La muy alemana debilidad por la carne
8 de agosto de 2019Esta semana, un entrecot de quinientos gramos puede costar apenas siete euros en algunos supermercados alemanes y una salchicha o un paquete de carne de res y cerdo molida, menos de cuatro euros por kilo. Estas no son ofertas especiales; en Alemania, la carne es uno de los productos más baratos. Eso no se debe a que sea considerada un alimento de primera necesidad –aunque, como el pan, las frutas y los vegetales, también la carne es gravada con un impuesto al valor agregado reducido del 19 por ciento al 7 por ciento–, sino a que se produce en grandes cantidades y a un costo muy bajo. La industria cárnica es un importante factor económico.
En 2018, las veinticinco más grandes empresas de ese sector facturaron 27.000 millones de euros. Aunque éstas exportan cada vez más carne, en el mercado germano siempre hay una sobreoferta. El negocio radica, por un lado, en que tanto los trabajadores de los criaderos de ganado como los de los mataderos son mal pagados y, por otro, en que los animales son mantenidos en condiciones que atentan contra su salud, pero que resultan rentables en términos industriales. El dinero que los productores de carne ahorran al negarle calidad de vida a humanos y animales se manifiesta en los centavos que los consumidores ahorran al comprarla.
El dolor de los animales
Si bien en Alemania está vigente una Ley para la Protección de los Animales, fotos tomadas y videos grabados secretamente en criaderos de ganado revelan una y otra vez que en este país europeo no se ha dejado de infligir daño a los cuerpos cuya carne termina en los platos de sus ciudadanos. Martin Hofstetter, de la organización ecologista Greenpeace, lamenta que, en este sentido, la ley alemana sea más "laxa” que la de otros Estados comunitarios. Algunos vecinos de Alemania obligan a los granjeros a ofrecerles más espacio a sus animales y a controlar más estrictamente el suministro de medicamentos, sobre todo los antibióticos.
"Este es un fenómeno auspiciado por la clase política para convertir a Alemania en el mayor exportador de carne barata”, acota Hofstetter. Hace mucho tiempo, comer carne era percibido por los alemanes como un indicio de prosperidad económica porque pocos podían darse ese lujo. Un estudio revela que el consumo de carne aumentó constantemente entre 1961, cuando una persona comía un promedio de 64 kilos al año, y 2011, cuando el promedio era de 90 kilos al año. Desde 2011, la tendencia se ha revertido: hoy, en Alemania, una persona come un promedio de 60 kilos al año. El promedio mundial es de 40 kilos, según la FAO.
Evaluando medidas
Aunque el número de vegetarianos y veganos aumenta en Alemania, su enorme producción de carne no se detiene; el país produce más de la que sus habitantes se llevan a la boca. Y sus precios son invariablemente bajos. Nadie se muestra indiferente al ver un documental sobre los maltratos que sufren los animales en los criaderos, pero, en los supermercados, la mayoría de las personas sigue comprando la carne más barata. ¿Cambiaría esta situación si sus precios aumentaran? Políticos agrarios, ecologistas y defensores de los derechos animales recomiendan elevar el impuesto al valor agregado del siete al diecinueve por ciento.
El dinero adicional podría ser invertido en el mejoramiento de la calidad de vida de los animales. Los opositores de esa idea alegan que no sería socialmente justo elevar el precio de la carne por esas razones, porque eso implicaría también aumentar el precio de otros productos como la leche y los huevos. Y en Alemania abundan las familias que no podrían comprarlos con los ingresos que tienen. El político alemán Günther Oettinger, comisario europeo de Programación Financiera y Presupuestos desde 2017, advierte que Alemania no debería tomar decisiones de ese calado sin coordinarlas con los otros socios del Club de los 28.
Si la industria cárnica germana elevara los precios de sus productos, sus consumidores tradicionales podrían comenzar a preferir la carne producida fuera de Alemania, arguye Oettinger. La política Renate Künast, de Los Verdes, analiza el fenómeno desde otra perspectiva. "Nosotros subvencionamos la explotación intensiva de animales con el dinero de los contribuyentes”, explicaba Künast en entrevista con el diario Rheinische Post. Pero, a sus ojos, la carne presuntamente barata es, en realidad, más cara porque en su precio deben ser incluidos los efectos de esta forma de explotación, como las emisiones que generan el calentamiento global o el tratamiento de las enfermedades propiciadas por la cantidad de antibióticos que se les administran a los animales.
(erc/ers)
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