La cruz de la Iglesia en Centroamérica
11 de julio de 2018Este martes (10.7.2018), los embajadores de cuatro países comunitarios se reunieron en Nicaragua con las autoridades de la Iglesia católica local para manifestarles su preocupación por la profanación de un templo en Jinotepe y las agresiones físicas sufridas por varios religiosos un día antes tanto en esa localidad como en la ciudad de Diriamba. La Conferencia Episcopal de ese país centroamericano les endilgó los actos de violencia a grupos de choque oficialistas. Entre los heridos figuran el nuncio apostólico, Stanislaw Waldemar Sommertag; el arzobispo de Managua, cardenal Leopoldo Brenes; el obispo Silvio Báez; y los sacerdotes Jalder Hernández y Eliseo Hernández. Golpeados resultaron también un puñado de periodistas.
Lo que empezó el pasado 18 de abril como una protesta estudiantil contra una controvertida reforma de la seguridad social se convirtió rápidamente en una batalla campal cuando la gendarmería y grupos parapoliciales intentaron dispersar las manifestaciones brutalmente. Aunque las Fuerzas Armadas le informaron al presidente, el izquierdista Daniel Ortega, que no harían correr la sangre con sus bayonetas, el saldo de muertos ya franqueó el umbral de los trescientos y diversas organizaciones de la sociedad civil acusan a la institución castrense de fingir no ver que hay simpatizantes del Gobierno apertrechados con armas de uso exclusivo de fuerzas militares. Los nicaragüenses están viviendo la peor crisis política de los últimos cuarenta años.
Y la Iglesia católica –mediadora entre el Ejecutivo de Ortega y su creciente número de opositores– revive experiencias que seguramente preferiría olvidar. Durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, sus representantes en América Latina no quedaron exentos de sufrir en carne propia los estragos causados por autocracias, guerras civiles, revoluciones y contrarrevoluciones. Esa historia no es homogénea ni transcurrió linealmente; en eso coinciden Anika Oettler, profesora de Desarrollo Social en la Universidad Philipps de Marburgo, y el economista Pedro Morazán, experto en problemas de desarrollo y pobreza del Instituto Südwind, un think tank que promueve la justicia social y ecológica desde una perspectiva económica.
Católicos no alineados
"Los religiosos no escaparon a la represión aplicada en Guatemala en los sesenta; el fracaso de la revolución de Jacobo Árbenz (1913-1971) fue seguido por una ofensiva militar anticomunista que no mostró contemplaciones con la Iglesia católica. Por cierto, en esa época, las arremetidas de los uniformados guatemaltecos contaban con el apoyo financiero de los misioneros pentecostales que ya comenzaban a bajar desde Estados Unidos hacia las zonas de conflicto de Centroamérica, sobre todo las habitadas por población indígena. José Efraín Ríos Montt (1926-2018), posteriormente juzgado por genocidio y crímenes de lesa humanidad perpetrados en Guatemala, lideraba una de esas sectas", cuenta Morazán.
"En Honduras, los miembros de la Iglesia católica se dividían entre los que clamaban por reivindicaciones sociales –más cercanos a la Compañía de Jesús y a la Teología de la Liberación– y los que oscilaban entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad y los más poderosos. En El Salvador, el talante de la Iglesia fue muy conservador y elitista hasta bien entrados los años sesenta, cuando Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (1917-1980), conocido simplemente como monseñor Romero, dio un golpe de timón trascendental. En 1980, siendo arzobispo de San Salvador, Romero fue asesinado por solidarizarse con las víctimas de la violencia política, que no por estar ligado intelectualmente o pastoralmente a la Teología de la Liberación", aclara el especialista.
"Los religiosos católicos en Centroamérica no estaban alineados. Sus visiones sobre la pobreza y los derechos humanos eran muy variadas; Romero desarrolló la suya intuitivamente. El contacto directo con la gente lo condujo a una revelación, no a una rebelión. Aun así, lo mataron", acota Morazán. En Nicaragua, el único país del subcontinente donde triunfó una revolución, la Teología de la Liberación sí jugó un papel central, señala Oettler. "Eso quedó en evidencia después de 1979 con la serie de exponentes de esa corriente de pensamiento que asumieron cargos de alto rango. Proyectos esenciales de la Revolución Sandinista –sobre todo sus campañas de alfabetización– llevaban el sello de la Teología de la Liberación", asegura la investigadora.
Desencanto revolucionario
Durante los distintos gobiernos de Daniel Ortega tuvieron lugar vaivenes que hablan, por igual, de la evolución de la Iglesia católica y de la del sandinismo en Nicaragua. El prominente teólogo Ernesto Cardenal, que cooperó con el Frente Sandinista de Liberación Nacional para derrocar al dictador Anastasio Somoza (1925-1980), fue ministro de Cultura durante ocho años y luego se distanció de Ortega, no sin antes recriminarle su estilo de mando tiránico, recuerda Oettler. Corrientes ultraconservadoras de la Iglesia también gravitaron hacia el "hombre fuerte" de Managua por mucho tiempo y después se alejaron de él, temiendo por su reputación. En este instante, el cardenal Brenes encarna el lado más noble y moderado de la Iglesia, agrega la catedrática.
"Y es por volver a exigir justicia y volver a defender los derechos humanos que la Iglesia católica vuelve a ser blanco de ataques", subraya Oettler. Morazán advierte que, en la Centroamérica del siglo XXI, los líderes católicos no sólo deben hacerles frente a los regímenes despóticos, sino también competir con las sectas pentecostales en auge, cuyo evangelio fomenta entre los más pobres la percepción de las estrecheces y adversidades cotidianas como un desafío meramente espiritual, como fruto de la fatalidad. "Estamos hablando de organizaciones que a veces manejan más dinero que parroquias enteras. Su avance es innegable: hace poco, un candidato presidencial pentecostal casi gana las elecciones en Costa Rica", apunta el economista.
"Aunque juran que la política les es ajena, esas sectas buscan ejercer influencia política desde Brasil hasta México", remata Morazán. "La Iglesia católica ha perdido feligreses en Nicaragua continuamente; se estima que, a estas alturas, ni siquiera la mitad de su población se declara católica. Cerca de un 30 por ciento de los nicaragüenses es evangélico –mayoritariamente adscrito a las llamadas ‘iglesias libres’– y el 20 por ciento dice no tener confesión alguna. El número de pentecostales en Nicaragua no es tan grande como en Guatemala, pero no se puede decir que sean pocos", dice Oettler. "Sin embargo, no creo que lo determinante aquí sea la oposición católico-evangélico, sino las posiciones sociales y políticas ocultas detrás de esas etiquetas", enfatiza.
Autor: Evan Romero-Castillo (LGC)
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