Colonia: un carnaval irresistible
17 de febrero de 2007En los días de carnaval afloran los instintos. Todos quieren celebrar, pasarla bien, flirtear, tomar cerveza hasta devolverla y, por sobre todo, no quieren tomar nada y a nadie en serio. Entre la marea humana de gente se producen hechos insólitos como por ejemplo el ser atacada por un entrevistado que se come el micrófono.
Cual perro rabioso, él no suelta este instrumento de trabajo y trata de llevárselo dentro de sus enloquecidas fauces. Tengo que forcejear un par de minutos para que me devuelva la herramienta reporteril. Pero, en medio de este ambiente, una periodista en pleno jornal es como una rara avis. Por eso nadie está dispuesto a ayudar, todos revientan a carcajadas.
Esa es la atmósfera circense que rodea al carnaval, reír y reírse de otros. Nadie quiere ser entrevistado, todos dicen lo mismo: que quieren conocer a alguien para después llevárselo a casa. El quid del asunto es seguir la juerga, tirar la casa por la ventana o las botellas a la calle.
Una marea humana que marea
En el Casco Viejo de Colonia, la marea humana arrastra y empuja. Uno, aunque no quiera, es parte del ganado y debe seguir al rebaño. En el camino, hay bandas provenientes de Europa del Este que, haciéndose pasar por fanáticos del carnaval, aprovechan la ocasión y sus habilidades para llevarse unas cuantas billeteras. Más correctos, unos trompetistas holandeses tocan en la calle y encuentran magnífico el carnaval. Dicen que los alemanes son más abiertos y amigables que en Holanda.
La gente viene de todas partes de Alemania y Europa, y no les interesa mucho lo que es la tradición, sólo vivir el momento y tener una aventura amorosa, para así subir el nivel de sus endorfinas. Así, gordos, chicos, altos, jóvenes, viejos, encuentran su media naranja de media hora. Bailar al ritmo del tam-tam de los tambores, tomar kölsch, cantar, besuquearse y abrazarse son parte del juego. En Chodwigplatz, otro sector de Colonia, también se celebra el Carnaval y no hay mucha diferencia con lo que acontece en el Casco viejo.
Después de estar en Südstadt, me subo al tranvía para ir a otro rincón de la ciudad, llamado "Friesenplatz". El trayecto dura más de lo esperado ya que el tranvía permanece atascado unos 15 minutos debido al caos del tráfico carnavalesco.
Cuando por fin llego, descubro las enormes colas para poder entrar a las discotecas. Adentro de los bares apenas se puede respirar por la cantidad de humo y gente.
Logro la proeza y, al mismo tiempo, desisto de realizar encomiendas inalcanzables. Guardo, pues, la grabadora y el micrófono, que seguramente servirán para tareas más nobles. Me abandono, como los demás, a la idea de que vale la pena vivir el carnaval sin mayores contemplaciones. Y, sobre todo, sin intentar hacer entrevistas a los incontrolables Jecken que hasta el Miércoles de Ceniza mantendrán tomada esta maravillosa ciudad.