Brote en matadero alemán: dignidad humana en último lugar
19 de junio de 2020¿Cómo se denomina a las personas que aceptan la muerte de otros para enriquecerse aún más? ¿Inescrupulosas? ¿Codiciosas? ¿Inhumanas? Estos son todos atributos que pueden aplicarse a los directivos del matadero y procesadora de carne Tönnies, en Westfalia, ya que esos directivos, responsables de la actual catástrofe, saben desde hace meses de la alta peligrosidad del coronavirus y de su rápida propagación en la industria cárnica.
Era solo cuestión de tiempo que la pandemia llegara a afectar a la mayor fábrica de productos cárnicos de Alemania, así como sucedió antes en otros mataderos. Los obreros contratados por agencia –que vienen desde el este y el sur de Europa y trabajan en condiciones, a veces, inhumanas– deben permanecer muy cerca unos de los otros para descuartizar a los animales. Además, viven hacinados en sus alojamientos, en los cuales no pueden distanciarse de los otros, aunque quisieran.
Esclavos modernos
Tanto defensores de derechos humanos como médicos y expertos en protección laboral están pidiendo desde hace meses que se le asigne un cuarto individual a cada uno de los trabajadores de Tönnies. Solo así se podría frenar la propagación del coronavirus. Pero eso costaría dinero, y reduciría los millones que gana Tönnies. Algo evidentemente inaceptable para los gerentes de esa empresa.
Los matarifes y descuartizadores polacos, rumanos y búlgaros trabajan, en comparación con sus colegas alemanes, por un sueldo de hambre, como si fueran esclavos modernos. Y no tienen casi otra alternativa, ya que en sus países ganan aún menos. Sin embargo, se trata de seres humanos cuya dignidad, como la de todos los ciudadanos, está garantizada por la Constitución alemana. Es moralmente reprochable querer enriquecerse gracias al sufrimiento de estas personas, como lo están haciendo los directivos de Tönnies.
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El compromiso con el fútbol y la protección de animales de esta empresa aparecen como un subterfugio barato para maquillar su desprecio hacia el personal. De los más de 6.000 trabajadores en una sola sede, la mitad son empleados externos que provienen de agencias. Eso disminuye los derechos de los trabajadores, pero ahorra dinero, maximiza las ganancias y aumenta la competitividad de las empresas. Y el asunto llega tan lejos que Tönnies exporta carne a países agrícolas como Rumania y patas de cerdo a China. Quien quiera conocer el lado oscuro de la globalización, que visite la sede central de Rheda-Wiedenbruck.
Vientos de cambio
A muchos de los habitantes de Westfalia Oriental, la crítica a esta empresa, hasta ahora, le daba lo mismo. Esa es una región de Alemania estructuralmente débil, y allí es raro que haya buenos salarios. La influencia de Tönnies sobre la política regional no puede subestimarse. Los problemas con los "trabajadores extranjeros" hace tiempo que se están barriendo debajo de la alfombra.
Pero ahora, los vientos están cambiando. La clase política toma distancia de Clemens Tönnies, e incluso los copropietarios de esa empresa que factura miles de millones exigen su renuncia. La gente del lugar está enojada porque, como consecuencia de varios cientos de casos de COVID-19 en el personal de Tönnies, tuvieron que volver a cerrarse todas las escuelas y jardines de infancia en el distrito de Gütersloh.
Ahora, las mira también está puesta en el Gobierno alemán: ¿dejará que Tönnies salga indemne de este escándalo? ¿O utilizará esta oportunidad para dar un giro en su política agraria? Lo correcto sería volver a fortalecer a los pequeños mataderos y fábricas regionales, en lugar de hacerlo con gigantes como Tönnies o Westfleisch. Al final, eso significaría que los alimentos en Alemania se encarezcan. Pero, según las encuestas, la mayoría de los alemanes está dispuesto a pagar más por mejor carne. En la industria cárnica no se debe dejar al ser humano en último lugar.
(cp/few)
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