"Estamos ante un nuevo ciclo político"
11 de noviembre de 2016Deutsche Welle: La victoria de Donald Trump desató una ola de indignación claramente teñida de un temor por "el ocaso de Occidente”. Más allá del dramatismo, ¿no se insinúa un cambio significativo en el mundo luego del triunfo de Trump?
Heinz Bude: Creo que sí. Para decirlo más técnicamente, tengo la impresión de que estamos al inicio de un nuevo ciclo político global que comenzó con el "brexit”, y que ahora, con Donald Trump, llegó a su segunda etapa. Se trata de que, evidentemente, hay capas importantes de la población que quieren poner punto final a un desarrollo que marcó los últimos 30 años de nuestra política y nuestra sociedad. La gente se cansó de escuchar que gozaría de una situación de igualdad de oportunidades, de un fortalecimiento de la sociedad civil, de una nueva conciencia sobre los recursos planetarios que se agotan. La realidad es que en el mundo hay cada vez más desigualdad, que reina la discordia y que cada vez hay más ignorancia en la población.
¿Cuál es la característica común de estas protestas?
Creo que la característica común es la búsqueda de una nueva mayoría en las distintas sociedades. La gente está cansada, en cierta forma, de la idea de que la política puede representar los problemas o de diferentes conceptos y preferencias de los distintos grupos de la sociedad. En el fondo, eso es lo que Hillary Clinton ni siquiera intentó: una mayoría en el sentido de representar los temas que son importantes para las diversas capas sociales.
¿Estamos experimentando la transformación en mayoría de una minoría?
Así es. Y eso con vistas a una nueva definición del futuro de las sociedades.
¿En qué aspectos ve Usted paralelos con el fenómeno europeo de los "ciudadanos indignados”?
Ese paralelismo se ve por primera vez en la agenda política. También en Europa hay movimientos contra el sistema que, de algún modo, han llegado al poder. Su lema es que las élites políticas fracasaron y que no existe una correcta planificación sobre cómo manejar los grandes movimientos migratorios. Lo que se tematiza en Europa es, principalmente, la falta de conciencia de las élites políticas para controlar ciertos fenómenos. Muchos dicen que no se puede constituir una sociedad sobre la base de que las fronteras no son controlables y de que estamos expuestos a sucesos que aún se adjudican a la "globalización”, y contra los que no se puede hacer nada. Hay una especie de sensación generalizada de que se debe volver a la soberanía democrática. Claro que esto es muy ingenuo.
¿Hay todavía un vínculo entre la clase política electa y la rabia y la impotencia de los que quedan en el camino?
Pienso que sí. Si por un momento interpretamos los resultados de estas elecciones en EE. UU. de forma positiva, se trata de un grito de indignación dirigido a las élites políticas y sociales. Donald Trump, como Marine Le Pen en Francia, siempre tematizaron el silenciamiento de la situación de muchos ciudadanos sobre los que ya nadie habla. Y ahora les prometen que volverán a tener voz. Los olvidados, los desconocidos. La fórmula de esos hombres y mujeres olvidados es un mensaje que dice que la sociedad ha caído en un estado de desamparo interior. Y ahora se plantan delante de la clase política para que lo vean con sus propios ojos. Parecen estar diciéndoles: "Piensen en lo que está pasando delante de sus narices. Se está produciendo un gran cambio en la sociedad.”
¿Es decir que la famosa frase "Nosotros somos el pueblo” (Wir sind das Volk), que la gente gritaba en Alemania en 1989 antes de caer el Muro de Berlín, puede haber tomado un significado totalmente nuevo?
Sí, y eso es muy importante. Creo que estamos una vez más ante una situación en la que se impone reflexionar sobre la relación entre la democracia y el liberalismo. Hasta ahora, siempre creímos que una sociedad liberal es, al mismo tiempo, una sociedad democrática. Pero eso evidentemente ya no se corresponde con la realidad. Hay un énfasis democrático que se dirige contra las estructuras del Estado de derecho de nuestras democracias representativas y también contra el principio mismo de la representatividad. Los ciudadanos indignados entienden la democracia como una democracia directa que pone de manifiesto como consecuencia inmediata la voluntad popular. Entonces, es fácil reaccionar diciendo: "El pueblo no entiende lo que es una democracia representativa”. Es una manera pedagógica y moralista de regañar a la gente, en lugar de constatar que, de hecho, es necesario redefinir la compleja relación entre la representatividad, el derecho y la democracia.
Autor: Volker Wagener (CP/ VT)