Cultura monacal: desde cerveza hasta arquitectura barroca
24 de mayo de 2007Centros de artesanías, educación, música, comercio y arte fueron los más de 500 monasterios que se encuentra entre los vastos campos de Westfalia. Un recién inaugurado museo atraviesa las brumas de la historia y los presenta como motores económicos y culturales del norte europeo. DW-WORLD conversó con Matthias Wemhoff, su creador y director.
Concentración en el norte
Cada 15 o 20 kilómetros, en las vastas extensiones de Westfalia -región de cultivos de cereales por siglos y siglos-, el viajero se encuentra con las edificaciones y los terrenos de algún monasterio. Se trata de los edificios de las órdenes mendicantes de franciscanos y capuchinos; los monjes blancos de la órden del Císter, los benedictinos de oscuro hábito; las abadías femeninas de las agustinas…. Entre las brumas del siglo XII y su disolución por la secularización del siglo XIX cientos de comunidades monacales determinaron la vida de esta región.
Entre Carlomagno y Lutero
Entre la conquista de Sajonia por Carlomagno y la desintegración del Sacro Imperio Romano Germánico por la guerra de los 30 años y por las reformas protestantes, las comunidades monacales vivieron su tiempo de gloria. "Hasta entrado el siglo XVIII fueron patrocinadores de artistas, músicos y organistas; también fueron los que cohesionaron la región; los que se encargaron de desarrollar la agricultura; de las construcciones hidráulicas y los acueductos, los que introdujeron muchas técnicas", cuenta Matthias Wemhoff.
Las artesanías y la agricultura
Westfalia, quizá por su ubicación geográfica lejana a los grandes arzobispados, concentró a través de los siglos muchas órdenes religiosas, en su mayoría femeninas. Aunque eran sistemas económicamente autárquicos -lo producían todo para el autoconsumo-, cada región descolló en alguna especialidad. A diferencia de otras regiones del norte de Europa en donde entre los muros conventuales se desarrolló por ejemplo la industria de los encajes, las comunidades westfálicas se especializaron en los cereales y en sus manufacturas. La cerveza entre ellas.
Cerveza monacal
Dalheim, el antiquísimo convento augustino que alberga el museo, poseía también su propia cervecería; el caldero central fue encontrado y reconstruido. "Se trataba, en primer lugar, de la producción de un alimento básico para el monasterio. En aquellos tiempos no era muy recomendable beber agua; y la cerveza era mucho más saludable porque por la fermentación podía ser conservada", cuenta Wemhoff y agrega, "lo más sensato era producir lo que más se pudiera en los propios terrenos; y los excedentes se destinaban al mercado". La cerveza y todos los derivados de los cereales representaban un buen negocio.
Simplemente, determinantes
Basta una simple ojeada a las ciudades westfálicas para notar su influencia en la arquitectura. "A Paderborn la marcan sus monasterios barrocos, pues también ocupan mucho de su superficie", explica el experto. En su interior, "los jesuitas se encargaron mayormente de la educación; las órdenes de franciscanos de lo social; los capuchinos del cuidado de enfermos; las monjas agustinas de la educación de las niñas".
Apogeo en los siglos oscuros
La gran ola de creación de conventos empieza en el siglo XII y gozan de prosperidad por largos 300 años. En las refriegas de las reformas luteranas y la guerra de los 30 años muchos cierran sus portones. Para 1680, sin embargo, la paz está firmada y las comunidades conventuales han pagado sus deudas bélicas. Retornan franciscanos y capuchinos; llegan los jesuitas. Y comienza una nueva época de esplendor. En la fiebre del barroco y su optimismo se reconstruyen y adornan los viejos monasterios.
Una muerte indigna
La secularización del XIX termina definitivamente con ellos. El que los terratenientes recibieran el permiso para desalojar a las comunidades religiosas tiene como resultado una barbarie cultural: "los monjes tienen que abandonar los conventos en pocos días; la iglesia se convierte en establo; los vitrales se rompen; los hierros forjados se funden; los objetos del altar se convierten en monedas", informa el director del museo.
A pesar de la destrucción que significó la secularización, el Museo de Dalheim en Paderborn excava, recupera, reconstruye y expone muchos y valiosísimos objetos. Entre los viejos muros del Convento Agustino y en sus terrenos y jardines, cuentan siglos de historias no sólo religiosas.