La Guerra de Irak: al principio fue la mentira…
9 de abril de 2018La Guerra de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003 con los bombardeos estadounidenses sobre el país asiático; pero la primera imagen que quedó grabada en la memoria colectiva como emblema de esa ofensiva fue la del derribamiento de una estatua de Saddam Hussein en Bagdad, orquestado por soldados occidentales el 9 de abril. Hoy, quince años más tarde, sigue habiendo preguntas sobre esa invasión que no han recibido respuesta oficial. Por ejemplo, aún no se sabe exactamente cuántos iraquíes fueron víctimas de la ocupación y del caos que ésta generó.
En lo que respecta al saldo de muertos, la mayoría de las estimaciones oscila entre los 150.000 y los 500.000. Investigaciones fiables arrojan un número mucho mayor: en 2006 –un lustro antes de que la Casa Blanca diera por terminada la Guerra de Irak– la reconocida publicación médica Lancet hablaba de más de 650.000 "muertes adicionales”, causadas por la destrucción de la infraestructura sanitaria iraquí. No cuesta imaginar que las cifras aludidas son conservadoras. Lo que sí se sabe es que los argumentos usados para justificar la invasión eran falsos.
Otra imagen emblemática de la Guerra de Irak data del 5 de febrero de 2003 y muestra al ex Secretario de Estado estadounidense Colin Powell (2001-2005) ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Seis semanas antes de que comenzara la invasión, Powell pasó 76 minutos esmerándose en persuadir a la opinión pública internacional de que ella era necesaria. Su mensaje principal era que el hombre fuerte de Bagdad, Saddam Hussein, poseía armas biológicas y químicas de destrucción masiva; fomentaba el terrorismo y tenía ambiciones nucleares.
Las apariencias engañaron
Powell apoyó su presentación con ilustraciones, según las cuales Irak burlaba los estrictos controles armamentistas de las Naciones Unidas gracias a una flota de camiones que funcionaba como un laboratorio itinerante. Esa alocución de Powell es memorable, ante todo, por la falsedad de sus planteamientos; dos años más tarde, el propio Powell describió ese episodio como una mancha en su hoja de vida profesional. Ray McGovern, un exempleado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), tiene mucho que decir al respecto.
"No es sólo que la información proveída por los servicios secretos tenía fallas, es que la misma era falsa”, comenta el experto de 78 años en entrevista con DW. En 2003, varios especialistas del ámbito de la inteligencia –incluido McGovern, quien ocupó cargos de alto rango en la CIA– fundaron la organización VIPS con miras a ofrecer análisis crítico de la política interior y exterior de Estados Unidos. VIPS sostiene que una parte esencial del contenido expuesto por Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU se basaba en datos de inteligencia germanos.
En 1999, el químico iraquí Rafed Ahmed Alwan llegó a Alemania solicitando asilo. Terminó llamando la atención del Servicio Federal de Inteligencia (BND) y éste procedió a interrogarlo con la esperanza de obtener información sobre las presuntas armas de destrucción masiva en poder del dictador Saddam Hussein. Al poco tiempo, Alwan –a quien se le asignó al alias "Curveball”– se percató de que, mientras más detalles ofrecía, más beneficios recibía a cambio: el refugiado iraquí obtuvo la nacionalidad alemana, un domicilio a su nombre y dinero para sus gastos.
George W. Bush, información sabidamente falsa
La situación cambió cuando el entonces jefe del BND empezó a poner en duda la veracidad de los datos compartidos por Alwan: los servicios secretos alemanes comprobaron que éste mentía y notificaron al respecto a sus colegas estadounidenses. De hecho, en 2001, los estadounidenses les pidieron a los alemanes que firmaran una declaración vinculante alusiva a la veracidad de las declaraciones de Alwan y el expresidente del BND, August Hanning, se negó a suscribirla. Así lo señaló el diario Dei Welt en agosto de 2011, citando al propio August Hanning.
De acuerdo con el testimonio recogido por Die Welt, Hanning le escribió el siguiente mensaje a quien fuera director de la CIA en 2001, George Tenet: "Ninguna otra persona ha aportado información similar a la ofrecida por nuestra fuente y, por esta razón, la información en cuestión no puede darse por verificada”. Y a pesar de que se hicieron otras advertencias, las declaraciones de "Curveball” terminaron apuntalando la argumentación de Powell a favor de la Guerra de Irak. McGovern subraya que a Washington no le importaba si ‘Curveball' sabía o no de lo que hablaba.
"El Gobierno estadounidense obtuvo algo que le permitió pronunciarse públicamente sobre Irak. Esa información les permitió a los expertos del departamento de diseño de la CIA crear ilustraciones donde aparecían laboratorios móviles fabricando armas químicas, a pesar de que éstos no existían. Y esos gráficos fueron usados en la presentación de Powell”, explica McGovern. Su narración de los hechos fue corroborada en 2011 por el exjefe de la división europea de la CIA, Tyler Drumheller, en entrevista con el diario británico The Guardian.
Tony Blair, pese a la falta de evidencias
Drumheller asegura que sus colegas del BND le advirtieron mucho antes de 2003 que los datos proveídos por "Curveball” no eran de fiar y que él mismo le había hecho llegar esa señal de alerta al jefe de la CIA, George Tenet, varias veces. "Incluso en la noche de la alocución de Powell en la ONU”, enfatiza Drumheller. En un artículo de opinión publicado recientemente por el sitio web Project Syndicate, el ex secretario general de la OTAN, Javier Solana, comenta que las bases para la invasión estadounidense se sentaron mucho antes del 11 de septiembre de 2001.
Solana recuerda que, poco después de su elección como presidente de Estados Unidos, George W. Bush hizo de Irak uno de los dos puntos principales de su política de seguridad. El Reino Unido se involucró tempranamente en su agenda: en mayo de 2005, el Sunday Times de Londres hizo público un memorándum confidencial que documentaba una reunión del alto mando celebrada el 23 de julio de 2002. A ella asistieron el entonces primer ministro británico, Tony Blair, varios miembros de su Gabinete y de los servicios secretos del país europeo.
Sir Richard Dearlove, a la sazón director del MI6, es citado en el memorándum reportando sobre un encuentro reciente con el jefe de la CIA, George Tenet; comentaba que Bush deseaba derrocar a Hussein mediante un ataque militar, justificado por su presunta cercanía con terroristas y su supuesta posesión de armas de destrucción masiva; y esgrimía, eso sí, que tanto la información de inteligencia como los hechos estaban siendo manipulados. El ministro británico del Exterior, Jack Straw, decía por su parte: "Las evidencias son muy débiles. Saddam no amenaza a sus vecinos”.
Gerhard Schröder: no, pero sí…
El entonces Fiscal General del Reino Unido, Lord Goldsmith, fue bastante elocuente cuando observó en esa cita: "El deseo de un cambio de régimen no constituye una base legal para una misión militar”. Pero las palabras de Goldsmith no impidieron que Blair inmiscuyera a Gran Bretaña en la Guerra de Irak, que, a juicio de Björn Schiffbauer, especialista en Derecho Internacional radicado en Colonia, "fue un delito de agresión reñido con la jurisprudencia global”. Un acto de violencia, acota Schiffbauer, en el que Alemania participó, al menos indirectamente.
Oficialmente, Berlín se negó a respaldar la invasión y la ocupación del país asiático. Es más, el entonces canciller de Alemania, Gerhard Schröder, fue reelecto en 2002 gracias a su posición de cara a esa ofensiva. No obstante, Florian Pfaff, otrora mayor del Bundeswehr, recuerda que el Ejército germano apoyó las operaciones de Estados Unidos y sus aliados en actividades logísticas, como la de preparar los aviones de vigilancia aérea (AWAC) para sus misiones y proteger los cuarteles estadounidenses. Pfaff trabajaba entonces como especialista en tecnologías de la información.
Pfaff se rehusaba a participar en una guerra de agresión y así lo hizo saber en su batallón: "Voy a analizar todas las órdenes que reciba y si compruebo que las mismas me obligan a involucrarme en la guerra, me negaré a obedecerlas”. Sus superiores reaccionaron ordenando su reclusión en la unidad de Psiquiatría durante una semana. "Yo ya había oído decir que los comunistas encerraban a los rebeldes en centros psiquiátricos. Por fortuna, en mi caso determinaron que yo estaba muy bien de salud”, le cuenta Pfaff a DW. El Ejército alemán empezó a ejercer presión sobre él y llevó su caso ante la Fiscalía General. Sin embargo, en 2005, el Tribunal Administrativo de Leipzig sentenció que Pfaff tenía derecho a negarle su apoyo a una guerra que, por razones comprensibles, él consideraba reñida con el Derecho Internacional y, por lo tanto, ilegal.
Matthias von Hein (ERC/ERS)