Los inmigrantes se levantan en Lampedusa
24 de enero de 2009“Esto es un campo de acogida. Las medidas de seguridad aquí son las que corresponden a este tipo de instalaciones y no las que reinan en otros sitios de Italia”, explicaba el prefecto del Ministerio del Interior italiano, Mario Marcone, por qué los inmigrantes lo han tenido tan fácil para abandonar el centro y dirigirse en larga caravana hasta el mismo ayuntamiento de Lampedusa.
A veces, las historias no se pueden definir de otra manera más que como tragedias. Los que desembarcan en la pequeña isla mediterránea provienen mayormente de África y acaban de solventar un viaje que cuesta más de lo que pueden pagar. Ilegales sobre suelo europeo, si no logran huir, acaban en centros de acogida, en los que el tiempo pasa a la espera de saber si llegará o no la repatriación. Y, sin embargo, los que desembarcan en Lampedusa son los ganadores: los perdedores han muerto.
Los países miembros de la Unión Europea se comprometieron a asegurar conjuntamente las fronteras exteriores de la UE. Pero, a la hora de la verdad, los Estados en los márgenes comunitarios se enfrentan solos a la llegada masiva de inmigrantes. El problema es humanitario y, transformado en marcha pacífica hacia la casa consistorial, en Lampedusa acaba de estallar.
Instalaciones saturadas
El prefecto Marcone estaba enfadado. Si alguien quiere saber quién tiene la responsabilidad del triste motín que pregunte en Roma: a su jefe, por ejemplo, el ministro del Interior, Roberto Maroni, de la derechista Liga Norte. Él fue quien tomó la decisión de convertir la vieja base militar de Lampedusa en un centro para la identificación y repatriación de inmigrantes. Parte del plan era fulminar las esperanzas de llegar a pisar más suelo europeo que el del campo de acogida, suspendiendo los traslados de “sin papeles” a instalaciones situadas más al norte. El resultado: la saturación absoluta.
Ya hace tiempo que las autoridades empezaron, más o menos abiertamente, a desviar inmigrantes a otros centros, con lo que las condiciones de internamiento han mejorado. Y, aún así, todavía permanecen en el campo 1.300 personas, según el Gobierno italiano, unas 2.000 según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Las instalaciones cuentan con capacidad para acoger a 850.
De camino al ayuntamiento, los inmigrantes se quejaban de las condiciones en las que viven. Gritaban “¡libertad!” y “¡ayuda!”. También el alcalde de Lampedusa, Bernardino De Rubeis, pedía apoyo al Ejecutivo. “¿Cuántos tienen que venir para que Gobierno nos ayude? ¿2.000, 3.000 o incluso 6.000, tantos como habitantes tiene la isla?”, se preguntaba el político. La última vez fueron 700 los que cruzaron la frontera más meridional de Italia; a lo largo de 2008 alcanzaron Lampedusa 31.000 inmigrantes.
Lecciones de geografía
Bernardino De Rubeis encabeza las protestas contra la construcción de un nuevo centro de acogida en la pequeña isla. No quiere que Lampedusa se convierta en una cárcel, ni tampoco que los indispensables turistas de los que vive la economía local la relacionen con las tragedias que vienen por mar. Pero el Gobierno al que apela le ha dado hasta ahora pocas respuestas, casi tan escasas como el número de soluciones humanas que presenta.
El ACNUR se ha quejado del trato que se le da a los inmigrantes en Italia y circulan todo tipo de acusaciones que incluyen violencia y drogas para mantener tranquilos a los internos. El prefecto Marcone lo niega. Su jefe en Roma se limita a asegurar que se está negociando con los países norafricanos para que acepten por procedimiento de urgencia la repatriación de sus nacionales. Y el primer ministro, Silvio Berlusconi, imparte geografía: “esta situación no depende del Gobierno, sino del hecho de que Lampedusa es la parte de Italia más cercana a África”.
Cabe dudar que a países como Libia les corroa la prisa por solucionar el problema y Lampedusa difícilmente podrá moverse de donde está. Aunque Berlusconi asegure tenerlo “todo bajo control” y los inmigrantes hayan empezado a regresar al centro de acogida, algo tendrá que hacer el jefe Maroni si no quiere que el caos provocado vaya a más.