"El Salvador camina a paso firme hacia una dictadura plena"
19 de junio de 2023Primero, lo indispensable: los agradecimientos. Gracias a la DW por otorgarme este reconocimiento en estos tiempos de persecución en Centroamérica. Es un honor recibirlo. Gracias a mi familia por ser el refugio indestructible donde resguardarse ante los constantes ataques. Gracias a Alejandra, mi compañera, que hoy me acompaña aquí, en este momento feliz, pero que ha estado a mi lado en cada una de las noches de zozobra y de los días de angustia.
Vengo a recibir este reconocimiento en nombre del gremio periodístico centroamericano al que pertenezco. Vengo también a recibirlo como miembro del periódico El Faro, que lleva 25 años dedicado a explicar esa convulsa región del mundo que habitamos. Vengo, pues, lleno de pesar, pero también lleno de orgullo, porque represento a un grupo de personas que ha cumplido su misión de informar a pesar de que eso haya hecho que sus vidas sean, por momentos, miserables.
Más de 150 periodistas de Nicaragua han tenido que dejar su país ante el acoso, el encarcelamiento y la tortura impuesta por el dictador Daniel Ortega, que olvidó todo aquello por lo que luchó con los sandinistas, y terminó convertido en un tirano aún peor que aquel al que sacó del poder cuando aún era un revolucionario. Algunos de esos periodistas, cuando ya estaban fuera del país, viviendo en el exilio, fueron notificados de que el dictador les había desterrado, les había quitado la nacionalidad y todos los bienes que tuvieran en su país. Algunos de esos periodistas salieron por puntos clandestinos de la frontera, de madrugada, de la mano de sus hijos pequeños, para evitar caer en las garras del régimen; otros, salieron en lanchas y aún lloran cuando recuerdan la última vez que, al voltear atrás, vieron los cerros de su país; hay algunos que tuvieron que pasar sus primeras noches de exilio en la banca de algún parque, hasta que encontraron la solidaridad de otra gente exiliada que les ayudó a acomodarse donde cupieran. Y, sin embargo, a pesar de la persecución, la huida, el exilio, la precariedad, el miedo y el destierro, la mayoría de esos periodistas siguen investigando desde afuera, revelando los pactos clandestinos y la corrupción del dictador. ¿Qué compromiso tan grande mueve a esa gente que, en el momento más angustiante de sus vidas, aún cumple con su credo y hace periodismo?
La justicia en Guatemala está secuestrada por grupos que quieren extinguir de una vez por todas la posibilidad de que se juzgue a los poderosos, a quienes masacraron en la guerra civil o a quienes saquearon las arcas del Estado siendo presidentes o empresarios. El periodista más emblemático de ese país, José Rubén Zamora, fue condenado hace cinco días a seis años de prisión por lavado de dinero, luego de un juicio con decenas de irregularidades y en el que el periodista tuvo que cambiar diez veces de abogado defensor, ya sea porque los amenazaron o los acusaron de algún delito vinculado a su ejercicio como defensores de Zamora. La justicia está secuestrada por los poderosos en Guatemala, y por eso ocuparon este juicio para aleccionar al periodismo independiente: en medio de este proceso, se ordenó la investigación contra otros nueve periodistas y columnistas acusados de atacar con sus publicaciones a la fiscalía que acusaba a Zamora. Más de 22 periodistas de Guatemala están ya en el exilio. José Rubén Zamora continúa pasando sus jornadas encerrado en una celda con apenas ventilación y luz, de la que solo sale una hora al día. Muchos periodistas han huido, porque saben que vienen por ellos, pero muchos más se han quedado, a pesar de que saben que están en las listas de enemigos del poder. Y siguen ejerciendo, averiguando, revelando, y no solo en la capital, sino también en comunidades indígenas del interior donde, lejos de los reflectores y las cámaras de los medios internacionales, se enfrentan a grandes empresas multinacionales que tienen pactos con el Gobierno. ¿Qué vocación más radical les hace quedarse cuando el poder ya les ha mostrado que, por hacer su trabajo, pueden terminar encerrados por años en la oscuridad?
En Honduras, la consecuencia última. El acoso digital, las amenazas del poder, los seguimientos e intervenciones quedan en un segundo plano cuando vemos a un país en el que, solo en 2022, tres periodistas más fueron asesinados, según la Secretaría Interamericana de Prensa. A uno de ellos, hombres vestidos de policías lo sacaron de su casa, lo amordazaron y lo ejecutaron en plena calle, en la capital. Y, sin embargo, decenas de periodistas en ese país siguen investigando los vínculos entre el crimen organizado y el Estado, entre el crimen organizado y la empresa privada. ¿Qué les hace levantarse cada mañana de sus camas, despedirse de sus hijos, y salir a investigar en un país donde por ello pueden matarte?
El Salvador, de donde yo vengo y a donde volveré tras recibir este premio, camina a paso firme hacia convertirse en una dictadura plena. Ya no es una democracia. Algunos tanques de pensamiento lo describen como un régimen híbrido. Que conserva algún maquillaje demócrata, pero que en esencia es un régimen autoritario. Principalmente periodistas, fuimos sometidos a 17 meses de espionaje con Pegasus, y no hay ninguna investigación seria al respecto. Solo en mi medio, El Faro, 22 personas fuimos intervenidas cuando, entre otras investigaciones, reuníamos pruebas sobre el pacto secreto del presidente con las pandillas criminales. Se han creado leyes mordaza que pueden meter preso hasta por 30 años a un periodista que revele información vinculada a pandillas o a sus pactos con el poder si un juez considera que dicha información genera "zozobra". ¿Quién define qué es zozobra? Los jueces del régimen. Recién hace dos semanas, el jefe de la policía dijo que irían por los periodistas, que pronto la gente nos verá enjuiciados y encarcelados. Llevamos más de un año bajo la figura de régimen de excepción, que en esencia permite que cualquier policía o soldado detenga y encarcele a cualquier persona si la considera sospechosa. Decenas de esas personas han muerto en las cárceles del régimen, y sus cuerpos han salido con señales de tortura. Como ya han demostrado decenas de publicaciones periodísticas e informes de organizaciones nacionales e internacionales, la tortura se ha vuelto una política estatal. Las palabras que nos atormentaron durante nuestra guerra civil de 12 años vuelven a sonar con fuerza: exilio, represión, persecución política, tortura. Todo este andamiaje es controlado por un solo hombre: el popular presidente Nayib Bukele. Una sociedad huérfana de procesos de paz vuelve a creer que la violencia es la solución. Y el periodismo queda ahí en medio: perseguido por el poder, despreciado por buena parte de la sociedad a la que informa. Y sin embargo, el periodismo salvadoreño nunca en este siglo había revelado tantos casos de corrupción, de impunidad y violencia estatal. ¿Por qué todos esos periodistas siguen investigando al todopoderoso de El Salvador, si saben que el día que él quiera cualquiera de ellos terminará encerrado en cárceles de muerte por varios años?
Habrá matices en cada respuesta, habrá motivaciones personales de cada colega. Pero estoy seguro de que, en general, la respuesta de este gremio centroamericano al que me enorgullece pertenecer es una: porque a más oscuridad, más necesidad de periodismo, así lo creemos, y no nos importa si no tenemos razón.
Mis colegas han demostrado que entendieron su rol histórico, que no solo hablaban de compromiso y sacrificio cuando las copas enredaban la mente en algún bar de San Salvador, Ciudad de Guatemala o Tegucigalpa, sino que cumplieron su credo cuando volvieron los tiranos: así toque exilio, así toque cárcel.
Creo, se los pido a ustedes aquí reunidos, que un gremio así se merece toda la solidaridad. No nos abandonen, que seguiremos informando. No nos abandonen, que los poderosos vienen por nosotros.
Quiero cerrar este discurso con una consigna más emotiva que profunda, para que resuene a modo de grito vital, porque estamos agobiados, pero no rendidos.
A mi gremio de la región, valiente, incorruptible: Larga vida al periodismo centroamericano.
A mi gente del periódico, a quienes he visto renunciar a su tranquilidad desde hace ya años: larga vida al periodismo de El Faro.
El silencio no es opción.
No importa lo que cueste, no es nuestra opción y nunca lo será.
Muchas gracias.
(gg)