¿Presidente de corazones?
18 de marzo de 2012¿Sería exagerado describir al nuevo jefe del Estado alemán como un “presidente de corazones”? Después de todo, los índices de popularidad de Joachim Gauck atizan la envidia de la mayoría de los políticos germanos: 80 por ciento de los habitantes del país ha dicho tenerle confianza y su candidatura a la presidencia federal fue apoyada por todos los partidos, exceptuados La Izquierda y el Partido Nacional Demócrata de Alemania. Este es un buen comienzo para el ex director de la oficina estatal para el resguardo de los archivos de la Stasi.
Gauck ha dicho que quiere ser el presidente de los ciudadanos, uno que busque el diálogo directo y al que ningún tema de interés nacional le sea indiferente. Un servidor interesado en que la política y los políticos estén a la disposición del país. Pero la clase política también espera algo de Gauck; para empezar, que le devuelva la dignidad a un cargo opacado por las dimisiones de sus dos predecesores. Por su parte, la ciudadanía está contando con que el nuevo jefe de Estado defenderá sus intereses.
Más justicia social, políticas para la familia mejor concebidas y una compenetración más armoniosa, a 22 años de la reunificación de las dos Alemanias. Esos son tópicos mucho más cercanos a Gauck que la crisis financiera global o la política exterior del país. Él ha hecho énfasis en que su intención es acercar a la política y a la sociedad. A sus ojos, sólo si ambas asumen sus responsabilidades de cara al sistema democrático, se podrán defender y desarrollar a largo plazo la democracia, el Estado de derecho y las libertades individuales.
Responsabilidad y libertad. Esos son los dos valores que hasta ahora han definido el perfil político de Gauck. Su biografía deja muy claro por qué: en la Alemania Oriental –la mal llamada República Democrática de Alemania–, Gauck luchó por los derechos civiles y en contra de la dictadura. Hoy, en la Alemania verdaderamente democrática, él hace un llamado a los ciudadanos para que protejan sus derechos, busquen la manera de hacer oír su voz y se inmiscuyan en la política. Al mismo tiempo, critica la apatía política.
Un presidente provocador
Gauck considera necesario el compromiso político de la gente para que el desarrollo y el progreso no se detengan, para que la política sea un proceso predecible –en el sentido más positivo del término– y cercano a las vidas de los ciudadanos. Por cierto, responsabilidad y libertad no son temas que Gauck se haya buscado a última hora como guía para su gestión como presidente. Esos han sido los temas de su vida. Siendo sacerdote en la Alemania Oriental, tuvo que hallar el balance entre la valentía –eso que llaman el coraje civil– y la adaptación.
En el lema del movimiento civil al que Gauck perteneció –“Wir sind das Volk! (¡Nosotros somos el pueblo!)”– se concentra una demanda: “¡Devuélvannos nuestros derechos, nosotros somos el soberano!”. Gauck vivió en carne propia el fortalecimiento del civismo en un Estado totalitario y el hecho de haber presenciado –y propiciado, con su participación– la caída de una dictadura, fue una experiencia clave para él.
Sus convicciones no son ni de derecha ni de izquierda, sus posiciones no se limitan al código de colores del espectro político alemán. Alguna vez se describió a sí mismo como un hombre “conservador, liberal, de izquierda”. Eso cayó como una provocación, sobre todo entre los políticos y los periodistas. El resto de los ciudadanos parece ver esa neutralidad con menor apasionamiento y, a veces, como una ventaja: Gauck no es ni un político profesional ni un revolucionario.
Sus posiciones pueden ser percibidas como una afrenta, pero él apuesta al diálogo y al discurso. Por eso cabe esperar mucho del nuevo jefe de Estado. Antes que nada, cabe esperar que el presidente federal ponga en la agenda nacional temas candentes, que estimule el debate político y social. Eso le haría mucho bien al cargo que Joachim Gauck ocupa. Y al país también.
Autora: Ute Schaeffer
Editora: Claudia Herrera Pahl