La herencia de política de seguridad del 11-9
10 de septiembre de 2013Doce años después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 se levanta la nueva torre One World Trade Center en Nueva York. Ground Zero ya no existe. El cerebro de los ataques, Osama Bin Laden, está muerto. Las tropas estadounidenses se han retirado de Irak y lo harán también de Afganistán en 2014.
Pero algo ha quedado: la política de seguridad derivada de los ataques extremistas islámicos. “En los años 90, en Estados Unidos lo prioritario era la economía”, dice Martin Thunert, del Heidelberg Center for American Studies, “después de los ataques, lo prioritario pasó a ser la seguridad”.
Desde que George W. Bush proclamó poco después de los ataques la “guerra contra el terror”, los servicios secretos han crecido considerablemente. Según el “Washington Post”, el presupuesto de los 16 servicios secretos norteamericanos más que se duplicó desde 2001, siendo actualmente de 52.600 millones de dólares.
En 2002 fue fundado el Ministerio para la Protección de la Patria, hoy la tercera mayor institución de Estados Unidos. La tarea principal de sus 200.000 empleados es proteger a la población estadounidense de las amenazas terroristas. El gasto militar pasó de 312.740 millones de dólares en 2001 a 682.450 en 2012.
Más poder y más potestades
Después del 9-11, Estados Unidos no sólo agrandó sus servicios secretos y fuerzas armadas, sino que también amplió considerablemente sus potestades. Una de las bases para ello fue el “Patriot Act”, que el Congreso aprobó el 25 de octubre de 2001.
Esa ley tuvo en principio una limitación temporal, pero su vigencia ha sido prolongada desde entonces una y otra vez. Elementos esenciales del “Patriot Act” continúan en vigor hasta hoy: el control prácticamente sin orden judicial de las comunicaciones por teléfono e internet y de las transacciones financieras.
En algunos casos, los jueces están incluso obligados a permitir esas medidas, en tanto así lo exija el interés general de lucha contra el terrorismo. Además fue creado el derecho penal para enemigos, por el cual extranjeros sospechosos de terrorismo pueden ser detenidos ilimitadamente sin orden judicial ni acusación concreta, por ejemplo en la cárcel de Guantánamo.
Con el aumento de poder de los servicios secretos y las fuerzas armadas también han cambiado sus métodos: de Guantánamo y campos para prisioneros y cárceles en Afganistán e Irán se conocen casos de tortura.
Como desde el 9-11 el terrorismo actúa cada vez más descentralizadamente, las fuerzas armadas estadounidenses se han especializado en la guerra asimétrica, dice Martin Thunert. En ese contexto deben ser vistos los actos de matar sin juicio previo a adversarios no estatales calificados como peligro potencial.
Ataques preventivos: un método casi normal
También los ataques preventivos se han transformado en un método casi normal de las fuerzas armadas norteamericanas. “La guerra de Irak, por ejemplo, fue fundamentada sobre todo con el argumento de que el objetivo era eliminar una amenaza futura”, dice Peter Rudolf, experto de la Fundación Ciencia y Política, con sede en Berlín. El uso de drones no es más que la continuación de esa lógica, agrega.
Barack Obama ha ampliado considerablemente el uso de drones, que comenzó George W. Bush. En la región fronteriza afgano-pakistaní han sido matadas por drones unas 3.500 personas, entre ellas cientos de civiles. Estados Unidos ha realizado ataques con drones también en el Yemen y Somalia.
La lucha contra el terror ha debilitado la imagen de Estados Unidos en el mundo, dice Peter Rudolf. Por ello, el gobierno de Obama ha intentado darle otro giro. En mayo de 2013 prometió cerrar Guantánamo, limitar los ataques con drones y someterlos a reglas más severas.
“Estados Unidos no quiere seguir con una guerra ilimitada contra el terrorismo”, dijo Obama recientemente. No obstante, los instrumentos y métodos de política de seguridad creados después del 9-11 siguen formando parte del repertorio de la política de seguridad estadounidense. A pesar de que el presidente Obama quiere seguir reglamentando aún más en el futuro esos métodos, es improbable que Estados Unidos llegue a renunciar por completo a ellos.
Autor: Sven Pöhle / PK
Editora: Claudia Herrera Pahl