Las imágenes de los escritores Serguéi Yesenin y Fiódor Dostoyevski flanquean la entrada a una de las tantas áreas que Rusia tiene en la Feria del Libro de La Habana, inaugurada el pasado 15 de febrero. Pero la literatura es solo una parte de los más de tres millones de textos impresos que ha enviado Moscú a Cuba. El resto, volúmenes con discursos de Vladimir Putin, manuales de propaganda oficial y una catarata de títulos críticos con Occidente.
La ofensiva editorial rusa ha superado, en cantidad y metros ocupados, la presencia de Brasil, el país invitado a la actual edición de un evento que cada año languidece más. Varios funcionarios del Kremlin también se han sumado a la Feria y, el pasado lunes, el canciller Serguei Lavrov aterrizó en la capital cubana y conversó con Miguel Díaz-Canel. La anterior visita del ministro de Exteriores ruso a La Habana había sido en abril de 2023, con lo que se va convirtiendo en un habitual de las alfombras rojas insulares y de las fotos con la cúpula cubana.
Frente a los ojos de los ciudadanos, los rusos parecen estar colándose por cada resquicio de la vida nacional. Una comisión intergubernamental examina y toma acuerdos en áreas tan disímiles como la económica, financiera, energética, de transporte, agricultura, comunicaciones, salud, educación y turismo. Incluso, aunque no reconocida por ninguno de los dos regímenes, la presencia de soldados cubanos que pelean por la parte rusa en la invasión a Ucrania, también hace más estrecho el vínculo entre el castrismo y el putinismo.
Incluso, la prensa oficial de la Isla ha adoptado el guion que el Kremlin impone a sus medios nacionales. Tanto allá como aquí, no se publican las derrotas rusas en el campo de batalla, el nombre de Volodimir Zelenski debe ir acompañado siempre de los peores adjetivos y la invasión solo es una operación especial para que la patria rusa recupere lo que le pertenece, lo que una vez le arrebataron. Cada día, las publicaciones de Sputnik y Granma se parecen más. Entre RIA Nóvosti y Prensa Latina apenas hay diferencias cuando de noticias sobre Europa y Estados Unidos se trata.
Ambos regímenes han ido sincronizando discursos en los últimos años, alineando su relato político en varios puntos y estrechando lazos, algunos visibles y otros bajo el manto del secretismo. Pero Cuba es un país pequeño, una isla con apenas recursos naturales y una economía destruida por la ineficiencia y los malos manejos. Acercarse demasiado a la voracidad de Moscú es una jugada muy peligrosa porque es insaciable y pide a sus aliados mucho más que apretones de manos y visitas protocolares.
Dentro de esa entrega obediente está el acto de servir de trampolín para las campañas de desinformación y hacer de puente con América Latina para que Putin pueda lavar su imagen y socavar la solidaridad con Kiev. El Kremlin no da apoyo sin pedir nada a cambio y son tiempos de solicitudes directas y reclamos desmedidos.
A los cubanos que esta semana se acercaron a la Fortaleza de la Cabaña en La Habana, para comprar en la Feria del libro un volumen de Antón Chéjov o de León Tolstói, les esperaban más bien los discursos de Lenin, los folletos propagandísticos de Rusia Unida y una avalancha de títulos alabando al antiguo oficial de la KGB.
Cuando el Kremlin desembarca lo hace con todo. A veces, arrasando con las esteras de sus tanques, otras, aplastando con su desinformación.
(rml)