El legado de Mugabe continúa
6 de septiembre de 2019Era una noche calurosa de octubre de 2009, mis compañeros líderes estudiantiles y yo estábamos tomando el transporte público a casa después de celebrar el cumpleaños del hijo de un colega. En nuestras mentes, ese viaje coronaría lo que había sido un día alegre. Ninguno de nosotros sabía que los eventos darían un giro inesperado y terminaríamos en una celda fría.
Después de abordar un autobús de cercanías en una de las terminales más concurridas de la capital de Zimbabue, Harare, en la Plaza del Mercado, camino a nuestro suburbio de clase baja de Glen View, nos pusimos a conversar sobre los diversos eventos sociales, asuntos políticos y económicos de la época. En un Zimbabue donde el espacio para los derechos humanos era limitado, la gente a menudo evitaba participar en conversaciones públicas que tocaban la política y los fracasos del gobierno. La conversación fue bastante emotiva y animada, ya que las personas en este autobús expresaron apasionada y abiertamente su descontento con el continuo deterioro de la economía y la subsiguiente represión despiadada sobre cualquier forma de disenso.
Robert Mugabe, que todavía era presidente en ese momento, se negaba a aceptar un acuerdo gubernamental inclusivo luego de su derrota en una elección presidencial ante el líder opositor Morgan Tsvangirai, quien moriría de cáncer en 2018. Uno de mis colegas habló en voz alta de cómo Robert Mugabe fue la razón por la cual Zimbabue atravesaba una crisis política.
La plática se convirtió en un caos, y algunos pasajeros gritaban que la sola mención de Mugabe podría meter en problemas a todos en el autobús. Como prueba de esas palabras, el conductor repentinamente dio un giro en U y condujo directamente a la Estación Central de Policía de Harare.
A nuestra llegada a la estación, tristemente célebre por ser centro de detenciones arbitrarias, cuatro policías armados que habían sido informados sobre lo sucedido en el autobus no perdieron tiempo en esposarnos y declarar que habíamos cometido "traición". Durante alrededor de dos horas pasamos por interrogatorios y palizas severas, antes de que, finalmente nos dejaran en celdas inmundas.
Algunos de mis colegas estaban sangrando, pero se les negó atención médica. Lo que siguió fueron dos noches bajo custodia policial hasta nuestra liberación.
Una revolución traicionada
Este fue uno de los muchos incidentes con los que me encontré como activista estudiantil bajo los terribles años del gobierno de Mugabe. Insultar o intentar poner en tela de juicio al presidente fue uno de los delitos más comunes por los que los zimbabuenses fueron víctimas al ejercer la libertad de expresión, derecho garantizado en la Constitución del país.
Fui uno de los cientos de estudiantes activistas arrestados, golpeados, detenidos o excluidos de las clases durante el reinado de Mugabe. Después de la formación de la oposición, el Movimiento para el Cambio Democrático, en 1999, al que el movimiento estudiantil le fue muy instrumental, la mano dura de Mugabe hacia los activistas estudiantiles en las universidades terciarias de Zimbabue empeoró. Hubo un récord de estudiantes muertos; a algunos se les prohibió estudiar en Zimbabue de por vida; muchos enfrentaron suspensiones severas, y todo eso fue una de las armas que Mugabe usó para silenciar a una masa crítica, es decir, los estudiantes.
Nos sentimos traicionados por Mugabe y su generación, por su egoísmo y avaricia. Les habían negado a los jóvenes los frutos de la liberación de Zimbabue. El colapso de la economía, el desempleo, la corrupción y el abuso de poder me motivaron a desafiar su reinado, aunque era un camino peligroso. No fue fácil, con casos de desapariciones, agresiones y arrestos de estudiantes reportados diariamente.
Muchos cómplices sobreviven
Después que se anunciara la muerte de Mugabe, este viernes (06.09.2019), reflexioné sobre su legado. Este es un hombre que en sus primeros años en el poder defendió una política radical de educación para todos y, para reconocerle ese mérito, la mayoría de los zimbabuenses de entornos pobres se benefició de esta medida. Pero ese sueño de educación para todos en el año 2000 se transformó en una pesadilla cuando Mugabe privatizó y mercantilizó los estudios, lo que resultó en una negativa al acceso a la educación avanzada para miles de estudiantes de entornos pobres.
Como el legado de Mugabe continúa siendo debatido, sería prudente que nos preguntásemos si actuó solo en los abusos masivos de los derechos humanos que caracterizaron su liderazgo y la destrucción de la economía de Zimbabue.
La respuesta es no. Mugabe no estaba solo: representaba un sistema de gobierno que yo llamo mugabismo. Su expulsión en 2017 y su muerte, esta semana, han expuesto el poder detrás de sus 37 años de terror. El historial de abusos en Zimbabue contra los derechos humanos continúa y empeora con los líderes que intentan desligarse de él.
Al final, la muerte de Robert Mugabe es la muerte de un hombre amargado, traicionado por los lugartenientes en quienes tanto confiaba.
(mn/cp)
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