Síndrome de Amok o locura asesina
5 de abril de 2012Hace justo ahora 10 años sucedió un hecho inconcebible. Corría abril de 2002 cuando un estudiante de 19 años tomó por asalto su escuela de secundaria de Erfurt y hacía correr ríos de sangre. Cuando su locura asesina concluyó, se contabilizaron 16 víctimas mortales entre profesores y alumnos, ejecutados por los disparos de Robert Steinhäuser, que hacía poco había sido expulsado del centro.
Un fenómeno global
Ines Geipel supo del hecho un par de horas después. En aquel momento, daba clases de teatro en Berlín. “Algunos de mis alumnos habían estudiado justo en aquella escuela hacía solo un par de años”, explica en voz baja. “Todos quedamos consternados, sin palabras. Hasta entonces pensábamos que esas cosas solo sucedían en las películas o en otros lugares”.
Geipel trató de comprender aquella repentina vulnerabilidad que dejó a la sociedad estupefacta. En su libro El síndrome de Amok o la escuela de la muerte, analiza minuciosamente cinco casos de asesinos de este tipo y desvela sus mecanismos internos. Para documentarse, la escritora viajó hasta los lugares donde ocurrieron los crímenes, habló con víctimas, testigos oculares e incluso tuvo acceso a actas e informes policiales inéditos.
Excéntricos dolidos con la sociedad
"La locura asesina se ha convertido en un fenómeno global”, explica Geipel. “Estos monstruos suelen tener un perfil similar”. Casi todos ellos provienen de familias bien situadas, viven en ciudades pequeñas y tienen fama de excéntricos. “Muchos sufrieron acoso en la escuela. Los menos tienen algún amigo”, continúa la escritora.
Añádase a ello la inmensa presión que muchos sufren en sus propias familias. Al no poder satisfacer las exigencias de su entorno, se retraen o se sumergen en un mundo ficticio. “La mayoría siente gran afinidad con el teatro y el cine”, señala Ines Geipel. “Es una búsqueda desesperada de su personalidad, de su propio papel”. El mundo anónimo de Internet supone para ellos un refugio y terreno lúdico. Pueden sumirse en el reino de los juegos de ordenador e ir escalando niveles, algo que no consiguen en el mundo real. Y se acostumbren a la violencia virtual. “No es que estos jóvenes no tengan emociones”, explica Geipel. “Pero poco a poco van aislando su afectividad”. En no pocas ocasiones, la escritora ha leído en sus cartas de despedida: “Debo aprender a no sentir nada”.
La influencia de los medios
Una de las tesis de Geipel es que la radicalidad y la frecuencia de quienes padecen el síndrome de Amok ha aumentado en los últimos años debido a la extrema difusión mediática del fenómeno. “Robert Steinhäuser, por ejemplo, se descargó los planes de los asesinos de Columbine”, dice la escritora.
El ataque masivo a la escuela secundaria norteamericana sacudió al mundo en 1999 y, durante semanas, los medios no cesaron de hablar del asunto. “Quienes padecen el síndrome de Amok copian, imitan”, señala Geipel. Incluso suelen llevar el mismo atuendo, con frecuencia de corte militar. El objetivo es sembrar el horror. “Hoy día, incluso suelen filmar los ataques con sus propias cámaras”, señala. “Es el afán por lograr la máxima repercusión mediática por parte de personas en extremo inseguras. Los padres que familiarizan a sus hijos con las armas desde pequeños como forma de “hacerlos más duros” son una constante en las vidas de quienes se dejan arrebatar por la fiebre asesina”.
Diferencias culturales
“Hay diferencias culturales en cuanto al tratamiento público que se da a estos casos”, dice Ines Geipel. “En Australia, el nombre del asesino de Port Arthur, Martin Bryant, es un absoluto tabú. Y en Noruega, la gente hojea con rapidez las páginas del periódico dedicadas a Anders Breivik. Hasta tal punto llega la vergüenza nacional”.
En Alemania, por el contrario, se opta por hablar abiertamente del horror. Quizá porque los alemanes han aprendido de su propia historia. Hoy día, los crímenes cometidos por el nazismo entre 1933 y 1945 son una herida nacional que no puede olvidarse.
Desde que se diera el caso del asesino de Erfurt, la ley de posesión de armas se ha endurecido y la policía ha desarrollado estrategias específicas para estos casos. “Incluso en los jardines de infancia, las puertas se han diseñado de tal manera que clases completas de niños pueden quedar allí atrincheradas”, dice Geipel. “El verdadero problema es que demonicemos a los asesinos y los tratemos como casos aislados. Quienes padecen el síndrome de Amok proceden de nuestra propia sociedad y en muchos casos están más cerca de lo que nos pensamos”, concluye la escritora.
Autor: Aygül Cizmecioglu/MS
Editor: Rosa Muñoz Lima