"La tortura sicológica es difícil de sobrellevar"
17 de abril de 2019Madelaine Caracas tiene 20 años y hace 12 meses que no ve a su mamá. A mediados de abril de 2018 cursaba el último año de la carrera de Comunicación y pintaba cuadros al óleo, pero cuando las protestas universitarias estallaron en Managua, dejó su mochila de libros y se sumó a las barricadas donde los jóvenes se enfrentaban a pedradas a la Policía que disparaba balas de fusiles AK-47.
El 16 de mayo de 2018, su voz fue escuchada por millares de televidentes que seguían en vivo la primera sesión del infructuoso diálogo nacional. Madelaine leyó uno a uno los nombres de sus compañeros muertos en las universidades, frente al rostro imperturbable del presidente Daniel Ortega y de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.
Semanas después debió huir y exiliarse en Costa Rica, país que ha dado refugio a más de 50.000 nicaragüenses en los últimos meses.
En entrevista con DW Madelaine Caracas analiza su vida, su trabajo de denuncia internacional, el drama de sus padres clandestinos y la situación de Nicaragua a un año de la rebelión que no logró tumbar del poder al veterano caudillo sandinista, pero cambió para siempre a este país centroamericano, inmerso todavía en el peor conflicto de su historia reciente.
-¿Cuánto te ha afectado esta crisis a nivel individual? ¿Qué perdiste y qué ganaste, si acaso es posible hacer un balance?
Esta pregunta es demasiado difícil, porque la crisis nos afecta a todos de muchas formas. En mi caso el exilio, las amenazas y el nivel de exposición pública es lo que me ha dañado más, como la tortura sicológica y las amenazas que he recibido. El hecho de que yo esté exiliada y mis padres no tengan trabajo y estén escondidos, porque no pueden regresar a nuestra casa, me provoca un estado de stress difícil de sobrellevar.
También me afecta ver a mis compañeros presos, el trabajo desgastante de la denuncia internacional, poner el cuerpo y la cara para hacer este trabajo y de repente sentirte culpable de estar viva. Es horrible, pero una se pregunta ¿por qué estoy viva?
Saber que estaba en el último año de una carrera que me costó esfuerzo porque debía mantener una beca y finalmente tuve que dejarla, ha sido muy difícil. Sé que hay muchas personas que han perdido más, hay quienes perdieron su vida y entonces perder una carrera no se compara. Pero finalmente cada quien tiene sus procesos y sus dolores.
Yo creo que gané muchas experiencias porque jamás imaginé que a mis 20 años me convertiría en una defensora de derechos humanos, que estaría aprendiendo tanto, que entraría en el Parlamento Europeo o hablaría en las Naciones Unidas. También gané muchas familias, porque en cada viaje me he quedado con familias de nicaragüenses migrantes y cada una se convirtió en mi familia. Ahora me siento menos sola, tengo muchas mamás que me cuidan desde lejos y tengo refugio en distintos países del mundo.
Pienso que en medio de los infortunios y el dolor no hay ganancias, pero sí lecciones: saber que existen herramientas para construir un mejor futuro y que esto no vuelva a repetirse. Nunca pensé que tendría que aprender tanto de política, diplomacia, historia y relaciones internacionales en tan poco tiempo y tan temprano.
La verdad es que nos tocó crecer y madurar muy rápido. Por eso estas lecciones y este abril quedarán para siempre en mi vida. Son historias que nunca voy a olvidar: las familias que he ganado, la familia que he perdido y dejado, y los procesos que vienen.
- ¿Qué les pasó a los estudiantes en 2018? ¿Hubo un despertar sorpresivo de la conciencia social, o una explosión causada por el hartazgo frente a los políticos y al poder?
Antes de abril no existía en Nicaragua un movimiento estudiantil independiente, autónomo, que respondiera a los verdaderos intereses de los universitarios. En muchos espacios, los jóvenes nos cuestionábamos nuestro rol y nos preguntábamos qué hacer. Nos agobiaba el hecho de crecer en un país donde vas a votar por primera vez y siempre queda el mismo presidente porque se roba los votos; donde ves violencia a diario y la corrupción permea cada entidad del Estado; donde no hay justicia para las mujeres abusadas y donde el Ejército mata a los campesinos sin que la Policía o el Poder Judicial den respuestas.
El cansancio frente a tanta corrupción e impunidad fue clave para cuestionar el sistema, pero el nivel de represión brutal de la Policía contra nuestras primeras marchas fue lo que terminó de rebalsarnos. Cuando el 18 de abril nos atacaron en la Universidad Centroamericana (UCA) violaron el espacio de autonomía universitaria; ahí vimos a los activistas de la Juventud Sandinista destruyendo las instalaciones de nuestra universidad, apoyados por la Policía.
Algunos pensaban que los jóvenes éramos indiferentes, pero en realidad estábamos frente a una olla de presión que iba a explotar. El incendio en la reserva de Indio Maíz (sur de Nicaragua) se inició el 3 de abril con quemas indiscriminadas por parte de colonos protegidos por el gobierno y fue lo que detonó las primeras protestas. Muchos de nosotros habíamos estado antes en manifestaciones por las pensiones de vejez, el medio ambiente y los derechos de las mujeres. Nos preguntábamos qué hacer frente a un gobierno autoritario y un presidente que estaba por encima de todo y jamás escuchaba las demandas populares.
-¿Qué futuro avizoras para Nicaragua? ¿Cómo es el país que te imaginas?
Me encantaría ser optimista, pero estoy clara de que el proceso de construcción del país que queremos nos va a tomar muchos años. Porque el gran reto no es sacar a Ortega, sino construir un Estado con nuevas instituciones, sin corrupción ni impunidad y crear una nueva cultura política basada en la justicia.
Es fundamental la articulación entre sectores, porque los movimientos sociales siempre han sido fiscalizadores del poder y han apoyado las demandas de la gente en la calle, poniéndose al frente de la defensa de los más vulnerables y de sus derechos pisoteados.
También tendremos que sentar las bases para la construcción de la memoria, para no repetir el pasado, para que dentro de 40 años no tengamos otro régimen dictatorial. Nicaragua merece paz, democracia y un cambio estructural del autoritarismo, el machismo y la corrupción, para construir una nación más plural, más inclusiva y más diversa, donde todos podamos tener una voz.
(gg)
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