¿Expulsará Rusia al Instituto Goethe?
14 de abril de 2023Huevos lanzados contra las ventanas, palabras de odio en la fachada, amenazas a los empleados. Tras la invasión de Rusia a Ucrania, el edificio gris en la Friedrichstraße de Berlín fue, en las últimas semanas, objeto de ataques por parte de desconocidos que manifestaron así su desacuerdo con la guerra. Construido a mediados de los 80, alberga a la Casa Rusa de la Ciencia y la Cultura, un centro cultural que, al contrario de la embajada rusa, apenas está vigilado. Fue cerrado a principios de 2022 por motivos de seguridad, hasta septiembre de 2022, cuando reabrió con el programa usual: películas, exposiciones y cursos de idioma. Como si nada hubiera sucedido.
Investigaciones contra la Casa Rusa en Berlín
Pero los activistas ucranianos en Berlín no pararon hasta celebrar, en octubre de 2022, un "referéndum” satírico sobre la "anexión” de la casa, y su entrega a Ucrania. Como era de esperar, la mayoría votó por el sí. Pero ahí termino la broma. La Fiscalía de Berlín inició una investigación contra la Casa Rusa por presunto incumplimiento de sanciones: las cuentas del centro cultural ruso fueron bloqueadas.
Ya a fines de enero de 2023, el Ministerio ruso de Relaciones Exteriores amenazó con contramedidas al Instituto Goethe, en caso de que no se liberaran las cuentas de la Casa Rusa. Hasta que, a fines de marzo, finalmente las cuentas del Instituto Goethe en Rusia fueron bloqueadas.
El mayor centro cultural ruso en Europa
El Instituto Goethe no fue elegido porque sí para las contramedidas. Es el centro cultural que representa a Alemania en todo el mundo, y está financiado principalmente por el gobierno alemán. En Rusia tiene tres centrales: Moscú, San Petersburgo y Novosibirsk.
La Casa Rusa, en Berlín, tiene una importancia similar. El edificio de siete pisos se fundó en una época en la que nadie hubiera previsto el fin de la Unión Soviética. Es el mayor centro cultural ruso en Europa, si no en el mundo.
Hace cinco años, Rusia se presentó allí, en su rol de anfitrión del Mundial de Fútbol, como un país moderno, abierto, hospitalario, y liberado de los clichés del pasado. Un país al que nadie tenía que temer.
Pero la invasión de Ucrania cambió las relaciones con Rusia, y también contaminó la cultura rusa, aparentemente apolítica. En el verano boreal de 2022, la Unión Europea resolvió aplicar sanciones contra la Agencia Federal para Asuntos de Colaboración con la Comunidad de Estados Independientes, Compatriotas en el Extranjero y Cooperación Humanitaria Internacional (Rossotrudnichestvo), responsable de los programas culturales internacionales del gobierno ruso, y propietaria de la Casa Rusa en Berlín.
Sin embargo, la institución cultural continuó con su tarea, reforzando sus medidas de seguridad y manteniéndose visiblemente al margen de la guerra en Ucrania. El centro cultural pasó cada vez más a ser el centro de la prensa internacional. Según un dossier de la agencia Reuters de 2023, la casa donó, entre otras cosas, los vuelos de dos activistas prorrusos a Moscú, que, según ese informe, habrían organizado manifestaciones prorrusas en Alemania.
La Fiscalía de Berlín no quiso dar información sobre el estado de las investigaciones contra la Casa Rusa. El director de esa institución prefiere no hablar con los medios. Y la central del Instituto Goethe dijo muy poco al respecto: que se confirma el bloqueo de cuentas y que se está trabajando en una solución. Pero no hizo ningún otro comentario.
Según el diputado socialdemócrata alemán Helge Lindh, miembro del Consejo de Cultura, el cierre de las cuentas del Goethe Institut es "otra escalada que, lamentablemente, casi no sorprende”. "Evidentemente se trata de una represalia por las investigaciones contra la Casa Rusa en Berlín. Aquí el gobierno ruso muestra su faceta dictatorial”, señala. Y añade que hay fundadas sospechas de que la Casa Rusa no es una institución de intercambio cultural, sino que está estrechamente vinculada a la estrategia política del gobierno ruso, que lleva a cabo una agresión bélica.
Pero subraya que esa politización plantea un dilema, ya que no se debe ver a cada representante de la cultura rusa como a un colaborador del régimen. Por otro lado, aclara, los que entienden su tarea como propaganda deben saber que se les rescindirá su contrato. "No se puede ignorar que esta es una guerra criminal y que todo en esta situación se vuelve político”, dice Lindh.
(cp/ers)