Alemania no es el modelo antirracista que busca EE. UU.
19 de julio de 2020En las últimas semanas, muchas publicaciones en redes sociales han retratado a Alemania como un modelo a seguir por la manera en la que se ha lidiado con las atrocidades del pasado. Esta narrativa, aunque no es nueva, ha ganado fuerza a medida que se derriban las estatuas que conmemoran a los generales confederados y a los líderes coloniales, entre muchos otros.
Desde que los movimientos estudiantiles de la década de 1960 convirtieron el silencio en acción, se han erigido innumerables monumentos conmemorativos del Holocausto y los antiguos campos de concentración se han transformado en instalaciones educativas. Estas son cosas indudablemente buenas. Sin embargo, a medida que lidiamos colectivamentecon con nuestro futuro como sociedad, Alemania nos muestra que la expiación por los pecados pasados hace poco si los sistemas que los permitieron no se desmantelan.
Como estudiante de intercambio, ya hace casi 20 años, me quedé con una familia turco-alemana que me ayudó a desengañar la imagen encalada de la Alemania contemporánea. Años más tarde, me mudé a Berlín con el propósito de quedarme un año, los cuales terminaron siendo ocho. Finalmente, el pasado otoño regresé a Estados Unidos con un doctorado en identidad nacional alemana en relación con el racismo y la identidad racial.
Mientras trabajaba en mi doctorado, enseñé en la escuela de formación de docentes de la Universidad de Potsdam, centrándome en las desigualdades históricas y las actuales. La mayoría de mis estudiantes nunca habían aprendido sobre el colonialismo alemán, y muchos se mostraron reticentes a llenar ese vacío. Uno hasta preguntó: "Ya se nos dijo lo horrible que somos por la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué tenemos que aprender sobre otras cosas terribles del pasado de Alemania?".
Alemanes blancos reprenden a los estadounidenses
Enfrentar el racismo se convirtió en parte de mi plan de estudios, aunque mis colegas alemanes blancos me dijeron que estaba exagerando, interpretando las cosas mal. Los alemanes blancos a menudo fustigan a los estadounidenses por su "obsesión" con la raza, pero aprendí en Alemania que no nombrarla es una de las formas más poderosas de mantener una sociedad racialmente estratificada. Y digo "alemanes blancos" intencionalmente. Aunque la palabra alemana Rasse fue retirada del uso general después del Holocausto, la laguna daltónica que esto creó proporcionó el espacio para que el racismo sistémico floreciera, dificultando, al mismo tiempo, su identificación, para rastrearlo y condenarlo.
Durante siglos, la pertenencia basada en la sangre ha guiado las políticas y las nociones cotidianas de la alemanidad. En 1999, se aprobó una ley que amplía la ciudadanía sin ascendencia, reflejando legalmente la diversidad existente en la ciudadanía. Sin embargo, no fue sino hasta 2014 que se abrió la doble ciudadanía a los hijos de ciudadanos no pertenecientes a la UE, que anteriormente tenían que elegir entre obtener la ciudadanía alemana o mantener la de sus padres.
Como parte de mi investigación doctoral, entrevisté a jóvenes adultos turco-alemanes, la mayoría de los cuales se enfrentaron a esta elección y estaban enojados por tener que demostrar su lealtad al país donde nacieron y se criaron. Muchos notaron que, a pesar de sentirse alemanes, un pasaporte no cambiaría el hecho de que muchos alemanes blancos los vean como extranjeros. Hasta principios de la década de 2000, era normativo discutir sobre "alemanes" y "extranjeros", en referencia a los percibidos como no alemanes.
Me sorprendió encontrar este lenguaje en una investigación escolar en la Universidad de Potsdam en 2014. Me dijeron que era por claridad: los niños pueden discernir entre "alemanes" y "extranjeros". Cuando mencioné el racismo latente, recibí un sermón sobre mi propia condición de extranjera.
Alemanidad versus blanquitud
Migrationshintergrund (antecedentes migratorios) se introdujo en el censo alemán en 2004 para rastrear la diversidad, sin nombrar raza, y desde entonces se ha vuelto omnipresente. A menudo abreviado como "migrante", independientemente de dónde haya nacido, se usa casi exclusivamente para describir a las personas de color, incluidos los alemanes de color, aunque el "alemán" en "migrante" está notablemente ausente.
A diferencia de la comprensión de raza como una construcción social con impacto material –compartido por la mayoría en Estados Unidos–, Rasse, en Alemania, se entiende como una palabra pseudocientífica, biológica, como la definición utilizada en el pasado por colonizadores y nazis. El copresidente del Partido Verde, Robert Habeck, al argumentar a favor de eliminar la palabra Rasse de la Constitución alemana, declaró: "No existe la raza, solo hay personas". Si bien tiene buenas intenciones, este daltonismo da espacio al racismo; lo mantiene en lugar de desmantelar las estructuras que le permiten florecer. Se necesita un nuevo cálculo cultural, no con el Holocausto, sino con la forma en que el carácter alemán se entrelaza con la condición de blanco, con la blanquitud.
Quién tiene acceso a la ciudadanía, quién es considerado "migrante" y quién es detenido por la policía está formado por nociones basadas en las de "raza" que son anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Elogiar a Alemania por cómo "lidió" con su pasado hace que el racismo en curso hoy sea invisible. Los monumentos nunca se construyeron para el pasado nazi, pero ese pasado tampoco se situó adecuadamente con lo que vino antes o con lo que sucedió después. Este es un error del que podemos aprender.
Ursula Moffitt recibió su doctorado en psicología de la Universidad de Potsdam en Alemania. Ahora es académica postdoctoral en la Universidad Northwestern en Estados Unidos, donde estudia el desarrollo contextualizado de la identidad racial.
(few/lgc)
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