Como sobrevivir en Alemania sin saber alemán
19 de julio de 2005
Caso 1: Tomar un tranvía
El primer problema se plantea en el transporte. Las cosas, como en cualquier otro país, no están en el mismo sitio en Alemania, por lo tanto, hay que moverse. Vemos un tranvía y decidimos –si previamente hemos pasado la odisea de preguntar cómo podemos llegar a donde queremos para terminar diciendo: "Sprechen sie Englisch?"– entrar en él. Hasta aquí, todo bien, pero, ¡maldición! No hemos pagado el pasaje, aunque tampoco nos lo han pedido. ¿Será gratis? Miramos a un lado y al otro. Parece que no viene nadie. Entonces apreciamos que allá al fondo del tranvía hay una máquina donde parece ser que se consigue el billete. Veamos: alemán, inglés, italiano, francés, turco… ¿y el español?, ¡vaya! No hay. Al final pasan dos cosas: a) Pagamos una barbaridad por un pasaje que posiblemente sea para todo el mes y parte del otro y b) No pagamos y vivimos en una constante psicosis persecutoria hasta que llegamos a nuestro destino. El punto b es curioso: todos son sospechosos, desde la señora que está enfrente hasta ese joven ejecutivo con su maletín, y todos parecen estar a punto de preguntar: "¿y su pasaje?" Por fin bajamos del tren; ¡Uf, que alivio! La próxima vez tomaremos el taxi.
Caso 2: Comprar en el supermercado
Los supermercados alemanes no encierran ningún misterio. Tienen, en mayor o menor medida, los mismos productos existentes en otros lugares. Al entrar en uno de ellos te das cuenta, como en cualquier otro lugar de este país, que no entiendes nada. Solución: referencia icónica, es decir, un plátano es igual aquí y en Pekín, así que a la hora de comprar no es necesario ser Goethe. Hacemos nuestra compra felices y contentos, calculamos lo que tenemos y, por lo tanto, cuanto podemos gastar. A ver: leche, huevos, queso, lechuga, cerveza por supuesto… Ya está todo. Por fin llegamos a la caja y nos disponemos a pagar cuando ¡horror!, es más de lo que habíamos calculado. ¿Cómo es posible? Hasta usamos la calculadora. Mientras tanto la cola que se crea debido a tu confusión empieza a crecer. Vamos a ver… Quitemos la leche. Pero si la aparto; ¿con qué bebo el café? La lechuga, no, que estoy a dieta. A todo esto, la cajera te mira con más mala cara que un pavo en Navidad. ¡Qué horror! Al final ya nos damos cuenta: en Alemania se recicla, y el precio que se indica no coincide con el real ya que hay que sumarle una cantidad: el precio de las botellas que se devuelve al regresarlas al supermercado.
Caso 3: Sacar dinero del banco
Si abusamos del caso 2, no nos quedará más remedio que prestar atención al caso 3. Sacar dinero de un banco alemán conlleva un entrenamiento específico. La mayoría de los cajeros automáticos alemanes funcionan en varias lenguas pero a veces nos encontramos en el caso 1, es decir, están todos los idiomas menos el que hablamos. Valientes y decididos introducimos nuestra tarjeta en el cajero automático. Todas las opciones en alemán, como era de esperar. Empezamos pues a tocar ininterrumpidamente todo botón que encontramos. Nada. No puedo sacar nada. Llegamos a pensar si, casualmente, hemos llegado a entrar en el sistema informático de la Casa Blanca. ¡Qué desesperación! ¡De aquí tiene que salir dinero! Salir es la palabra clave. Entonces, recordamos que al salir de los sitios se repite una palabra: "Ausgang". Aquí, en la pantalla del cajero hay una palabra que contiene "Aus". Ya está. Por fin aparecen números; eso sí lo entiendo.