Análisis: Elecciones México, la hora de las alianzas
2 de julio de 2006La prensa local suele afirmar que las elecciones federales, estatales y legislativas del próximo domingo en ese país serán “las más reñidas de la historia”. En realidad, el camino de la democracia electoral en México es sumamente reciente: apenas se trata de la tercera ocasión en que la votación para la Presidencia de la República, el Congreso federal y algunas cámaras estatales –además de la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, la segunda posición política más importante del país—se realicen en condiciones de normalidad tras siete décadas de hegemonía por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Lo que sí es cierto es que, por vez primera, los electores mexicanos se encuentran ante un verdadero espectro ideológico diferenciado. Los sondeos más recientes señalan un empate técnico entre la opción del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de plataforma afín a la socialdemocracia, y la del Partido Acción Nacional (PAN), de corte conservador. De cerca les sigue el PRI, con una propuesta cercana a la del PRD, pero con un marcado énfasis en cuestiones relacionadas con la seguridad pública.
Todo está por hacerse
México llega a las elecciones de este domingo luego de un periodo en el cual el gobierno de Vicente Fox, en vez de conducir al país hacia una democracia funcional, dejó de lado una de sus promesas principales: la reforma del Estado. “En la democracia mexicana aún está todo por hacerse”, afirma sin dudarlo el politólogo mexicano César Cansino, quien describe al periodo actual como “una etapa postautoritaria” de la cual no han surgido nuevas instituciones.
Las elecciones, por sí mismas, no resolverán este problema. Aunque la votación abre la oportunidad para reestructurar una parte importante del aparato gubernamental, se prevé que el voto no otorgará la mayoría absoluta a ningún partido en el Congreso. La posible conformación tanto de la Cámara de Diputados pondrá al próximo presidente, sea quien sea, ante el dilema de formar acuerdos políticos con algunos de sus opositores.
Ante ello, será inevitable la formación de coaliciones, o por lo menos de alianzas, para no reproducir la parálisis legislativa que caracterizó a la administración de Fox. Todos éstos son términos familiares para los países que viven una normalidad democrática. En México, sin embargo, lucen como una complicada ecuación para la cual no se ha encontrado la respuesta.
Más allá del circo
Bajo esta luz, la discusión sobre quién ocupará la silla presidencial es casi ornamental. Por supuesto, es importante saber si el país seguirá el rumbo económico neoliberal que comenzó a promover Miguel De la Madrid en 1976 –y que continuó con Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox—o si la ciudadanía decide un cambio más orientado hacia los temas sociales.
Pero está claro que las promesas que los mexicanos han escuchado a lo largo de los pasados meses no se verán realizadas si no hay un gobierno funcional. Es por ello que la discusión pública va pasando poco a poco del intenso debate entre los candidatos, a los dilemas que pesarán cada vez más a partir del 3 de julio.
Lo anterior no implica que la reforma del Estado sea la única solución, ni que la democracia mexicana esté libre de todo riesgo. México no sólo atraviesa por un periodo electoral. También transita por un momento social inflamable, a causa del abierto desafío al Estado por parte de la delincuencia organizada. Ante ello, el próximo presidente puede optar por lograr acuerdos que establezcan nuevas reglas del juego político y, con ello, también contribuyan al fortalecimiento de las instituciones democráticas. Pero también puede acogerse a doctrinas y soluciones autoritarias, ante la urgencia de mostrar resultados a la ciudadanía. La ciudadanía mexicana decidirá este domingo, también, cuál de las alternativas políticas le ofrece soluciones más convincentes para éstos y otros problemas que trascienden al circo electoral.