Cruzando el río Aguaytía
8 de diciembre de 2019Lea aquí la entrada anterior de esta bitácora de viaje del equipo de DW en la Amazonía peruana.
Esta mañana estamos todavía decidiendo adónde ir cuando Iván viene a recogernos. "Os voy a enseñar el río y a presentaros al comunero Walter", nos dice. Iván es el coordinador de las comunidades indígenas de la zona. Por una vereda que sale entre dos casas del poblado se llega a la chacra de Walter. En realidad, se llama Rodrigo, pero por algún motivo le han buscado ese seudónimo. Nos reciben sus hijos, primero, y su mujer después. Walter ha ido a pescar y no ha vuelto todavía.
El río está justo detrás de su chacra, como llaman aquí a las plantaciones. Aguaytía significa en shipibo algo así como "pájaro negro" o "pájaro de mal agüero". No es mucho mejor la traducción de Ucayali, que significa en una mezcla de quechua y dialecto pano "río sucio". Al otro lado están las tierras ancestrales de la comunidad. Allí cazaban, pescaban, cultivaban e iban a purificarse. Es donde están las plantas medicinales que utilizan. Y allí se encuentran las tierras que la empresa de palma de aceite ha deforestado.
Walter llega al poco rato en su barca y nos invita a cruzar el río. Nos explica que su cauce cambia habitualmente, que se mueve. El año pasado se acercó, por ejemplo, treinta metros al pueblo, quitándole varias hectáreas de terreno. Como viene crecido, trae una extraña espuma, pero es normal, nos cuenta. En distritos como el de Curimaná, río arriba, los desagües van al río Aguaytía y hay minería ilegal que utiliza productos químicos que contaminan el agua, pero nada de esto tiene que ver con estos bloques de espuma.
El oro pertenece al diablo
De hecho, tanto el agua como el lecho arcilloso del río contienen polvo de oro. Hay también mineros artesanales que tratan de extraerlo. Nos explica cómo: se bombea el agua sobre una alfombra sintética como las que se utilizan para limpiarse la suela de los zapatos antes de entrar en casa, pero más grande. Los pelillos de la alfombra filtran el agua, dejando partículas de oro y otros minerales en su superficie. Luego se sacude y se funde el oro, separándolo de la arena. Él mismo nos enseña una motobomba y una alfombra que tiene en su casa para hacerlo.
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"Una vez encontré pepitas grandes, pero desaparecieron: dicen que el oro pertenece al diablo, y que él mismo viene y se lo lleva", recuerda. "Si no se lo lleva el propio diablo", no puedo evitar pensar, "tranquilo que enviará a alguien a llevárselo". Pero el oro no es el único tesoro que esconde el Aguaytía. Unos 50 km río arriba, en Zorrilla, se extrae gas natural. Poco más allá de las tierras ancestrales uchunya se ha encontrado recientemente una veta de petróleo, cuya explotación está a la espera de negociarse.
Comuneros del otro lado del río
Al otro lado del río hay varios comuneros y propietarios, como Armando, de 73 años, que deja de desgranar maíz para sus gallinas y nos ofrece unos deliciosos plátanos de aperitivo. Su terreno tiene 60 hectáreas: abarca seiscientos metros de orilla y dos kilómetros tierra adentro. En la década de 1970 las autoridades escrituraron los terrenos de quienes vivían a ambos lados del río. La empresa de palma aceitera no ha entrado por ello en sus tierras, pero se muestra preocupado por su avance: a otros propietarios río abajo, dice, no les han respetado sus lindes.
Con estos propietarios, que suelen explotar la tierra de forma tradicional, la comunidad uchunya nunca ha tenido problemas. Algunas plantaciones de arroz, no obstante, sí que han deforestado medianas extensiones, por lo que mantienen también varios procesos judiciales abiertos.
Pero nada comparable a las 7.000 hectáreas de bosques primarios arrasados por la compañía de palma de aceite.
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