¿Ideología o pragmatismo?
9 de abril de 2015En Panamá, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y su homólogo cubano, Raúl Castro, se encontrarán, conversarán, se darán la mano. Está planeado que ése sea el momento culminante de la cumbre, que por sí mismo justificaría el calificativo de “histórico” para la misma.
Las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos se interrumpieron en 1961, el año en que fue construido el Muro de Berlín; un año más tarde Cuba fue suspendida de la Organización de Estados Americanos. Que la isla comunista esté ahí de nuevo sin hacer concesiones, con miras a un posible levantamiento del embargo económico estadounidense, puede ser considerado un triunfo de la ideología. O del pragmatismo de un presidente estadounidense que para completar sus planes debe vencer a algunos ideólogos en su propio Congreso.
La política de acercamiento es lógica
Obama ha reconocido que la era de hielo de más de medio siglo en Cuba no apunta a una mejoría, y sin embargo ha afectado de manera creciente la imagen de Estados Unidos en América Latina. Al mismo tiempo, China y Rusia cobran cada vez más fuerza y ganan influencia en numerosos países de la región. Desde ese punto de vista, la nueva política de acercamiento de Obama resulta lógica, más aún cuando se hace innegable la zozobra económica de Venezuela. Este país, que bajo su gobierno populista de izquierda se convirtió en el portavoz de la crítica a Estados Unidos en América Latina, ya no puede sostener su petro-diplomacia. Cuba debe procurarse nuevos aportadores de fondos, con lo cual se cierra el círculo del pragmatismo que no es desconocido para los propios comunistas cubanos.
Precisamente Venezuela podría convertirse en el factor que acabe con la armonía de la cumbre. Las recientes sanciones estadounidenses contra siete funcionarios venezolanos no son más que un mero alfilerazo, pero dieron al presidente venezolano, Nicolás Maduro, materia suficiente para lanzar una campaña de propaganda que pretende proseguir en Panamá. Sería inútil especular sobre los motivos -aparentemente de política interior- que llevaron a Obama a decretar las sanciones. Lo que es un hecho es que en los pasados días, él se vio impulsado a hacer intentos conciliatorios. El mandatario estadounidense necesita que esta cumbre sea un éxito. Y las oportunidades de que esto suceda son buenas, puesto que la abrumadora mayoría de los presidentes latinoamericanos también desea dicho éxito (además de que rechaza cualquier conflicto con Estados Unidos tanto como hacer una crítica abierta a la opresiva política interior de Venezuela).
Así, el régimen cubano aparece desde ahora como el triunfador de la cumbre, aunque hasta el momento no haya hecho ninguna concesión en materia de derechos humanos. Esto preocupa a la oposición en Cuba y en el exilio, además de que indigna a los halcones en Washington. Pero pese a esto, hay lugar para la esperanza en cuanto a que, a largo plazo, sean los ciudadanos de Cuba quienes resulten ganadores. Este verano se cumplirán 40 años de la firma del Acta Final de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa en Helsinki. Vale la pena echar un vistazo a la discusión de aquel entonces: los enemigos del acuerdo vieron una victoria unilateral del bloque oriental, que habría conseguido ventajas económicas a cambio de meras promesas en materia de derechos humanos. Yo quisiera que la historia le diera una vez más razón al pragmatismo, que así vencería por ambos costados a los ideólogos.
Revaloración de la OEA
La decisión entre ideología y pragmatismo será decisiva, también para la OEA. Con la reincorporación de Cuba podría fungir nuevamente como una organización auténticamente panamericana, que vele por el intercambio pacífico en todo el continente, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. El eterno (y absolutamente justificado) reproche al papel hegemónico de Estados Unidos sobre el organismo podría llegar a su fin, si tanto el sur como el norte de América otorgan menos peso a sus diferencias ideológicas. Hay suficientes problemas y retos que podrían encontrar mejor solución en común y más allá de las fronteras: desde la criminalidad relacionada con las drogas o el tráfico de personas, hasta una política energética común y una propuesta sustentable para la explotación de materias primas.