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Las tareas pendientes de la Unión Europea

30 de junio de 2002

La presidencia española de la Unión Europea llega a su fin. En lo tocante a Latinoamérica no hay mucho que consignar, salvo el acuerdo de cooperación con Chile. El balance tampoco es muy positivo en los asuntos europeos.

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Jose María Aznar no logró sus cometidos.Imagen: AP

Poco quedó de los ambiciosos propósitos. El tema de la lucha contra el terrorismo, por ejemplo, figuraba muy arriba en la agenda de los españoles, debido también la violencia de la ETA. Sin embargo, poco ocurrió al respecto. Lo mismo se puede decir en lo tocante a la liberalización de los mercados laborales, uno de los temas predilectos del presidente del gobierno, José María Aznar. Tampoco en este punto pudo lograr consenso con sus homólogos europeos.

Los intentos de modernizar la legislación laboral llevados a cabo por sus afines, como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, acabaron con masivas huelgas y protestas en las calles de Italia. Aznar tuvo que soportar incluso la afrenta de que los trabajadores españoles convocaran a una huelga general, en vísperas de la cumbre de Sevilla.

Entretanto, otros países de la Unión optan por buscar sus propias soluciones al problema del desempleo. En síntesis, no hay grandes iniciativas mancomunadas.

El delirio de las subvenciones agrarias

España tuvo menos éxito aún en impulsar la integración europea y tratar adecuadamente el asunto de la ampliación hacia el Este. Hay que admitir que a la presidencia española le correspondió nada menos que el más complejo de los asuntos: el de la política agraria y las reformas estructurales. Sin embargo, ni siquiera se logró el mínimo avance. Por el contrario. Los conflictos saltaron al primer plano.

La pugna gira hoy principalmente en torno a la ayuda directa para los campesinos, que aquellos países que tradicionalmente aportan dinero no están dispuestos a asignar en el mismo volumen a los aspirantes a ingresar al club. Pero, en lo medular, se trata de la vaca sagrada de la Unión Europea: las delirantes subvenciones agrícolas, que año tras año consumen cerca de la mitad del presupuesto total de Bruselas.

Oposición alemana

El obsoleto sistema de incentivos requiere con urgencia una reforma. Todos lo saben, pero algunos no quieren aceptarlo. Los franceses, por ejemplo, y también los propios españoles desearían mantener los privilegios de sus campesinos. Sin embargo, no desean financiarlos. Esperan que se mantenga el mismo sistema, que implicaría mayores desembolsos aún para los países que hacen aportes netos de fondos en este campo. Alemania se opone férreamente.

Nadie sabe cómo podrá resolver estos dilemas de dinero el próximo presidente de turno: Dinamarca. Algunos piensan que podría tener un manejo más afortunado del problema, por tratarse de un país más pequeño que, por lo menos, no tiene intereses fundamentales propios que defender. Otros confían en las iniciativas que se propone presentar el comisario de Agricultura.

Pero, desde ya, ha quedado claro que España no consiguió indicar el rumbo.