Jean-Claude Juncker, el empático
19 de marzo de 2015En noviembre de 2014, cuando Jean-Claude Juncker asumió la presidencia de la Comisión Europea, el ex primer ministro de Luxemburgo dejó claro que no quería ser un burócrata en Bruselas, sino un político; que su meta era despertar de nuevo el entusiasmo por el bloque comunitario y darle un nuevo impulso al desempeño económico del Viejo Continente.
Hoy, cuatro meses después, Berlín interpreta aquella declaración de intenciones más como amenaza que como cualquier otra cosa. Y es que Juncker quiere tomar decisiones de peso, pero el dinero lo suministran los jefes de Estado y de Gobierno.
Esa constelación generó fricciones cuando Juncker propinó su primer golpe, un programa de inversión de 320.000 millones de euros para intensificar la actividad económica en Europa, pero sobre todo cuando le aseguró al nuevo primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, que también Atenas se beneficiaría de los planes de crecimiento de la Comisión Europea.
Buena química entre Juncker y Tsipras
Juncker está convencido de que es su tarea mantener unidos al bloque comunitario y al euro, y conservar a Grecia dentro del club. Ese empeño causa descontento en Alemania, donde se percibe que Juncker está sacando las cuentas sin consultar al Eurogrupo.
De Juncker se ha dicho que se inmiscuye en el partido cuando debería limitarse a jugar banco. Aparentemente indiferente a las habladurías, el luxemburgués sigue en sus trece, insistiendo en que la relación entre la UE y Grecia va más allá del vínculo deudor-acreedor y mostrándose extraordinariamente paciente con el crónico déficit fiscal Francia.
La Comisión Europea le dio dos años adicionales a París para que reduzca sus niveles de endeudamiento nuevo. Estos gestos misericordes, que implican de facto la anulación de los criterios del Tratado de Maastricht, incomodan mucho a Alemania, aunque su canciller no lo demuestre.
Fricciones entre Juncker y Merkel
Aunque el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, disimula mal su desazón –sólo por consideración política con Francia se inhibe de golpear la mesa en Bruselas–, Juncker no le huye a sus desencuentros con Berlín. Prueba de ello: su cercanía con Tsipras, con quien habla por teléfono casi a diario y en el mejor de los tonos.
El jefe del Gobierno heleno sólo recibió un trato frío de la Comisión Europea recientemente, cuando el político luxemburgués reconoció que Atenas hacía demandas sin esmerarse en cumplir los requisitos para recibir nuevos tramos del “rescate europeo”. Juncker no se abstuvo de criticar abiertamente a Tsipras.
No obstante, tras orear sus reproches, Juncker volvió a asegurar que “el fracaso de las negociaciones está descartado”, contradiciendo frontalmente a Schäuble, quien previamente había dado por viable la salida de Grecia de la eurozona. Y así continúan trabajando el jefe de la Comisión Europea y el Gobierno de Berlín; enfrentados o indiferentes el uno hacia el otro.
En todo caso, parecen estar persiguiendo objetivos diferentes en ámbitos importantes. Juncker cree que a Europa le urge distanciarse de la política de austeridad defendida por Merkel y recibir más dinero de Alemania. En la lucha por el futuro de Grecia, está por verse si el luxemburgués consigue minimizar la influencia de Berlín sobre el bloque comunitario.