La I Guerra Mundial y América Latina: una fractura cultural
29 de mayo de 2014
En los kioscos de Buenos Aires, en Argentina, es posible encontrar revistas políticas, automóviles a escala, la infaltable Mafalda y, en una cuidada presentación al alcance del bolsillo del ciudadano medio, una colección sobre la Primera Guerra Mundial. No es que la Gran Guerra cope la agenda actual de América Latina, pero sin duda esta zona del planeta no está ajena a la conmemoración de los primeros 100 años de un conflicto que se libró entre 1914 y 1918 y dejó, según cifras estimativas, unos 20 millones de muertos.
América Latina no participó en la primera línea, pero experimentó sus consecuencias. Primero, como proveedor de materias primas y luego, con declaraciones de guerra como las realizadas por Bolivia, Panamá, Cuba y Uruguay a Alemania, después que Estados Unidos entrara en el enfrentamiento. Solamente Brasil envió tropas a territorio europeo, aunque éstas llegaron cuando el armisticio ya había sido declarado. Otra conexión fueron episodios aislados, como lo ocurrido con las unidades navales inglesas Kent, Glasgow y Orama, que cañonearon al acorazado alemán Dresden en las costas del archipiélago Juan Fernández, en Chile, hundiéndolo el 14 de marzo de 1915.
Más allá de aspectos circunstanciales, América Latina protagonizó la guerra como granero y seguro generador de productos. El historiador alemán Stefan Rinke, profesor de Historia Latinoamericana en la Universidad Libre de Berlín y uno de los principales expertos en la materia, dice a Deutsche Welle que “al inicio, los gobiernos intentaron permanecer alejados de la conflagración. Todos los países latinoamericanos declararon su estatus de neutralidad como reacción a las noticias del Viejo Mundo”. Esto tenía una razón clara: la economía del subcontinente estaba fuertemente ligada a la europea.
Desastre económico
Rinke, que actualmente trabaja en un libro sobre el tema, cuenta que “el mayor reto para la neutralidad latinoamericana estuvo, ciertamente, en el campo económico, ya que la guerra fue una guerra económica mundial. En ese sentido, los efectos del estallido del conflicto fueron severos en toda la región. Ya en 1914, el pánico causó estragos en el sector financiero. La inflación hizo caer los salarios reales y el desempleo masivo llevó a un aumento de las tensiones sociales. Otro resultado más o menos general de la guerra en América Latina fue el aumento de la influencia estadounidense en la región. Estados Unidos se convirtió en el socio comercial más importante de muchos países”.
El historiador chileno Víctor Tapia coincide con su colega alemán. En su estudio “El impacto de la Primera Guerra Mundial sobre la economía chilena”, Tapia dice que la Gran Guerra “puso término a un período de importante crecimiento económico e intensificación de los vínculos comerciales a escala planetaria” y que la alteración de las “bases en las cuales se había ido estructurando la economía internacional no fue indiferente para los países latinoamericanos, dadas las relaciones de intercambio económico que sostenían, principalmente, con las naciones involucradas en las hostilidades”. En muchos casos, las economías vieron cómo sus números positivos se convirtieron rápidamente en desastrosas cifras rojas.
Básicamente, las consecuencias fueron económicas. Pero Rinke destaca que hubo repercusiones en otros ámbitos, las que incluso pueden medirse en la actualidad. Sin embargo, el experto reconoce que América Latina desempeña, en términos de análisis histórico, un papel bastante secundario a la hora de estudiar y comprender la Gran Guerra. “La interconexión entre los eventos globales y los desarrollos locales durante la Primera Guerra casi ha pasado desapercibida. Los libros y los tratamientos de la historia de América Latina usualmente toman la Gran Depresión como punto de partida para las periodizaciones. De acuerdo con este punto de vista, la gran crisis fue el momento cuando América Latina tomó un nuevo rumbo. La Primera Guerra Mundial, sin embargo, no desempeñó un papel central como ruptura en el desarrollo del continente. En los libros sobre la Primera Guerra Mundial –incluso en los más conocidos– América Latina casi nunca es mencionada”.
Una traición a la civilización
El 1 de agosto de 1914, el diario chileno El Mercurio de Valparaíso publicaba unas líneas que resultaron previsoras: “Convulsionada Europa, como lo estamos temiendo, nuestra vida de nación, tan íntimamente ligada a ella, recibirá un golpe funesto, no solo por lo grande, sino por lo inmediato. Vivimos una vida artificial, de entradas extraordinarias, no de las normales. No producimos nuestros consumos. Nuestro pan se está haciendo de harina importada; la carne que consumimos nos viene de afuera. Sin la renta del salitre no podremos subsistir: su restricción obraría en el acto en toda la economía nacional y muy especialmente en la administración pública”.
Atento a esas reacciones de la prensa, Rinke cuenta que “cuando en agosto de 1914 las noticias del estallido de la guerra se esparcieron por América Latina, los principales periódicos estaban llenos de editoriales que comentaban los eventos usando metáforas dramáticas. Los periodistas hablaban de la ‘gran catástrofe de la historia humana', que había sumergido al mundo en una crisis de proporciones todavía desconocidas”. Latinoamérica se hacía consciente de los acontecimientos y reaccionaba. Al final del conflicto, ya los países habían tomado partido de acuerdo con sus necesidades económicas y diplomáticas. “Ocho países se unieron a los Aliados declarando la guerra a las Potencias Centrales; cinco rompieron relaciones; siete se mantuvieron neutrales”, enumera Rinke.
El académico alemán, que lleva años investigando la Primera Guerra y terminará su trabajo sobre el tema en 2015, aclara que la “contribución latinoamericana no fue decisiva, aunque en muchos casos ciudadanos alemanes fueron apresados y sus propiedades confiscadas. Las declaraciones de guerra introdujeron una nueva dimensión en las relaciones entre Europa y América Latina”. La imagen de Europa cambió para los latinoamericanos, que veían ahora al Viejo Continente como un lugar desgastado, decadente, que traicionó la civilización con un retroceso a la barbarie. Esto, dice Rinke, fue agradecido por “los movimientos nacionalistas, revolucionarios, indigenistas, sindicalistas, universitarios, de jóvenes o de mujeres, que adoptaron estas percepciones negativas” a su favor.
Y hoy, ¿qué queda hoy de la Gran Guerra para los latinoamericanos? Esa es una de las preguntas que Rinke espera responder en su libro. Por ahora, adelanta a DW una reflexión. “Ya al inicio de la guerra los latinoamericanos habían percibido la importancia que ésta tendría en su propia realidad. Tanto en términos económicos como culturales la guerra dio lugar a movimientos emancipatorios. La guerra no los provocó, sino que los catalizó, y se hicieron sentir en muchos lugares. Decían representar la juventud y la modernidad, y por lo tanto serían el polo opuesto de la vieja Europa y de la vieja oligarquía de sus propios países. En su retórica, ellos eran la generación del futuro mientras que el viejo sistema era una cosa del pasado, destruida por la guerra”. Ese cambio cultural es, para el experto, “una herencia de la Primera Guerra Mundial” que queda hasta ahora.