La voz de Bach
18 de enero de 2012El pasado mes de diciembre, sintiendo ya la proximidad de la muerte, se retiró de los escenarios. “Solo soy un intérprete”, afirmó en una entrevista concedida a mediados de los 90. “Soy lo contrario al verdadero músico: el compositor”. Tampoco se consideraba un pionero, pero lo fue. No pensaba que tuviera nada especial que contar, pero su figura y sus interpretaciones rebosan elocuencia.
Defensor de la objetividad -la partitura y las intenciones del compositor están por encima del intérprete-, era a la vez partidario de la imaginación a la hora de abordar las piezas del pasado. Sus versiones se basan en el estudio profundo y riguroso de las fuentes de la época, pero no por ello dejan de ser expresivas, sutiles y matizadas hasta el último detalle. Un prodigio de elegancia sobre un instrumento que aún a día de hoy muchos desprecian.
Su estela perdura
Se dice que Johann Sebastian Bach realizó un viaje para estudiar con Dietrich Buxtehude, que, a principios del siglo XVIII, era uno de los músicos más renombrados de Alemania. Puede afirmarse que Leonhardt disfrutó de un aura similar desde mediados de la década de los 50, pues ha sido el clavecinista más importante de nuestro tiempo. Una prueba de ello es la escuela que deja detrás. Todo aquel aspirante a hacer carrera en el clave, necesariamente debía realizar peregrinación para recibir sus consejos. Lo hicieron, entre otros, los reputados Bob van Asperen, Alan Curtis, Christopher Hogwood y Ton Koopman. Algunos de ellos relatan el entusiasmo por el detalle y su afanosa aspiración por extraer todas las posibilidades del instrumento.
Nacido en Holanda en 1928, Leonhardt recibió formación como pianista y violonchelista. Tras la Segunda Guerra Mundial, estudió clave y órgano en la Schola Cantorum de Basilea. Regresó a su ciudad natal en 1954 como profesor del Conservatorio y, desde entonces, se convirtió en uno de los puntos de atracción de la interpretación histórica en Holanda. Junto con otras figuras afincadas allí - con algunas de las cuales, como Bylsma y Brüggen, mantuvo una fructífera colaboración-, Leonhardt contribuyó a hacer de Holanda la meca de la música antigua.
El magisterio no impidió que continuara dando conciertos en pequeños recintos e iglesias. Un técnico de sonido recuerda cómo, tras mucho esfuerzo, logró instalar un micrófono en la bóveda de una remota iglesita suiza. “¿Para qué lo ha colocado tan arriba?”, inquirió Leonhardt. El técnico, medio en broma, respondió que quería captar el sonido tal y como lo escuchaba Dios. “No me interesa, quítelo”, ordenó el holandés. “Quiero que la grabación suene como escuchan la música los hombres”.
La voz de Bach
Al órgano y al clave, solo y en compañía de otros, son numerosos los compositores del pasado a los que se acercó Gustav Leonhardt, pero destaca sobre todo por haber liberado a Bach de los excesos interpretativos a los que había sido sometida su música. Leonhardt se propuso recuperar la voz auténtica del compositor alemán, remitiéndose a las partituras y al estudio riguroso de las fuentes. Tanto el resultado sonoro como el propio proceso pueden ser discutibles a día de hoy, pero no hay duda de que el holandés consiguió imbuir a la música de Bach de una honesta austeridad.
Lo mismo puede decirse del proyecto que emprendió junto con otro pionero de la música antigua, Nikolaus Harnoncourt. Ambos se propusieron grabar todas las cantatas de Bach utilizando los recursos de los que dispuso en su época el Cantor de Leipzig, una serie que tardó años en completarse. Testimonio de ella ha quedado en el sello Teldec. Hoy día existen otros proyectos similares en marcha, pero fue Leonhardt quien, desde su humilde condición de intérprete, impulsó una empresa que hoy día nos resulta imprescindible tanto para acercarnos a Bach, como a la sensibilidad interpretativa de la segunda mitad del siglo XX.
Autora: María Santacecilia
Editor: Enrique López