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La ciencia de la provocación

13 de junio de 2012

Fue psicoanalista, feminista y escritora y sus textos rompieron con los tabúes de la Alemania de posguerra, impulsando el inicio de la elaboración de los crímenes del régimen nazi. Murió poco antes de cumplir 95 años.

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Margarete Mitscherlich, autora y psicoanalista alemana, murió antes de cumplir los 95 años.
Margarete Mitscherlich, autora y psicoanalista alemana, murió antes de cumplir los 95 años.Imagen: picture-alliance/dpa

Vino al mundo en 1917 en el seno de una familia burguesa. Hija de un médico danés y de una maestra alemana, se formó en el psicoanálisis y trabajó en ese campo junto a su esposo, Alexander Mitscherlich, durante muchos años. Margarete y Alexander Mitscherlich se dedicaron a la enseñanza y a la investigación, y rompieron con muchos tabúes de la sociedad de su época.

Política y psicoanálisis

Su obra “La incapacidad de sentir duelo” fue toda una provocación. Surgió en 1967, en medio de la Guerra Fría y antes de las revueltas estudiantiles, y tocaba ciertos temas que habían sido tabú durante mucho tiempo. Era un texto polémico y clave que poco después también influiría al movimiento estudiantil alemán que protestaba en las calles, no solo contra el poder establecido de las universidades, sino también para llamar la atención a la generación de sus padres acerca de la represión colectiva de la culpa, la falta de una elaboración de los crímenes cometidos por Alemania durante el régimen nazi y la vuelta a una normalidad solo aparente luego de finalizada la II Guerra Mundial.

Alexander Mitscherlich, el esposo de Margarete Mitscherlich, trabajó junto a ella en el campo del psicoanálisis.
Alexander Mitscherlich, el esposo de Margarete Mitscherlich, trabajó junto a ella en el campo del psicoanálisis.Imagen: picture-alliance/dpa

Era un libro complejo, y no fue comprendido por muchos en ese momento. Margarete y Alexander Mitscherlich se ocuparon en esa obra de esclarecer por qué “hubo serias deficiencias críticas al investigar la época del Tercer Reich”. Lo hicieron con las herramientas del psicoanálisis, una disciplina que, tras el fin de la II Guerra, había desaparecido. Sus representantes habían sido asesinados, expulsados, o debieron huir al extranjero. Margarete Mitscherlich ya había cursado estudios de psicoanálisis en Londres, en los años 50, y su marido fundó en 1960 el Instituto Sigmund Freud en Fráncfort del Meno, que más tarde se convirtió en uno de los centros intelectuales de la nueva República Federal de Alemania.

La marca de la culpa

La pobreza espiritual que el matrimonio Mitscherlich le achacó en ese libro a sus contemporáneos era amargo y, para muchos, difícil de soportar. En la obra se caracteriza a los alemanes como indiferentes y apáticos, carentes de empatía para con las víctimas del genocidio nazi, endurecidos en un “egocentrismo nacionalista”, y se les endilga defenderse de la culpa, de la vergüenza y, en especial, del sentimiento de duelo sobre las pérdidas. La gran mayoría de los alemanes de la época, según los autores, consideraba que los tiempos del régimen nazi habían sido una especie de “enfermedad de la niñez”, y hacían responsables del Holocausto solo a Adolf Hitler y a algunos otros líderes nazis.

El restablecimiento de la economía, dicen los autores, fue prioridad al fundarse la República Federal de Alemania. Y subrayan que, al contrario de lo que se decía en esa época, la creación de un país democrático, tras haber pasado por los horrores de la dictadura y del terrorismo de Estado, nunca fue una necesidad verdadera de los alemanes sino que les fue ordenada desde arriba por las fuerzas aliadas, es decir, los vencedores de la II Guerra Mundial.


Visiones del mundo

Eran tesis de las que en esa época la mayoría de los alemanes no quería hacerse cargo. En tiempos del “milagro económico” alemán solo se miraba hacia delante, no hacia atrás. La visión del mundo de entonces estaba claramente ordenada: a la izquierda estaba el enemigo, detrás de un muro de hormigón y alambre de púas, en la República Democrática Alemana. Margarete Mitscherlich y su esposo rompían así un nuevo tabú criticando el manejo falso, ilusorio y hasta peligroso que hacían los alemanes de las consecuencias de una guerra fraguada por ellos mismos y de la división de Alemania y las nuevas fronteras.

Faltaba la voluntad de reconocer los diferentes aspectos de la realidad, planteaban los Mitscherlich. Los alemanes se aferraban a sus pretensiones, que los autores calificaron de “una forma muy alemana de amar sin concesiones lo inalcanzable”. Y hablaban de una “orientación hacia lo irreal”, pensamientos que en esa época condujeron a que amplios sectores de la sociedad pusieran el grito en el cielo. Todavía no se hablaba de la política de Willy Brandt para el Este alemán, ni de la reconciliación con Polonia, ni de un acuerdo con la RDA.

Impensable en 1967: cuatro años despúes, se reunían Willy Brandt, Egon Bahr y Leonid Breschnev.
Impensable en 1967: cuatro años despúes, se reunían Willy Brandt, Egon Bahr y Leonid Breschnev.Imagen: picture-alliance/akg-images

Un impulso para la elaboración del pasado

“La incapacidad de sentir duelo” fue una obra con un título programático, una señal de partida para el confrontamiento de los alemanes con su pasado y, por ende, también un impulso para lo que hoy llamamos “cultura de la memoria”. Un esfuerzo doloroso que lleva muchos años, un ejemplo para muchos, una labor difícil que hoy es reconocida y respetada por muchos países del mundo.

Humor y capacidad para el debate

Margarete Mitscherlich, una intelectual provocadora y llena de ironía sobre sí misma, publicó mucho, incluso luego de la muerte de su marido, en 1982. Y no solo ensayos. Ocasionalmente escribió también para una revista feminista. Como intelectual, tomó el estandarte de un feminismo combativo y publicó “La mujer pacífica” en 1985. Cinco años más tarde escribió “Sobre las dificultades de la emancipación”, editó una revista y atendió pacientes en su consultorio psicoanalítico en Fráncfort hasta sus últimos días. Algunos que la conocieron dicen que sobre el sofá de su casa tenía una figura de peluche con los rasgos inconfundibles de Sigmund Freud. Margarete Mitscherlich, que falleció poco antes de cumplir 95 años, también tenía un gran sentido del humor.

Autora: Cornelia Rabitz/ Cristina Papaleo
Editora: Rosa Muñoz Lima