La marina internacional no ahuyenta a los piratas
9 de abril de 2009Cuando en diciembre de 2008 la Unión Europea puso en marcha la “Operación Atlanta”, en poder de los piratas somalíes habían estado ya alemanes, franceses y españoles. Semanas después, la OTAN anunciaba que atendería a la petición de Naciones Unidas y enviaría al menos siete buques a custodiar el tráfico marítimo en las costas de Somalia. A estas latitudes, el Índico se había vuelto un océano peligroso.
Cuatro meses han pasado desde que Europa y la Alianza decidieran movilizar sus fuerzas. Durante algún tiempo la situación pareció tranquilizarse en el Golfo de Adén, pero quienes se apresuraron a cantar victoria estaban equivocados. En los últimos cinco días, nada más y nada menos que seis embarcaciones han caído presas de los piratas. El negocio con los rescates es suculento y, en uno de los países más empobrecidos y desarticulados de África, las personas dispuestas a violar la ley se compran fácilmente y al Estado le faltan los medios para evitarlo.
El “gran negocio” no se hace en Somalia
Vislumbrar, desde una de las costas más pobres del mundo gigantescos barcos cruceros cargados de gente rica que pasa sus apacibles vacaciones y veleros de bronceados millonarios que tratan de compensar el estrés de sus vertiginosas vidas navegando, no debe ser una imagen agradable.
En 1991, el dictador Siad Barre era derrocado en Somalia: desde entonces, el país carece en la práctica de gobierno. Mogadiscio es una capital en ruinas. Las milicias aterrorizan a la población y la mitad de los somalíes se encuentra en situación de huida perpetua. La comunidad internacional ha abandonado a Somalia. La ha dejado sola en sus guerras, en su miseria, en su incapacidad para organizar un Estado y una economía que funcionen. Y lo que es peor: pescando ilegalmente en sus mares y agotando sus recursos, el “norte” ha contribuido a que no se quiebre la dinámica de una tragedia nacional tras otra. Así justifican los piratas del siglo XXI su nueva “caza del hombre blanco”.
Mientras tanto, los cruceros y los yates han desaparecido. Esta ruta por el Cuerno de África era una de las más transitadas, pero desde que se requiere escolta ya no es lo mismo. Los aficionados se han ido con su tiempo libre a otras aguas. Quedan quienes, por motivos de trabajo, no tienen más remedio que navegar frente a Somalia. Y las ONG que abastecen a la población civil y se esfuerzan por no sumarse a la lista de los que dieron al país por perdido.
Y al final, los que más ganan con los lucrativos secuestros no viven en cabañas con tejado de ramas ni tienen doce famélicos hijos que alimentar. Los que se arriesgan en alta mar son los peones. Los jefes de las milicias que dominan partes de Somalia cobran tasas por el apoyo logístico. Pero quienes planean y financian las operaciones están lejos, en Londres o en Dubai. “Ningún joven somalí puede permitirse un teléfono satelital, una barca rápida o una Kalaschnikow. Los que están detrás de las operaciones, los que hacen el gran negocio, viven fuera de Somalia”, decía Andrew Mwangura, miembro de una organización keniana de ayuda a los navegantes, a la cadena de televisión pública alemana ARD.
Seguramente, no serán los últimos
Ningún gobierno y ninguna empresa quiere arriesgarse a que a su gente le pueda suceder algo. El trajín de rescates es importante y las sumas alcanzan cifras millonarias. El negocio es redondo y “mientras frente a sus costas siga practicándose la pesca ilegal, mientras que en tierra se siga traficando con drogas y con personas, no acabará la piratería en Somalia”, continuaba Mwangura en el canal televisivo.
Teniendo en cuenta esto, nadie debería sorprenderse de que, cuatro meses después, con la marina europea y los buques de la OTAN patrullando por el Golfo de Adén, los abordajes continúen. No es de extrañar que el FBI tenga que ejercer de mediador para lograr la liberación del capitán del “Maersk Alabama”, un carguero danés capturado con 21 estadounidenses a bordo; ni que el Ministerio de Defensa alemán informara el pasado lunes de que un barco con bandera germana y 24 tripulantes, cuyo destino es aún incierto, había sido secuestrado a 400 millas náuticas del puerto de Kismayu, entre Kenia y las Seychelles. No es de extrañar y, seguramente, no serán los últimos.
Autora: Luna Bolívar
Editora: Emilia Rojas