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El Mundial politizado de Brasil

Astrid Prange / JAG16 de mayo de 2014

Las masivas protestas han cambiado el país. Pero aun así, el Mundial de Brasil no servirá para hacer campaña electoral, opina Astrid Prange.

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Imagen: Reuters

Este Mundial polariza. ¿Pasará a la historia como un fiasco político y deportivo de Brasil o resultará ser, contrariamente a lo que se prevé, una gran fiesta pacífica del fútbol? Desde las últimas protestas convocadas para el jueves (15.05.2014), cada vez hay más señales de que se acerca a su fin la utilización política de la que ha sido objeto el mega evento deportivo.

Un indicio es la poca participación en las manifestaciones convocadas en todo el país. Ya no son los estudiantes los que salen a la calle para pedir reformas políticas. En vez de ellos, algunos profesores en huelga, policías o conductores de autobuses son los que agitan las banderas y usan el Mundial como medio de presión para conseguir un aumento de sueldo. También la asociación de los Sin Techo está usándolo como plataforma de protesta. O los miembros violentos del Bloque Negro.

Astrid Prange, redacción brasileña de DW.
Astrid Prange, redacción brasileña de DW.Imagen: DW/P. Henriksen

No obstante, el Mundial tampoco está sirviendo para preparar la campaña electoral. Ni para movimientos políticos ni para los partidos políticos. Desde 1994, las elecciones presidenciales y parlamentarias de Brasil coinciden cada cuatro años con el Mundial de fútbol. Y hasta ahora, el desempeño de la selección nacional nunca influyó en los resultados.

Cuando Brasil se convirtió en campeón mundial en Estados Unidos en 1994, la alta inflación fue el eje de la campaña electoral. Cuando la "Seleção" perdió contra Francia en la final de 1998, el entonces presidente, Fernando Henrique Cardoso, fue reelegido debido a su exitosa política anti inflacionista.

Tampoco la histórica victoria de Luiz Ignacio Lula da Silva de 2002 tuvo relación con las victorias en Japón y Corea. El dirigente sindical Lula no ganó por el trofeo, sino por su agenda social. En 2006 volvió a ganar la elección presidencial, a pesar de que Brasil perdió encuentros contra Francia.

En las elecciones convocadas para octubre, el Mundial tampoco debería ser un factor decisivo. Aunque la presidenta Dilma Rousseff sea probablemente amonestada por el desorbitado gasto destinado al evento deportivo, eso no significa que sus contrincantes vayan a poder beneficiarse.

No obstante, este Mundial es de todo menos apolítico. Las protestas que hace un año empañaron la Copa Confederaciones sometieron al país a una prueba de madurez política. En Brasil ya pasaron los tiempos en los que eventos tan magnos se podían vender como grandes logros económicos y políticos. Y es mejor que sea así.

Además, es el primer país que planta cara a la FIFA. El pueblo no está dispuesto a ofrecer a los señores del fútbol un alegre escenario para su espectáculo millonario. El pentacampeón mundial ya no lo necesita. Con casi tres millones de personas en Copacabana, el país ya mostró su capacidad como organizador de grandes eventos en el Día Mundial de la Juventud de 2013. Brasil ha cambiado y ojalá que la FIFA también aprenda de eso.