¿Cómo trabaja un observador electoral?
20 de abril de 2014
Los veedores electorales viajan por todo el mundo con la misión de dar fe, o no, de que los comicios que se celebran en uno u otro país –usualmente Estados con instituciones débiles– cumplen con los requisitos para ser reconocidos por la comunidad internacional. Para poder monitorear lo que ocurre cuando los votantes van a las urnas y en el período pre-electoral, que puede durar varios días o semanas, es importante que el contingente de observadores sea independiente y que sus miembros provengan de distintos países.
Muchas personas están familiarizadas con la figura del observador internacional, pero desconocen cómo es el día a día de un veedor cuando está en acción. Al compartir sus experiencias con DW, Tobias Raffel, un berlinés de 37 años que ha monitoreado elecciones en Bielorrusia, Albania, Armenia y otros cuatro países, deja claro que las rutinas varían dependiendo de las circunstancias. Todo comienza con la llamada que recibe –casi siempre a última hora– del Centro para las Misiones de Paz Internacionales (ZIF).
Luego, Raffel pide unos días de permiso en su trabajo y hace sus maletas. El hecho de que su labor de veeduría en el extranjero no sea remunerada por el ZIF no parece molestarle en este momento. “Hacer esto es mi contribución a la democratización”, alega el voluntario, agregando que le gusta visitar lugares que probablemente nunca conocería como turista y que su misión le permite ver la vida en otras latitudes con una mirada especial, más acuciosa. Cabe preguntarse si Raffel no está romantizando un poco esta faena.
Un valioso “sello de aprobación”
En Albania fue testigo de un conteo de votos que tomó varios días con sus noches en ser completado. “Ese tipo de situaciones realmente te lleva a tus límites de resistencia”, admite Raffel. Y al monitorear el proceso de sufragio en Bielorrusia, quien terminó siendo objeto de vigilancia y monitoreo fue él. Raffel fue entrenado como veedor electoral por el ZIF, la instancia encargada de enviar observadores alemanes en misiones internacionales en nombre de la Unión Europea (UE) o la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Berlín toma como un cumplido el hecho de que la OSCE le haya pedido incrementar el número de observadores alemanes disponibles. No todos los 57 Estados en las filas de la OSCE preparan a sus veedores tan bien como Alemania y el monitoreo de elecciones en países con democracias frágiles es un desafío serio. Los Gobiernos autocráticos estarían más a gusto si se les permitiera prescindir de los observadores, quienes tienen licencia para fisgonear en cada centro de votación y buscar indicios de fraude en los sitios más remotos.
Pero casi ningún país se atreve a negarle la entrada a los veedores de la UE o la OSCE. De hecho, si los observadores internacionales viajan a un país determinado para monitorear los comicios y no denuncian irregularidades, su inspección es percibida como un valioso “sello de aprobación”. No obstante, es legítimo dudar de la trascendencia del trabajo de los veedores. Después de todo, las manipulaciones más burdas siguen registrándose en muchos países desde que comienza la campaña electoral.
Los mil trucos de los autócratas
Además, muchos políticos han aprendido a organizar elecciones que sólo dan la apariencia de ser democráticas. “Estamos tratando con Estados o representantes de Estados que saben exactamente qué métodos usamos para monitorear y qué recursos deben emplear para darle un aspecto legal y transparente a los comicios”, señala Nicola Schmidt, de la OSCE. Los métodos de veeduría incluyen el envío de analistas a los países que celebrarán elecciones con muchas semanas de antelación para determinar si todos los candidatos compiten en circunstancias justas.
Pocos días antes de la elección, un número mayor de veedores viaja al país para hacer un monitoreo a corto plazo. Pero, en lo que respecta a este tipo de misiones, es la observación prolongada la que diferencia a la OSCE de otras organizaciones. Y es que hasta los observadores más experimentados pueden toparse con el límite de sus capacidades. Un escenario recurrente en estas lides es que todo marcha bien cuando los veedores están presentes. Sin embargo, también hay ocasiones en que las irregularidades más sutiles ocurren frente a sus ojos.
Cuando la persona que sirve de guía y traductora empieza a dar respuestas monosilábicas o cuando un centro de votación debe cambiar de sede en el último minuto, es poco lo que un observador electoral puede hacer para determinar dónde está la trampa. Otra manera que tienen los Estados de asegurarse el “sello de aprobación” de los veedores es recurriendo a la “manipulación por exceso”: si se invita a un gran número de observadores, las voces críticas son opacadas por la multitud.
Gera Knaus, del think tank Iniciativa Europea para la Estabilidad, sugiere que la única manera de solucionar estos problemas es profesionalizando el monitoreo de elecciones.