verdad, con la posibilidad de tener su propia habitación y cocinar, aparece otro guarda de seguridad: "¿Les puedo preguntar qué están haciendo aquí?” No nos dice su nombre ni cuál es su función allí. Se marcha rápidamente. Ni su tono ni la interrupción de la conversación sorprenden a Reber Marif. "Yo no quiero problemas, por eso he venido a Alemania. En mi país ya hay problemas suficientes, aquí solo quiero estar tranquilo”, dice y se despide de nosotros.
Poco después se desata un tumulto dentro del albergue. Se oyen gritos de hombres y el personal de seguridad acude corriendo. Una ventana medio abierta permite oír parte de lo que sucede. Reber Marif y los guardas de seguridad parecen estar en el centro del alboroto, pero no se sabe exactamente por qué. No tenemos acceso al edificio. Solo cabe la esperanza de que esta situación cambie pronto.
Autores: Daniel Heinrich y Shamshir Haider (MS/FEW)