¿Es América Latina un continente solidario?
26 de enero de 2021Con una amplia trayectoria en organizaciones solidarias, el psicólogo chileno Benito Baranda, vicepresidente ejecutivo de la ONG internacional América Solidaria, conoce de cerca las profundas necesidades de los sectores más vulnerables de la región. En entrevista con DW da una mirada a la historia y la realidad de la solidaridad latinoamericana.
¿Qué tan solidaria es América Latina?
La solidaridad en la región ha estado muy asociada a las catástrofes, que han generado fuertes movimientos solidarios al interior y entre los países. Pero cuando esa solidaridad se tiene que vivir de manera cotidiana, hay una larga carga cultural vinculada a la discriminación y la desigualdad que se normalizó en el pasado y que ha permeado las sociedades. En la gran mayoría de nuestros países hay grandes grupos de personas fuera de las oportunidades que el Estado les debiera brindar si les respetara los derechos.
¿A qué modelo se debería apuntar?
Al de Estados que institucionalizan la solidaridad y la financian con recursos de los impuestos generales de las personas, lo que arma las instituciones, basadas en la preocupación colectiva. Ante una catástrofe, por supuesto se puede sumar la solidaridad de la sociedad, pero la base es el Estado que se moviliza porque institucionalizó una manera de actuar frente a catástrofes y también a las dificultades que viven de manera particular familias o comunidades.
¿Cómo se atienden estas necesidades de los grupos más vulnerables?
En el caso de quienes viven en pobreza o con una alta vulnerabilidad, al no haber presencia del Estado, éste ha sido reemplazado por acciones de la comunidad, inicialmente vinculadas a la iglesia católica, luego a la iglesia evangélica, y a movimientos ciudadanos, que llaman a la comunidad a solidarizar, le piden recursos económicos y leyes que les permitan a las empresas hacer donaciones. Estas organizaciones, que reemplazan al Estado ahí donde no está, se han extendido mucho en el continente. Entre ellas, unas promueven la solidaridad basada en la justicia y otras replican un asistencialismo que deteriora la dignidad de las personas.
¿De qué forma puede deteriorar la dignidad?
Las instrumentaliza, tiene una mirada más denigrante de ellas y las hace dependientes de la ayuda que se le entrega, en vez de que vayan tomando conciencia creciente de su dignidad y que eso les permita movilizarse por sus derechos para que estos puedan ser exigidos a los Estados.
¿Cuándo la solidaridad se convierte en este asistencialismo dañino?
Cuando se mira al otro como un ser inferior que necesita mi ayuda para vivir y que su dignidad pasa por mi generosidad. Es una mirada muy extendida en el continente, que inspiró a los grandes movimientos cristianos y está vinculada a una palabra muy utilizada en el pasado, magnífica palabra cuyo significado se fue deteriorando, que es caridad. Entonces había que crear muchas organizaciones caritativas para ayudar a aquellos que lamentablemente eran pobres y no había una reflexión acerca de qué causaba esa pobreza y vulneración de derechos.
¿Qué consecuencias tiene esto para la sociedad?
Ahí parte el gran daño que nos provocamos. La filósofa española Adela Cortina acuñó el término poborofobia, que es mirar con fobia o en menos a la pobreza o a quien viene de ella. Se mira como alguien que deteriora mi vida, inferior, ignorante. El educador Paulo Freire decía que esas organizaciones originaron una cultura en que uno se ve superior al otro, porque lo ve como dependiente. Se espera una retribución afectiva, un agradecimiento, y se aplaca la cultura del otro. No es que sea inculto, sino que su cultura es opacada por otra que se pone como superior. Eso ha fabricado mucha de la miseria y la desigualdad en el continente.
¿Cómo transformarlo en una mejor forma de practicar la solidaridad?
Es extremadamente importante la institucionalización de la solidaridad, por ejemplo, en pensiones, salud y educación. También la renovación de la filantropía, que antes era más alejada de la realidad. Hoy hay un nuevo movimiento de organizaciones solidarias, que ha prendido mucho en las nuevas generaciones de jóvenes del continente, que no llegan con algo externo, sino que se involucran con las comunidades y se ponen a su servicio. Promueven su participación, actuando en base a lo que ellas identifican como importante para su desarrollo, trabajan en conjunto y fortalecen sus procesos de autonomía e independencia.
¿Por qué la sociedad latinoamericana es tan reacia a discutir temas de impuestos y redistribución, que permitirían desde el Estado atender estas necesidades sociales en forma colectiva?
Tres elementos de carácter cultural han confabulado contra los impuestos en la región. Uno de ellos, muy pesado todavía en nuestro continente, es la corrupción. Al pagar impuestos está siempre la duda de si irán a parar a lo que se dice que serán destinados, hay temor de que se los roben. Segundo, ante la alta desigualdad, quienes van emergiendo de la pobreza y pasan a clase media o media alta, tienen la sensación de que cada vez que el Estado les cobra impuestos les está robando algo, porque sigue enraizado en la memoria que necesitan que el Estado les ayude y no que tienen que ir contribuyendo crecientemente con los impuestos. Y por último, se introdujo una ideología liberal muy fuerte que mercantilizó las políticas públicas, que dice que el que tiene dinero, que pague. Eso ha ganado adeptos culturales, que quizás políticamente no lo reconocen, pero cuando hay que pagar los servicios, cada uno se rasca con sus propias uñas.
¿De qué manera se manifiesta?
Un ejemplo es el sistema previsional en Chile. Las personas desean una reforma, pero en el momento de aportar a un sistema de reparto, la gran mayoría quiere que esos recursos se vayan a su cuenta individual, porque culturalmente fueron formados en que uno es el que tiene que acumular, uno se lo merece, y se olvida que depende también de la seguridad colectiva. Ese equilibrio entre lo colectivo y lo individual es difícil de lograr. Cuando se exacerba mucho la libertad individual, se comienza a horadar, porque se genera un mundo extremadamente inseguro, como ha ocurrido en América Latina.
(ers)