De ciudadanos corrientes a asesinos nazis
17 de enero de 2014El director austríaco Stefan Ruzowitzky mantiene el equilibrio sobre la cuerda floja entre la explicación y la acusación en su última película, “El mal radical” (“Das radikal Böse”). Su objetivo es también dar una lección a la sociedad de hoy en día, con un documental con elementos cinematográficos. Todo ello para proponer una controvertida pregunta: ¿Cómo se convierte un hombre física y psíquicamente normal en un asesino?
La película sigue los movimientos de los comandos dirigidos por las SS, asesinaron a dos millones de judíos en las zonas de la Unión Soviética ocupadas por las tropas alemanas entre 1941 y 1944. Asimismo, recopila opiniones de historiadores y psicólogos, busca respuestas en citas originales, diarios y documentos históricos. El director no se preocupa demasiado de retratar las escenas históricas con gran precisión; la mayor parte del tiempo, lo que se ve en pantalla son las caras de actores desconocidos en primer plano, mientras las voces se escuchan de fondo.
Un tema recurrente
Capturar el genocidio en una película, intentar explicar lo inexplicable… ¿Se puede hacer algo así? El historiador alemán Andrej Angrick opina que sí, pues no existen prohibiciones para el pensamiento. Además, el experto recuerda que el estilo cinematográfico de Ruzowitzjky no es nada nuevo: “Hay una buena cantidad de películas en las que se mezcla material de documental. No es una ruptura de estilos ni de un tabú, siempre y cuando se dé a conocer correctamente el origen de las citas utilizadas”.
Ruzowitzky recurre a los ya conocidos experimentos sociales de Stanford o Milgram para explicar los mecanismos de represión, coacción social y la presión de la conformidad. En ellos, investigadores comprobaron cómo los participantes reaccionaban a órdenes recibidas desde arriba que les conminaban a torturar a los demás.
En la película, no obstante, se deja claro un hecho que a menudo no se menciona: los hombres de estas tropas militares tenían una alternativa. Podían haberse negado a cumplir sus órdenes sin temer por su vida o su integridad física. El castigo por rechazar una orden era una mera transferencia, o un traslado durante la siguiente ronda de promociones. “Todo dependía de la motivación”, explica Andrej Angrick. “Un argumento del tipo ‘yo no he venido al frente para matar mujeres y niños, sino para luchar' era aceptable. Un argumento que apelara a consideraciones ideológicas podía resultar un problema para el soldado”. Quien se negaba a cometer asesinatos, simplemente, pasaba a realizar otras tareas, según Angrick. No se castigaban con despidos ni con sanciones.
¿Por qué, entonces?
En la película se puede ver que el primer pelotón de fusilamiento supuso para estos hombres una terrible carga emocional. Pero después comenzaron a entrar en una dinámica de grupo, en la que acabaron sucumbiendo a la presión de la conformidad. El adoctrinamiento propagandístico hizo el resto.
Al final, los asesinatos se convirtieron para estos hombres en una especie de trabajo sucio que se debía hacer para llegar a un objetivo más alto: la utopía germánica, una sociedad perfecta, según Angrick. “Los judíos se asesinaban no por ser judíos, sino porque tanto ellos como las demás víctimas del nacionalsocialismo eran un obstáculo en la vía hacia el ‘jardín del Edén ario'”, concluye el experto.
El título de la película recuerda a una carta del filósofo alemán Immanuel Kant de finales del siglo XVIII, donde argumentaba que la predisposición contra las normas establecidas dormita en cada uno de nosotros. Y esto es precisamente lo que se refleja en la película, tan claro como el agua: los asesinos no pueden justificarse argumentando que no tenían otra alternativa, o echando la culpa al ente abstracto que era el estado nacionalsocialista. Ellos fueron personalmente responsables por sus actos.