Buscando a Osama
5 de septiembre de 2011Publicidad
Entre 2000 y 2004, John McLaughlin fue el director interino de la CIA. Durante más de tres décadas y cumpliendo las funciones más disímiles, estuvo al servicio de más de once directores del servicio de inteligencia estadounidense. En 2010, un año después de que Washington descubriera nuevos planes para perpetrar ataques terroristas en Estados Unidos, el presidente Barack Obama lo nombró coordinador de un grupo de expertos en seguridad nacional para hacer frente a esas amenazas. Actualmente, McLaughlin es profesor visitante en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, Maryland. Michael Knigge lo entrevistó para Deutsche Welle.
Deutsche Welle: Señor McLaughlin, usted trabajó durante más de treinta años para la Agencia de Inteligencia Central (CIA). ¿Cuándo oyó hablar de Osama bin Laden por primera vez?
John McLaughlin: A mediados de la década de los noventa. Hacia 1996 nos dimos cuenta de que bin Laden era un financista importante de las actividades de Al Qaeda y otros grupos. Fue en ese momento cuando abandonó Arabia Saudita para radicarse en Afganistán y yo preparé un reporte al respecto para el Gobierno estadounidense. En el año 1997 calificamos a bin Laden como un peligro potencial para Estados Unidos. Luego vinieron los atentados con explosivos contra las embajadas, consumados en 1998; el ataque al buque lanzamisiles USS Cole, perpetrado en el año 2000; y, por supuesto, los atentados del 11 de septiembre de 2011.
Estados Unidos intentó en vano atrapar a bin Laden antes del 11 de septiembre de 2001. ¿En qué medida cambió la búsqueda de su paradero después de los ataques?
Los ataques del 11 de septiembre de 2001 tuvieron un impacto enorme sobre la vida nacional en Estados Unidos y la búsqueda de bin Laden se intensificó considerablemente. Antes de esos sucesos, bin Laden había coordinado atentados contra objetivos estadounidenses ubicados fuera del territorio nacional. La administración Clinton se tomó en serio estos incidentes, pero, en aquel momento, había muchos otros problemas por resolver en Estados Unidos. Y, aunque se le dio prioridad a la captura de bin Laden, su búsqueda no gozó de la misma jerarquía que se le dio después del 11 de septiembre de 2001: entonces se invirtió mucho más en los servicios de inteligencia y el número de trabajadores dedicados a esa tarea aumentó dramáticamente.
Un hito en la búsqueda de bin Laden fue el momento en que figuras de alto rango de Al Qaeda se refugiaron en las montañas afganas de Tora Bora para protegerse de los ataques estadounidenses. ¿Por qué se le escabulló bin Laden a las tropas estadounidenses y cómo reaccionó Usted a ese revés?
Lo que ocurrió en Tora Bora y cómo ocurrió exactamente sigue siendo motivo de controversia y acaloradas discusiones. Algunos de mis mejores amigos opinan que hemos debido ponerle las manos encima en aquel momento y otros ponen en duda que eso haya sido posible. Mi opinión personal es que, en un terreno tan escarpado como ese y bajo condiciones tan difíciles como las que se presentaban en aquel instante, habríamos debido contar con un número de soldados muchísimo mayor del disponible para poder tener una oportunidad real de atrapar a bin Laden. Es más, aún así, las características del terreno y la limitada información de inteligencia disponible habrían dificultado la misión.
¿Es cierto que Estados Unidos nunca más estuvo tan cerca de capturar a bin Laden como en Tora Bora, hasta que dio con su paradero y lo asesinó en mayo de 2011?
En general, yo creo que es cierto. Entre 2001 y 2011 siempre surgían reportes sobre su posible paradero y nuevas estrategias para atraparlo. En varias ocasiones estuvimos convencidos de poseer información valiosa aunque sólo aproximada sobre su ubicación, pero nunca de poseer datos o coordenadas exactas. De ahí que lo hayamos buscado sistemáticamente y que hayamos borrado de la lista, uno a uno, los lugares en donde no lo encontramos.
En ese período teníamos como meta continuar la cacería de manera intensiva, pero sin dejar de concentrarnos en la destrucción de la red de Al Qaeda que lo apoyaba. En otras palabras, teníamos claro que debíamos continuar buscando a bin Laden, pero también que lograríamos debilitarlo considerablemente y reducir el riesgo de un nuevo atentado terrorista si destruíamos la red de comunicación, de logística, de escondites seguros, de financistas y de donantes de Al Qaeda. De esa manera procuramos aislar a bin Laden y facilitar su captura. Y creo que, a grandes rasgos, eso se nos dio bien.
¿Por qué fue tan difícil para una potencia militar como Estado Unidos, con todas sus fuentes de información privilegiada, capturar al terrorista más buscado del mundo?
En un ámbito como el mío, el de los servicios secretos, la mayor de las dificultades es la de encontrar a una persona. Miremos hacia atrás, hacia la época de la Guerra Fría: en aquel momento buscamos cosas grandes alrededor del mundo, desde bombas nucleares soviéticas hasta divisiones de batalla a lo largo de la frontera interalemana, pasando por submarinos y aviones bombarderos. En la lucha contra el terrorismo posterior al 11 de septiembre de 2001 la búsqueda se concentra en cosas pequeñas: una bomba en una maleta o una persona en una ciudad con millones de habitantes. Eso es muy difícil; sobre todo cuando la persona que se busca agota prácticamente todos los recursos a su alcance para camuflarse.
Permítame darle un ejemplo: hace algunos años en Atlanta se llevó a cabo un atentado en el marco de un evento olímpico. Y aunque en Estados Unidos tenemos todos los recursos legales y jurídicos a nuestro alcance para facilitarnos las tareas, tardamos tres o cuatro años en encontrar a la persona responsable de colocar la bomba. Otro ejemplo: en 1993, un empleado de la CIA fue asesinado frente a nuestra sede principal y pasaron cuatro años antes de que pudiéramos capturar al asesino en Pakistán y traerlo a Estados Unidos. Lo importante es, sin embargo: no importa cuánto dure la búsqueda, nunca nos rendimos.
Usted invirtió mucho tiempo en la infructuosa búsqueda de bin Laden. ¿Qué sintió cuando abandonó la CIA a finales de 2004?
Yo me sentí muy bien, porque, en mi opinión, ya entonces habíamos logrado debilitar a Al Qaeda. Nuestra meta era proteger a Estados Unidos de nuevos atentados terroristas. Y desde el 11 de septiembre de 2001 no habido ningún otro ataque. Visto desde esa perspectiva, alcanzamos nuestro objetivo principal. Sin embargo, está claro que cualquiera en mi posición estaría decepcionado al constatar que no pudo capturar al terrorista más buscado del mundo. Precisamente por eso estamos todos –incluyendo a la cúpula actual de la CIA– tan aliviados de que la operación haya concluido exitosamente. Digo “exitosamente” porque trabajamos en ella durante quince años.
El año pasado la CIA obtuvo información clave para dar con bin Laden. Usted ya no trabaja para el servicio de inteligencia, pero seguramente podrá decirnos qué rastros sirvieron para encontrar al líder de Al Qaeda…
Nosotros no sabemos lo suficiente, y yo no sé lo suficiente como para darle una respuesta convincente. Muchos factores pueden haber jugado un papel determinante y es mucho lo que sigue siendo manejado como información confidencial. Yo creo incluso que fue demasiado lo que se filtró hacia fuera en relación con la operación para atrapar a bin Laden. Los datos acumulados durante años deben haber sido decisivos. Alguien comparó el trabajo de los servicios secretos con un rompecabezas cuyo resultado –la imagen por componer– es desconocido. Ese fue el caso de la búsqueda de bin Laden. Cuando comenzamos a buscarlo teníamos muchas piezas en las manos, pero no sabíamos cómo encajaban las unas con las otras.
Con el tiempo va apareciendo una imagen. Hacia el final del proceso, uno puede agregar a la composición cada uno de los datos recabados y la totalidad cobra sentido. Yo creo que un proceso similar nos condujo hacia bin Laden. Es importante tener en cuenta que ni la administración Bush ni la administración Obama podían estar cien por ciento seguras de que bin Laden estaba donde se creía que estaba. Cuando dieron con su paradero, creo que estaban entre un 70 y un 80 por ciento seguros de que lo atraparían, pero no tenían seguridad absoluta.
Cuando uno se ocupa de una persona tan intensamente, cuando uno la busca y lee sobre ella, descubriendo sus hábitos, ¿no termina uno desarrollando una suerte de relación esa persona?
En mi caso, no tanto. Tendría que especular sobre las personas que yo llamo los “analistas en el frente”; ellos sí se involucraron intensamente con el personaje. Yo trabajaba en otro nivel y debía tener una visión panorámica del mundo, de lo que ocurría en el Cercano y Medio Oriente, en Asia, en África, en América Latina. Y, sin embargo, el terrorismo estaba arriba en mi agenda cotidiana. Si tuviera que especular sobre aquellos que sí se ocuparon de Osama bin Laden a diario, supondría que su relación con él no era emocional, aunque desarrollaron una suerte de intimidad con el objeto de estudio. Uno reúne tanta información sobre la persona que termina sintiendo como si realmente la conociera, con todo y que faltan los datos finales para llegar a comprenderla. Lo que sí le puedo asegurar es que quienes trabajan de esta manera desarrollan una obsesión marcada de cara a la persona investigada. Eso es comprensible.
Yo puedo resumir la posición de la CIA de cara a los hechos del 11 de septiembre de 2001 en dos palabras: enfado y tenacidad. Enfado, porque fracasamos en identificar los objetivos de los ataques terroristas de Al Qaeda. Y es que nosotros ya sabíamos que querían atacarnos en ese verano. Nosotros teníamos en nuestras manos información fiable que apuntaba hacia un ataque inminente. Lo que no sabíamos era dónde atacarían.
Y tenacidad, porque estábamos decididos a no permitir que un hecho similar se repitiera y a destruir a la organización detrás de los atentados. Los que trabajan en este ámbito son espoleados por ese tipo de objetivos y misiones.
Autor: Michael Knigge (erc)
Editor: Enrique López
Publicidad