Agua potable salinizada
20 de abril de 2010Dramáticos llamamientos a las naciones industrializadas de Occidente. Como el realizado por el presidente de Micronesia, Emanual Manny Mori, ante los representantes de la Unión Europea en otoño del año pasado: "mi país está a punto de ahogarse". La reivindicación: de una vez por todas, debe producirse un cambio de mentalidad en materia de política medioambiental por parte de las naciones industrializadas. Las islas-Estado como las que constituyen los Estados Federados de Micronesia padecen de forma especialmente severa las consecuencias del calentamiento global, sobre todo a través del aumento del nivel del mar. Los habitantes temen que su país desaparezca del mapa en un futuro no muy lejano.
Sin embargo, los efectos son ya perceptibles hoy en día: el aumento del nivel de los océanos provoca que el agua del mar se mezcle con las aguas subterráneas, lo que echa a perder las reservas de agua potable, dificultando no sólo el disponer de agua para beber, sino también el riego agrícola. La tierra se saliniza y los terrenos, a menudo, se vuelven inutilizables durante años. "Para las pequeñas islas-Estado, se trata de algo especialmente delicado", explica Jürgen Kropp, del Instituto para la Investigación de las Consecuencias del Cambio Climático de Potsdam. Y es que aquí, las reservas de aguas subterráneas son, ya de por sí, muy limitadas.
Las islas-Estado no son las únicas afectadas
Sin embargo, el problema no sólo afecta a los archipiélagos que integran Micronesia. Muchos otros países luchan también contra la salinización de sus reservas de aguas subterráneas. Regiones con un litoral relativamente extenso como, por ejemplo, la Franja de Gaza. Un territorio con una densidad de población especialmente alta, y en consonancia con ello, un consumo de agua también elevado. Una circunstancia que constituye, junto con el aumento del nivel del mar, otra causa importante de la salinización de las aguas subterráneas. "El agua del mar sólo puede penetrar allí donde el agua subterránea fue sacada con anterioridad", afirma Kropp. Que las aguas subterráneas se salinicen es una muestra de que se consume más agua de la que se puede reponer.
Un problema para el cual existen, fundamentalmente, dos soluciones, como explica Philipp Magiera, de la Sociedad Alemana de Cooperación Técnica (GTZ): o aumentar la oferta de agua o restringir la demanda. "Soy un gran partidario del uso eficiente del agua", afirma Magiera. Hay numerosos ejemplos de cómo reducir el consumo de agua, especialmente en la agricultura. En muchas regiones, se utiliza hasta un 70% de las aguas subterráneas para el riego de los cultivos. Con sistemas de bajo consumo, como el riego por goteo, podría economizarse grandes cantidades de agua.
El problema del derroche de agua
A menudo, mucha agua se pierde por el camino antes de llegar al consumidor final. Muchos países deben luchar, por ejemplo, con escapes en sus sistemas de canalización. En estos casos, lo más razonable es reparar en primer lugar las fugas antes de bombear más agua en el sistema. "También en el ámbito doméstico, la mayoría de las veces es posible ahorrar agua", explica Magiera. Se puede conseguir un menor consumo de agua a través de medidas económicas como, por ejemplo, con el ajuste del precio del agua.
Cuando se han agotado todas las posibilidades de ahorro, entonces hay que pensar en la opción de aumentar la oferta de agua dulce. Si no es posible importar agua, siempre queda la posibilidad de desalinizar el agua del mar. "Hoy en día ya no supone ningún problema a nivel técnico", afirma Jürgen Kropp. En muchos países, como Israel o Arabia Saudí, la desalinización del agua del mar se emplea desde hace tiempo. Los Emiratos Árabes Unidos dependen casi en un 100% del agua desalinizada. El problema: las plantas desalinizadoras necesita mucha energía. Una energía que -como en el caso de Oriente Próximo- se produce a menudo a partir de combustibles fósiles, lo que genera emisiones de CO2 y contribuye al cambio climático.
Soluciones tradicionales
Las desalinizadoras también se han implantado en Micronesia. Sin embargo, se trata en la mayoría de los casos de pequeñas instalaciones de capacidad muy reducida. Y es que los sistemas de mayor tamaño resultan demasiado caros. Además, no hay reservas de energía suficientes para hacerlos funcionar. Según Magiera, la solución en estos casos pasa a menudo por los métodos tradicionales en lugar de la alta tecnología. Por ejemplo, con la captación selectiva del agua de la lluvia.
Autor: Philipp Bilsky
Redacción: Emili Vinagre