Cuando el bosque de turba arde
23 de febrero de 2010En la zona de rascacielos de Yakarta, sus habitantes llevan máscaras para respirar mientras, perplejos, fijan su mirada en un cielo que el humo convierte en negro. La imagen se remonta a julio de 1997. Una enorme nube de humo se había extendido por toda Indonesia. El año había sido muy seco y la tala y quema de bosques se hallaba fuera de control. La nube alcanzó territorio australiano y no desapareció del todo hasta al cabo de un año. Ardieron diez millones de hectáreas, el doble de la superficie de Suiza.
En gran parte, fueron bosques de turba los que se quemaron. Apenas existe otro ecosistema en el mundo que absorba tanto dióxido de carbono. Y es que la turba constituye un estadio anterior al carbón. El proceso de descomposición vegetal en la superficie avanza en los bosques de turba de forma mucho más rápida que en aquellos lugares donde crece la selva tropical. Es por ello que los bosques de turba almacenan hasta 50 veces más CO2 que otras superficies boscosas tropicales. Hasta ahí lo que sabemos del bosque de turba. Y es que los investigadores conocen más bien poco sobre esa clase de bosque.
Entre otras cosas, que desaparece a marchas forzadas: en el Amazonas, en el Congo y en el sureste asiático. Solamente aquí crecen árboles sobre capas de turba de miles de años de antigüedad, muy húmedas y con grosores de hasta veinte metros. Es por ello que el bosque de turba es desecado a través de drenajes antes de su deforestación. Con la superficie forestal talada y quemada, el suelo de turba queda desnudo y se descompone lentamente al sol. Un proceso que libera enormes cantidades de CO2, mayores incluso que las que genera la quema de los árboles.
Indonesia, el país de los bosques de turba
El biólogo muniqués Florian Siegert investiga los bosques de turba justo en el lugar donde se encuentran la mitad del total de yacimientos a nivel mundial: en Indonesia. Allí, se talan cada vez más bosques de turba para crear plantaciones cuya superficie aumenta cada año en unas 500.000 hectáreas. “Hay otros bosques que están sobreexplotados desde hace mucho tiempo. Para la industria del aceite de palma, los bosques de turba aún están por explotar”, explica Siegert. Junto con otros colegas, advirtió ya por primera vez en el año 2002 de los enormes efectos que los bosques de turba tienen para el clima: los incendios de 1997 y 1998 en Indonesia supusieron tantas emisiones de CO2 como el total de emisiones de dióxido de carbono producidas por combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón en el mismo periodo de tiempo. En 2006, los bosques de turba volvieron a quemar durante algunos meses, produciendo tanto CO2 como el que liberó toda Alemania en el mismo año.
No es de extrañar que Indonesia sea el tercer emisor mundial de gases causantes del efecto invernadero. En los bosques de turba se almacenan 50.000 millones de toneladas de CO2. Si ardieran tan sólo la mitad de esos bosques, la consiguiente descomposición del suelo, extremadamente carbonoso, podría llegar a liberar hasta 90.000 millones de toneladas.
El gobierno indonesio es consciente de los riesgos. Es por ello que ha encargado la elaboración de estudios sobre la materia. El trabajo más reciente muestra cómo la mitad del total de emisiones de gases causantes del efecto invernadero que genera el país son atribuibles a la transformación de bosques de turba en plantaciones. Como muchos grupos ecologistas, los autores exigen que se ponga fin a estas prácticas. Con medios sencillos: la mejora de la prevención de incendios, el riego de las superficies de turba seca y la aplicación de las leyes ya existentes podrían evitar tres cuartas partes de las emisiones de CO2 asociadas a la turba.
Las leyes no se aplican
La aplicación de las leyes vigentes se enfrenta a graves problemas: en teoría, no se puede talar un bosque que crezca sobre una superficie de turba de al menos tres metros de grosor. Sin embargo, la tala ilegal está a la orden del día. Falta policía y administración que se encargue de sancionar a los infractores. “El grado de corrupción es muy elevado en Indonesia, lo que dificulta la protección de los bosques”, explica Peter Gerhardt, de la organización ecologista “Robin Wood”. El uso de imágenes de satélites podría mejorar la detección de las talas. Una convención sobre la protección de los bosques de turba aumentaría la presión sobre el establecimiento de sanciones, como exige la investigadora Angelika Heil, quien se doctoró con una tesis sobre el tema.
Sobre todo, es necesario persuadir a los productores de aceite de palma. Algo que sólo se puede conseguir con dinero. Indonesia dispone de millones de hectáreas de terrenos baldíos. Sin embargo, las compañías optan por los bosques para establecer plantaciones. El motivo, que pueden vender la madera antes de producir aceite de palma. Una posible solución pasaría por el denominado mecanismo REDD (Reducing Emissions from Deforestation and Degradation, “reducción de las emisiones procedentes de la deforestación y la degradación”), que debe formar parte de un cercano tratado mundial sobre el clima. El objetivo es remunerar a los propietarios de selva tropical que conserven sus árboles. Algunos productores de aceite de palma ya han anunciado que renunciarán a sus plantaciones si hay dinero de por medio.
El aceite de palma sigue siendo el problema
“Existe un buen punto de partida”, dice Siegert. Al fin y al cabo, sólo la renuncia al aceite de palma puede salvar a los bosques de turba. “Si cae la demanda, se impondrá un cambio de concepto”. El aceite de palma sigue siendo, sin embargo, parte de la estrategia de la Unión Europea sobre energías renovables. “Mientras la política siga subvencionando el consumo de aceite de palma para proteger el clima, nos encontraremos en una enorme contradicción”, afirma Siegert.
En su conjunto, los síntomas de un cambio de tendencia en la producción de aceite de palma son más bien poco halagüeños. Indonesia pretende doblar su producción en los próximos diez años. “Sobre todo, hay que reforzar el papel de la sociedad civil del lugar crítica con la situación”, afirma Peter Gerhardt. “Porque sólo si aumenta la estima de la población por los bosques tendremos la oportunidad de impulsar un cambio auténtico y a largo plazo”.
Autor: Torsten Schäfer
Redacción: Emili Vinagre