País de mujeres futbolistas
9 de junio de 2011Ha llovido todo el día y la “Elite Blue” tendrá que entrenarse hoy en el interior del pabellón. Luces de neón brillan bajo el arqueado techo de metal. Sobre el césped artificial se pasan el balón un grupo de chicas. Dos veces a la semana se encuentran aquí. La liga se juega entre el sábado y el domingo.
Molly ha vivido varios de sus 14 años en Alemania, donde la gente se solía sorprender cuando le contaba cuál era su hobby. “La mayoría de mis amigas alemanas juegan al tenis o al hockey”, dice. Pero no al fútbol. En Estados Unidos, sin embargo, a nadie le parece fuera de lo normal que una niña practique el balompié. En 2006 había aquí 1,7 millones de mujeres futbolistas: más que en cualquier otro país del mundo. El 35 por ciento de los jugadores registrados en esta disciplina en EE UU son mujeres.
Como la madre, la hija
En cada clase hay por lo menos una niña que juega al fútbol, cuenta Molly. Su posición actual es el mediocampo, pero los entrenadores también la han colocado en la defensa y en el ataque. ¿Por qué precisamente el fútbol? “No tengo buena coordinación ojos-mano-pelota, así que el fútbol encajaba bien conmigo”, contesta. Desde pequeña es un deporte que la ha divertido, “y por eso sigo jugando”.
En la cancha, Molly puede dar rienda suelta a unas agresiones que si no apenas encontrarían espacio, opina su madre, Lori. De que su hija le siga los pasos en esta afición se siente orgullosa. También ella jugó al fútbol durante una década. Tenía ocho años cuando empezó. “Era algo nuevo e interesante, y por aquel entonces las niñas no podían elegir entre muchos deportes de equipo”, recuerda.
Deporte femenino con apoyo estatal
El éxito del fútbol femenino no es fruto de la casualidad, opina Daniel Flynn, el secretario general de la US Soccer Federation. En 1972 entró “Title IX” en vigor, la ley que prohíbe –en todos los ámbitos, incluido el deporte- la discriminación por motivos de género en las escuelas y universidades que reciben fondos públicos. “Esta legislación”, dice Flynn, “despertó el interés por las modalidades femeninas. El fútbol, que estaba mejor organizado, vivió gracias a ella un importante impulso”.
Después de que la FIFA sacara adelante con éxito el Mundial de Fútbol femenino celebrado en China en 1991, las jóvenes estadounidenses empezaron a percibir cierto reconocimiento internacional para las mujeres futbolistas. Y además, continúa explicando Flynn, los colegios juegan aquí un papel fundamental: “en nuestro país, los niños establecen lazos emocionales muy estrechos con los equipos de la escuela o la universidad”. Las becas a jugadoras destacadas actúan como aliciente y el balompié se ha convertido en el deporte favorito de las chicas tanto en el college como en la universidad.
La cara del fútbol femenino
A apuntalar todo esto vino la mujer a la que también Molly y Lori reconocen como la cara del fútbol femenino en Estados Unidos: Mia Hamm. 15 años tenía cuando en 1987 vistió primera vez la camiseta de la selección nacional. El equipo acabó haciéndose con la medalla olímpica de oro, en gran parte gracias al trabajo de esta delantera. “Cuando empecé a jugar, el fútbol era un deporte bastante barato”, explica Hamm. Con cinco hermanos, este punto resultaba de relevancia. Además, en el fútbol se podía triunfar aun siendo baja y de constitución fina: “Lionel Messi es el mejor jugador del mundo y es unos tres centímetros más alto que yo”, constata Hamm.
Para apoyar a las niñas que quieran practicar el balompié ha puesto en marcha Mia Hamm una fundación. Pese a las regulaciones estatales, la igualdad entre los deportes femeninos y masculinos sigue lejos de alcanzarse, opina. En la conciencia colectiva de los estadounidenses dominan el baseball y el football.
Escasez de ejemplos a seguir
“El problema es que las niñas ven pocos partidos”, lamenta Ryan Alexander, el entrenador de Molly. Por un lado, porque el fútbol significa para ellas principalmente una oportunidad de ver a las amigas. Por el otro, porque las televisiones casi no retransmiten encuentros. “En Europa es diferente. Allí ponen fútbol por todas partes, aquí incluso el fútbol masculino lo tiene difícil”, describe Alexander, que jugó durante cinco años en un equipo europeo. “Enseñar un deporte cuando te faltan los ejemplos a seguir es complicado”, se queja.
Eso no quiere decir que las jóvenes carezcan de ambición, pero por lo menos Molly tiene claro el orden de las prioridades: “en la escuela, quiero seguir jugando cuando pase al nivel superior. Y en la universidad me gustaría no dejarlo, pero entonces lo primero serán los estudios”. Poder encontrar un buen trabajo es más importante, dice. Y aún así: “sería genial si pudiera jugar al fútbol el resto de mi vida”.
Autora: Christina Bergmann/ Luna Bolívar
Editor: Pablo Kummetz