La estrategia de Rusia en los Balcanes
18 de noviembre de 2014Inquietante resulta lo que se ha filtrado a la opinión pública de documentos confidenciales del Ministerio alemán de Relaciones Exteriores acerca de Rusia. Allí se dice que Rusia asigna gran importancia estratégica a los Balcanes occidentales. Observadores deducen de ello que Moscú intenta ligar más estrechamente la región a Rusia, para alejarla de la influencia de la Unión Europea.
Sabido es que Rusia alimenta intereses económicos y políticos en los Balcanes. Lo nuevo es la determinación con que Moscú defiende ahora sus pretensiones hegemónicas también fuera del ámbito post-soviético.
Influencia económica rusa
La estrategia de Putin para los Balcanes es hábil y simple. Sobre todo Serbia, Montenegro y la parte serbia de Bosnia-Herzegovina tienen vínculos tradicionales con Rusia, que intenta cimentar su influencia con suministros de gas natural, proyectos de infraestructura e inversiones. A su favor juega la desastrosa situación económica de esos países. La desocupación asciende en promedio al 30 por ciento, casi la mitad de los jóvenes carece de empleo y las inversiones occidentales directas se han estancado desde hace años, porque las administraciones corruptas ahuyentan a potenciales inversionistas.
Rusia abre allí perspectivas: empresas rusas modernizan los ferrocarriles en Serbia y un tercio de las empresas de Montenegro está en manos rusas. Moscú también ejerce presión para reducir la influencia occidental en Borsnia-Herzegovina. Por primera vez votó en el Consejo de Seguridad de la ONU contra la prolongación de la misión EUFOR, a todas luces con la intención de mantener alejada a la UE. Rusia incrementa su influencia incluso en Bulgaria, un país de la Unión Europea que depende en gran medida del gas y el petróleo rusos.
La perspectiva de la Unión Europea
Con esta estrategia “blanda”, Rusia se adentra en un vacío que, desgraciadamente, Occidente no llena en forma suficiente. 15 años después de la guerra de Yugoslavia, los Balcanes singuen sin ser más que el patio trasero europeo. Y, por lo visto, la mayoría de los países de la UE desea que eso siga siendo así. Desde la eurocrisis, nadie quiere seguir prensando en ampliar la Unión Europea. Además, aumenta el temor a los costos adicionales que podrían causar los candidatos económicamente débiles. Solo Eslovenia y Croacia han logrado la admisión en la UE. Todos los demás países del área están desde hace años en la sala de espera.
Lógicamente, Occidente no es el único responsable de ello. Muchos problemas son de índole interna: en muchos lugares la democracia no está suficientemente desarrollada, el clientelismo impera en los partidos gobernantes y el pensamiento nacionalista predomina, impidiendo reformas políticas y económicas. También desempeña un papel relevante la decepción de la gente que no había imaginado que el camino hacia la UE sería tan largo y pedregoso. Impera una atmósfera de frustración, resignación y rabia reprimida. Y se propaga un ánimo antieuropeo.
Para evitar que Rusia siga favoreciéndose de ese ambiente y que los Balcanes se alejen aún más de la esfera de intereses occidentales, la UE debe volver a recobrar presencia en la región y emitir señales claras que planteen una perspectiva de adhesión. Se trata de dejarle en claro a la gente que un ingreso a la UE le reportará ventajas; que vale la pena esforzarse para que el país esté en condiciones de sumarse a ella. A la Unión Europea –y a Alemania, como motor de la integración europea- no le queda más que volver a emprender la ardua tarea diplomática en los Balcanes. Y Bruselas debe también respaldar económicamente con mucho más vigor a esos países, para poner un contrapeso a la táctica rusa.