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Celibidache, batuta fiera y mítica

27 de junio de 2012

Hace 100 años nació un director excepcional que marcó la trayectoria de la Filarmónica de Múnich. Su personalidad y su singular visión de la música han quedado en la memoria de los melómanos, que lo siguen venerando.

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Sergiu Celibidache
Sergiu CelibidacheImagen: picture-alliance/dpa

Hoy día sería complicado que un director de 32 años –los que él tenía cuando asumió el cargo de batuta provisional de la Filarmónica de Berlín mientras se aclaraban las relaciones de Furtwängler con el nazismo-hiciera carrera con la fiera exigencia que mostraba ante los músicos. De hecho, ese fue probablemente el motivo por el que los integrantes de la emblemática orquesta de la capital alemana escogieran en votación a Herbert von Karajan como sucesor de Furtwängler cuando este murió, en lugar de decidirse por Celibidache.

Sergiu Celibidache ensayando con la Filarmónica de Berlín en 1945
Sergiu Celibidache ensayando con la Filarmónica de Berlín en 1945Imagen: AP

Pero el director de origen rumano nunca amortiguó su poderosa personalidad. Muy al contrario, hizo gala de ella en giras por todo el mundo. En Sudamérica aún recuerdan las actuaciones de Celibidache, convertidas en citas de culto. Sus particulares teorías sobre cómo debía sonar una determinada obra le procuraron detractores, pero también una legión de seguidores que lo adoraban como un director mítico. No había varias maneras de tocar una música, solo había una: la suya. Y para lograr esa versión que palpitaba en su cabeza debía realizar largos y exigentes ensayos con las orquestas.

Per aspera ad astra

O lo que es lo mismo: a través de la dureza del camino se llega al triunfo. Celibidache sabía que acercarse a la perfección tiene un precio. Quizá por ese motivo no dirigió con tanta frecuencia como una batuta de primera fila como la suya hubiera debido. Demasiados requisitos para ensayar el número suficiente de horas con los músicos, demasiado esfuerzo para extraer la sonoridad que él exigía, demasiadas horas para perfeccionar tan solo unos pocos compases. Sus exigencias eran a veces incompatibles con las rutinas administrativas de las orquestas.

Tras el duro camino antes del concierto, llegaba la hora de la verdad. Y qué verdad. Celibidache tenía detractores, pero lo que nadie podrá negarle es que dejaba una huella personal muy profunda en la música que dirigía. Sobre todo en lo concerniente a los tempi, que, con el paso de los años, se fueron haciendo cada vez más y más lentos. Sin embargo, ello no lastraba la sonoridad global. No importaba la densidad de la obra que abordara, siempre sonaba alada y, al mismo tiempo, consistente, como si lograra hacer volar sin esfuerzo alguno una catedral entera.

Sergiu Celibidache exigía mucho de los músicos para lograr la versión ideal de una obra
Sergiu Celibidache exigía mucho de los músicos para lograr la versión ideal de una obraImagen: picture-alliance/dpa

La magia de la música en vivo

En pleno auge de la era fonográfica, Celibidache grabó pocos discos, sobre todo si comparamos con los colegas de su generación: Karajan, Bernstein, Kubelik, Giulini… Aquí entramos de lleno en la faceta como pensador y teórico de Celibidache. Para el excéntrico director, la música era un acto vivo, un acontecimiento que solo cobraba verdadero sentido cuando tenía lugar en directo.

Toleraba la transmisión de sus conciertos por la radio, pero otra cosa muy diferente era poner a disposición del público, de forma permanente, algo por definición transitorio y finito como la música. Y, a la vez, tan espiritual, tan trascendental. Demasiado como para que un soporte como el disco pudiera siquiera acercarse a la experiencia de la música en directo. Finalmente, Celibidache hubo de condescender con las grabaciones piratas que circulaban de sus conciertos en vivo. Y, tras su muerte, su familia publicó varios discos.

Son míticas las versiones que Celibidache hizo, junto a la Filarmónica de Múnich, de las sinfonías de Anton Bruckner
Son míticas las versiones que Celibidache hizo, junto a la Filarmónica de Múnich, de las sinfonías de Anton BrucknerImagen: Fotolia/Waldteufel

El melómano actual encontrará, sin embargo, un considerable catálogo fonográfico a su disposición. Existen grabaciones de su paso por la Filarmónica de Berlín allá hacia finales de los años 40. A principios de los 50 se negó a pisar un estudio nunca más, pero hay discos de sus actuaciones en concierto junto a la Orquesta de la Radio de Colonia, la Orquesta de la Radio de Stuttgart, la Orquesta de la Radio Sueca y, cómo no, con la que fuera “su” formación: la Filarmónica de Múnich.

La Filarmónica de Múnich

Celibidache dirigió la Filarmónica de Múnich por primera vez en 1978. Un año más tarde y hasta su muerte, en 1996, asumió la titularidad de la formación. Por un lado, era ya un director experto y maduro con muchas cosas que aportar. Por otra parte, era un recién llegado con un acusado espíritu didáctico, que forjó el sonido de la orquesta hasta convertirla en un referente internacional. Sobre todo en lo concerniente a la interpretación del ciclo sinfónico de Bruckner.

En la ciudad bávara, Celibidache se convirtió en figura de culto. Mejoró las condiciones laborales y económicas de los músicos para que estos pudieran concentrarse en su trabajo de atril. Además, logró implicarlos en la gestión de la orquesta, para que no fueran tan solo receptores pasivos de las decisiones de la directiva, sino que también participaran de manera más democrática en las cuestiones de gobierno. Todo ello también le reportó críticas, debido a que los gastos generados por la formación aumentaron notablemente.

Pero, actualmente, Múnich no puede sino estar agradecida por el impulso que dio a su orquesta, que se convirtió en una de las mejores de Alemania. El nombre del director de origen rumano está indeleblemente unido al de la Filarmónica de Múnich y aún se recuerdan sus años de titular como “la era Celibidache”. Prueba de ello es el concierto homenaje que tendrá lugar el próximo 4 de julio. “Su” Filarmónica le dedicará un concierto homenaje con dirección de Zubin Mehta. En programa, como no podía ser de otra manera, la Octava Sinfonía de Anton Bruckner.

Autora: María Santacecilia
Editora: Emilia Rojas