El coronavirus, "candidato de piedra" en Latinoamérica
26 de enero de 2021Los adivinos y profetas tienen una dura tarea por delante en América Latina. Este año, la región entra en un nuevo ciclo electoral que incluirá comicios presidenciales en Perú, Ecuador y Chile, además de importantes consultas legislativas en naciones como México y Argentina.
El escenario no podría ser más complejo para estos sufragios, con el continente sufriendo la peor contracción económica en un siglo, millones de habitantes hundiéndose en la miseria y una pandemia de la que no se avizora el final. Más que la oscilación de un péndulo entre gobiernos de derecha o izquierda, cabe esperar que en este 2021 las urnas se comporten como un látigo que castigará a las actuales administraciones por su gestión ante el coronavirus.
El "candidato de piedra" -literalmente, sin voz ni voto pero con absoluta presencia en estos procesos- será un agente infeccioso microscópico cuyo nombre no aparece en ninguna boleta pero que sacudirá el tablero político regional. Aunque no todo va a la cuenta de los actuales ejecutivos, los electores les harán pagar por el colapso económico, el estancamiento empresarial, el largo confinamiento, los excesos policiales para contener los contagios, el crecimiento del desempleo, la saturación de los hospitales y hasta el comportamiento de las ayudas implementadas durante la pandemia.
Duelo por lo que el COVID-19 arrebató a la sociedad
Con todo lo que les ha arrebatado el COVID-19, muchos se encuentran aún en la fase del duelo que es la ira, y esos sentimientos de frustración e impotencia se expresarán en los colegios electorales. Sin embargo, una sociedad en ese estado de airada reclamación y de dura culpabilización de su ejecutivo también incuba enormes peligros.
Entre los ingredientes que conforman el caldo de cultivo propicio para un populismo está justamente la existencia de una ciudadanía decepcionada por sus líderes y ansiosa de darles un escarmiento. Esa indignación puede ser utilizada por demagogos, grupos extremistas, agendas excesivamente proteccionistas, nacionalismos esperpénticos y facciones con la mira puesta en dinamitar los frágiles pilares democráticos de esas naciones.
En un contexto epidemiológico donde se hace difícil, casi imposible, realizar actos masivos en las calles, mítines de campaña y debates públicos o televisivos entre candidatos, las redes sociales seguirán ganando en las próximas semanas un especial protagonismo en estas contiendas presidenciales y legislativas.
Pero el mundo virtual ya ha demostrado tanto el potencial que le aporta a una competencia política como los riesgos que le añade. Por otro lado, la mera realización de estos procesos ya representará un desafío en plena emergencia sanitaria. Sus organizadores tendrán ante sí el reto de lograr que millones de personas ejerzan su derecho político a elegir pero en un marco que les garantice la preservación de su salud.
El coronavirus, ¿una oportunidad?
La incorporación del voto electrónico, por correo o en línea podrían contribuir en ese empeño pero también será una infinita fuente de controversia, duda y denuncia. En una región con un largo historial de fraudes y manipulaciones electorales, algunos pícaros podrían intentar aprovecharse.
No obstante, en su condición de incómodo invitado al convite electoral, el coronavirus también podría brindar una oportunidad para probar que pueden llevarse a cabo comicios transparentes y sólidos, con una infraestructura que preserve la salud y genere confianza.
Quizás también sea el momento para que emerja una nueva y mejor forma de hacer política. Como le ocurre a tantos pacientes que sobreviven a un diagnóstico mortal y empiezan a valorar más su existencia, tal vez los candidatos que han podido superar el durísimo 2020 se acerquen a las urnas con menos partidismo y más humanidad.
Pronosticar resultados en un entorno tan convulso resulta una tarea ardua además de estéril; pero seguir estos comicios desde países con regímenes autoritarios y mascaradas electorales, al estilo de Venezuela, Nicaragua y Cuba, provoca en cualquier ciudadano -que no tenga derecho a elegir sus líderes- el intenso deseo de lanzarse a la incertidumbre de una votación, por problemática que parezca. (cp).