China y Alemania, después de la luna de miel
14 de septiembre de 2006Las organizaciones defensoras de derechos humanos, como Amnistía Internacional, están satisfechas con la canciller alemana. Angela Merkel no elude el tema ante las autoridades china. No lo hizo cuando visitó Pequín, ni ahora, cuando ofició de anfitriona del primer ministro Wen Jiabao, en Berlín. Según sus propias declaraciones, la gobernante germana puso de manifiesto ante su huésped que los derechos humanos "son irrenunciables y valen en todas parte", destacando que "la libertad de prensa es un punto muy importante". Esto, ante el trasfondo de las nuevas restricciones impuestas por el gobierno chino a la labor de las agencias de noticias internacionales en ese país.
Merkel cumplió. Pero cabe dudar que sus palabras hayan hecho mella en Wen Jiabao, teniendo en cuenta sus propias palabras al respecto: "El gobierno chino asigna gran valor al resguardo de los derechos humanos". En fin, nada que permita intuir un cambio. Tampoco en los otros grandes temas de la política internacional del momento se advierten signos de que Pekín piense modificar su postura. Su rechazo a la aplicación de sanciones contra Irán, si no se doblega a los dictados internacionales de renunciar al enriquecimiento de uranio, sigue tan firme como hasta ahora.
La economía predomina
Al margen de los nuevos matices que ha conferido la canciller Merkel al diálogo germano-chino, lo cierto es que lo predominante continúa siendo el aspecto económico. Sin embargo, en este plano sí se están operando cambios en la apreciación alemana. El enamoramiento desatado por la perspectiva de un mercado gigantesco y apenas explorado hace algunos años, ha dado paso a una visión bastante menos color de rosa: China no sólo es una gran oportunidad para la industria alemana, sino que también plantea gigantescos problemas. Por ejemplo, como competidor en algunos sectores, por demás imbatible en cuanto a sus bajos precios. O como voraz devorador de materias primas, que contribuye a elevar sus precios en los mercados internacionales. O, simplemente, como paraíso de la piratería industrial.
Las quejas de los empresarios alemanes fueron planteadas sin mayor sordina al primer ministro chino que en mayo pasado había prometido enmienda y ahora volvió a mostrar disposición a tomar medidas en defensa de la propiedad intelectual. Entre los 8 acuerdos bilaterales firmados esta vez en Berlín se cuenta, de hecho, uno al respecto. El presidente de la oficina alemana de patentes explicó que en los próximos años habrá un intercambio de examinadores y se enviará especialistas para ofrecer capacitación a los encargados chinos.
Realidad preocupante
Según la cámara de Industria y Comercio Alemana (DIHK), entretanto ha pasado al primer plano otro problema: el de la "transferencia tecnológica forzada". Esto se refiere a aquellos contratos en que firmas alemanas deben comprometerse a llevar a cabo la mayor parte de un proyecto en China y a aplicar por ende allí su tecnología de punta que, algún día, termina siendo producida por los propios chinos, a un costo muy inferior.
Todo esto, conjugado, ha puesto en cierto sentido fin a la luna de miel. El trato sigue siendo cordial y extremadamente diplomático, como desde luego lo exige la sensibilidad china, pero en el ceño alemán se notan ciertos surcos de preocupación. No es que el amor se haya acabado, pero se impone el realismo, sobre todo teniendo en cuenta que el déficit alemán en la balanza comercial con China se eleva a casi 20.000 millones de euros. Competir con China, que crece a casi un 10% anual, no es tarea fácil. Máxime las bases de su economía no son equiparables a las europeas, comenzando por los derechos de los trabajadores, a los que Pequín asigna tanta importancia como a los derechos humanos.