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El Tratado de Maastricht

2 de junio de 2009

El Tratado de la Unión Europea firmado en la localidad holandesa de Maastricht fue el mayor paso en el proceso de integración política de la Unión Europea desde la firma de los Tratados de Roma de 1957.

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Imagen: picture-alliance/dpa

En los años 1989/1990 una atmósfera gélida dominaba la política europea. Los alemanes se veían confrontados ante la recriminación de que impulsaban con toda fuerza la integración de los dos Estados alemanes sin consideración hacia sus vecinos. La primera ministra británica Margaret Thatcher (1925) mostraba inquietud ante un fuerte posicionamiento de Alemania en el centro de Europa, con más de 80 millones de habitantes. Se temía que un Estado alemán poderoso acabaría dominando al resto de los países europeos. Tampoco el presidente francés François Mitterrand (1916-1996) se mostraba muy complacido ante la idea de tener una Alemania unificada en la frontera oriental de Francia.

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Helmut Kohl y Francois Mitterrand en Verdun, símbolo de la amistad franco-germana.Imagen: picture-alliance/ dpa

Unificación política

Desde 1985 el político francés Jacques Delors (1925) ejercía el cargo de presidente de la Comunidad Europea. Fue él quien tras bambalinas condujo hábilmente las negociaciones que diluyeron la inicial desconfianza. Sobre todo François Mitterrand y el canciller federal alemán Helmut Kohl (1930) eran los más entusiastas partidarios de la integración europea. Un proceso que más allá del ámbito político debía conducir a una unión monetaria. Además debía acordarse una política Exterior y de Seguridad comunitaria que pudiera ser asumida por los ministros del Exterior europeos. La población de la Unión Europea adquiriría la ciudadanía de la UE, mientras que en el ámbito de política interna había que fortalecer los procesos democráticos y promover la cohesión social. Tales los planes.

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Despedida del Marco Alemán, D-Mark, así como de sus monedas.Imagen: AP

Integración monetaria

Sin embargo, la conformación de una futura política europea comunitaria, representada con una sola voz no despertó ni de lejos la emoción que provocó el acuerdo de introducir una moneda común. El euro, entraría en vigencia a partir del 1° de enero de 1999 en el sector bancario, y tres años después en la circulación de billetes y monedas. La anunciada desaparición del marco alemán (D-Mark), el franco francés, el florín holandés y otras monedas europeas provocó miedo ante un posible brote inflacionario y dudas sobre la estabilidad monetaria. En toda Europa se discutieron los pro y contra. Las personas mayores recordaban las experiencias vividas durante los devastadores períodos de hiperinflación –sobre todo en el período de entreguerras- que habían destruido varias veces los patrimonios familiares y arrastrado a la población a la miseria.

El llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento, propuesto por el gobierno alemán en la cumbre de la Unión Europea de Dublín de 1996, tranquilizó muy poco los ánimos. Consistía en una supervisión fiscal de los países miembros y un régimen de sanciones a los países que lo incumplieran a través de un endeudamiento excesivo que pudiera desencadenar un brote inflacionario. Como se vio después, el pacto, a través de los llamados criterios de convergencia, fue un instrumento efectivo para asegurar la disciplina fiscal en los presupuestos nacionales.

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Los ministros del Exterior, Hans-Dietrich Genscher (izquierda), y de Finanzas Theo Waigel (derecha), firmaron el 7 de febrero de 1992 el Tratado de Integración Económica y Monetaria.Imagen: picture-alliance/ dpa

Críticas al proceso

En Alemania los críticos recriminaban al entonces canciller Helmut Kohl haber sacrificado la estabilidad del marco alemán como concesión a los países vecinos que aprobaron la integración alemana. Adicionalmente se creía que el Tratado de Maastricht crearía un monstruo burocrático y poco transparente que dominaría Europa desde Bruselas. Sin duda dicho tratado fue el resultado de negociaciones y concesiones y por ello sumamente complejo. Pero para los alemanes las ventajas de una unión política en Europa eran preponderantes. En 1992, el canciller federal Helmut Kohl defendió el Tratado de Maastricht en un congreso de su partido, la Unión Cristiano-Demócrata (CDU), con estas palabras: “Europa es para Alemania una cuestión de destino. Como nación en el centro del continente tenemos más fronteras y vecinos que otros países (...) Nuestro futuro nacional está más ligado que el de otros países al desarrollo del continente. Por ello no nos puede ser indiferente el camino de Europa, ya sea que quede irrevocablemente anclado en el proceso de integración política y económica o que vuelva a caer en las rivalidades nacionales que tuvieron lugar en el pasado”.

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Estadistas europeos participantes en la llamada Cumbre de Maastricht.Imagen: AP

Mirada hacia el Este del continente

Las discusiones en torno a un nuevo tratado para Europa fueron influidas también por los acontecimientos en Europa Oriental. En 1991 dejó de existir la Unión Soviética, sucesivamente los Estados que pertenecieron al antiguo bloque del Este se declararon partidarios del Estado de Derecho y manifestaron su anhelo de adherirse tan pronto como fuera posible a la “Unión Europea”, creada en Maastricht.

Tras varias fases de ampliación, la Unión Europea comprende ahora a 27 países miembros y representa un enorme atractivo para los países que no son todavía miembros. Visto desde fuera, las ventajas son superiores por mucho a las desventajas y dificultades que supone la organización de un espacio geopolítico con unos 500 millones de habitantes.

Autor: Matthias von Hellfeld/ EU

Editor: Pablo Kummetz