Argentina: victimarios bienvenidos; víctimas, no
7 de mayo de 2015David Galante sonríe aunque le duelen sus pies. Las viejas quemaduras aún le traen problemas, un cáncer atacó las cicatrices. En aquel momento, en Auschwitz, el frío calaba los huesos. Galante se acercó a un fogón en el que sus vigilantes se estaban calentando las manos. Un hombre de las SS empujó al joven judío de 18 años sobre las llamas. Era poco antes del fin de la guerra, de que llegara la orden desde Berlín de destruir las cámaras de gas, para eliminar las huellas del horror. Galante, nacido en la isla griega de Rodas y deportado a Auschwitz por los alemanes en el año 1944, sobrevivió.
“Decidí emigrar a la Argentina. Allí vivía uno de mis hermanos, ya desde antes de la guerra”, dice Galante hoy, con 91 años cumplidos. Pero la solicitud fue denegada por el consulado: “No daban visados”. Galante insistía, pero un día un empleado de la embajada le explicó a escondidas: “Es porque eres judío”. No obstante, Galante buscó la manera para lograr lo imposible: un comisario de un barco de carga lo llevó de contrabando de Italia a la Argentina. Galante pasó gran parte de los 50 días parado en un armario. “Todos los sobrevivientes que entramos a Argentina, entramos de contrabando”, dice Galante. “Muchos iban primero a Paraguay, Bolivia o Uruguay, luego desde allí era más fácil entrar en la Argentina”.
Durante 50 años, David Galante no habló de los espantos vividos durante la guerra. Primero la deportación de Grecia en barcazas, luego en vagones de carga repletos. “Nunca me enteré de cuántos murieron ya en el camino”, cuenta. Luego, el infierno de Auschwitz: el trabajo, el frío, el hambre, siempre a la merced de los nazis. “Un día más”, se decía Galante una y otra vez. “En el campo, cada día que uno sobrevivía era un triunfo”. Pesaba tan sólo 38 kilos, a pesar de medir un metro ochenta, cuando los rusos liberaron Auschwitz.
Romper el silencio
Cuando Galante llegó a la Argentina después del agotador viaje en barco, calló su pasado: “Estaba traumatizado, tenía miedo”. Se casó, fundó una familia. No fue sino décadas más tarde, después que haber visto la película “La lista de Schindler”, que habló con otros supervivientes del Holocausto, y en conjunto decidieron romper el silencio. “Descubrí que hablar de lo ocurrido hace bien. Además, es importante que la gente escuche nuestra historia. Para que no se repita”, dice Galante. Su esposa está sentada en otro sofá y se nota conmovida, como si oyera las historias por primera vez.
Víctimas y victimarios, ambos buscaron después de la guerra una nueva vida en la Argentina. Irónicamente, los victimarios, en muchos casos, la tenían más fácil. No fue ningún azar que Galante y otros judíos no encontraran refugio en la Argentina. El periodista Uki Goñi, que investiga desde hace muchos años las rutas de escape de los nazis hacia la Argentina, descubrió el por qué: “Mi abuelo fue cónsul en Viena en la década del 30. Yo sabía, a través de las historias en mi familia, que había habido una orden secreta del gobierno argentino, después me enteré que fue en 1938, que prohibía darles visados a los judíos que se escapaban del Holocausto”. Goñi empezó a investigar, y en el año 2003 encontró lo que estaba buscando: la “Circular 11” que había sido silenciada, escondida, pero que seguía en vigencia. “No fue sino en el año 2005 que se hizo una reunión en la Casa Rosada, donde estuvo presente el presidente Néstor Kirchner y la circular se hizo pública. Luego se hizo un pedido de disculpas y se derogó”, recuerda Goñi.
Cuando Juan Domingo Perón llega a la presidencia en el año 1946, la situación no cambia para las víctimas del terror nazi. “Perón dio la instrucción de dejar entrar a niños y a judíos mayores de edad... Pero, ¿por qué? Porque tenían menos posibilidad de reproducirse. Entonces, la Argentina aparentaba que dejaba entrar a judíos pero en realidad no lo estaba haciendo”, dice Goñi. Al respecto de los nazis, la política argentina era distinta: “Perón mismo dijo en una entrevista, cuando estaba en el exilio en España, que los juicios de Núremberg eran una de las más terribles infamias. Que su sentido del honor militar le hacía rebelarse contra esa idea que tenían los aliados de llevar a juicio a un ejercito derrotado”. Entonces, se propuso salvar a todos los oficiales alemanes que pudiera. “Argentina envió personas desde acá para organizar el rescate”, dice Goñi. Primero fue a través de la ruta nórdica, vía Dinamarca y Suecia. Más tarde vía Suiza e Italia.
¡Viva Argentina!
No sin motivo las últimas palabras de Adolf Eichmann, antes de ser ejecutado en el año 1962 en Jerusalén, fueron: “Viva Alemania. Viva Austria. Viva Argentina”. “En Argentina yo siento que estoy rodeado de una campana de silencio”, dice Goñi. “Por un lado, mis libros se han vendido bastante bien. Por otro lado, nunca he sido invitado a dar una charla ni en un colegio ni en una universidad argentina, nunca se me ha acercado ningún historiador argentino a pedirme acceso a mis documentos”. “¿Será porque este tema afecta a la imagen del héroe nacional, Juan Domingo Perón? “En Argentina mi trabajo es usado por los antiperonistas para atacar a los peronistas. Y los peronistas se sienten agredidos y ofendidos por ello. Pero yo no juego en ninguno de los dos bandos”, explica Goñi. “Para mí es un período oscuro en nuestra historia, que quise sacar a luz”.
Muchos criminales nazis, entre ellos Adolf Eichmann, Erich Priebke o también el médico del campo de concentración de Auschwitz, Josef Mengele, entraron con nombres falsos a la Argentina. Pero después de un tiempo se sentían tan cómodos y seguros que pidieron nueva documentación, con sus nombres verdaderos. “Mengele pidió en 1956 papeles con su nombre real”, dice Sergio Widder, presidente de la Fundación Simon Wiesenthal en Argentina. “Esto significa que la protección continuó, fue más allá del gobierno de Perón”. Hace muchos años Widder se dedica a la lucha contra el antisemitismo y a la búsqueda de los criminales nazis que todavía puedan ser enjuiciados: “Por el momento, en América Latina no hay ningún individuo en particular, pero el tema no está cerrado todavía”.
Mientras tanto, David Galante espera que sus pies dejen de dolerle. Es consciente de que con sus 91 años forma parte de un grupo cada vez más pequeño, el de los sobrevivientes de una de las tragedias más crueles de la humanidad. Quiere aprovechar cada posibilidad para contar el horror vivido, para que el mundo se entere y no olvide. Y quiere contar también sobre un francés, con quién se hizo amigo en Auschwitz: “Una día, trabajando, fuimos con un carro a cargar cosas y el carro se atrancó en el lodo. Cuando volvimos, un nazi me pregunta: ¿Dónde estabas? Me empezó a pegar y caí a la nieve desmayado. Este amigo mío me levantó y me llevó a la barraca, sino lo hacía, quedaba congelado en la nieve”. Galante hace una pausa y añade: “Pasaron dos días y hubo una selección. Nos desvistieron a todos y señalaron a los que iban a la cámara de gas. Le dijeron al muchacho francés. Me dolió mucho no poder hacer nada. Para mí, este muchacho vive. Mientras viva yo, vive dentro de mí. Son cosas que pasaron. Pasaron tantas cosas”.