La mala estrella de Nicolás Maduro
10 de enero de 2019Cuando el difunto Hugo Chávez (1954-2013) fue elegido presidente de Venezuela en 1998, Nicolás Maduro (23.11.1962) ya era uno de sus hombres de confianza. Siendo representante sindical de los trabajadores del Metro de Caracas, Maduro visitó a “el Comandante” en la prisión donde éste cumplía condena por la intentona golpista que co-dirigió el 4 de febrero de 1992. En ese contexto conoció a Cilia Flores, la abogada de Chávez que terminaría siendo su pareja y una de las personalidades más influyentes de la Revolución Bolivariana.
Maduro debutó como diputado en 1998 en representación del partido de Chávez, fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1999, obtuvo una curul en la Asamblea Nacional en 2000 y llegó a presidir el Parlamento en 2005. Al año siguiente, Chávez lo colocó al frente del Ministerio de Exteriores, donde se lució, a los ojos de tirios y troyanos, durante seis años y medio. En 2012, al anunciar que padecía una dolencia grave, Chávez les pidió a sus incondicionales que apoyaran a Maduro, entonces vicepresidente, si él llegara a morir.
“El delfín de Chávez”
Tras el fallecimiento de Chávez (5.3.2013) y después de vencer –por un margen menor al 2 por ciento– al líder opositor Henrique Capriles Radonski en unos comicios controvertidos, Maduro asumió la jefatura del Gobierno en 2013. Desde entonces, el hombre fuerte de Caracas lleva sobre sus hombros una polifacética crisis heredada de su predecesor y agravada por sus propias decisiones, como las de darles continuidad al modelo sociopolítico y al modelo económico-financiero chavista. Bajo su mandato, millones de personas han huido de Venezuela.
Sin el carisma de Chávez, pero con las mismas ínfulas autoritarias, Maduro terminó alienando a muchos de quienes lo habían respaldado circunstancialmente y allanando el terreno para su propia derrota: en los comicios legislativos de diciembre de 2015 –las últimas elecciones limpias celebradas en el país–, la oposición despojó al oficialismo de la mayoría de los escaños en el Parlamento. De ahí en adelante, él y las instituciones estatales alineadas con el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) optaron por el aislamiento.
Deshonrosas credenciales
Cada vez más Estados condenan abiertamente al régimen chavista, a pesar de que Maduro no ha recurrido al golpe de Estado tradicional para aferrarse al poder. Él acabó con la separación de poderes en Venezuela, llenó sus cárceles de presos políticos, inhabilitó a sus adversarios y amañó los procesos de sufragio, fomentando la masiva abstención que le permitió “ganar” las últimas elecciones –los comicios presidenciales adelantados del 20 de mayo de 2018–, desconocidas tanto por la Unión Europea como por catorce de los vecinos de Venezuela.
A Maduro se le acusa de saber que varias campañas electorales del chavismo fueron financiadas con dinero del narcotráfico y que altos oficiales del establishment participaban en el negocio de la droga. Pero, hasta ahora, las sanciones internacionales que pesan sobre él se deben a su co-responsabilidad en la represión de manifestaciones multitudinarias en defensa de la Constitución y otras violaciones de derechos humanos. Con esas credenciales se juramenta “el delfín de Chávez” para un segundo mandato este 10 de enero de 2019.
(jov)
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