Opinión: “Comisión Europea de la última oportunidad”
30 de octubre de 2014Jean-Claude Juncker es un europeo de la vieja escuela. Ha estado durante décadas en el negocio político, conoce a todos en Bruselas y trabaja infatigablemente por la integración europea. Al mismo tiempo es un hombre de acuerdos, que sin problemas puede conciliar sus posiciones cristianodemócratas con las liberales o socialdemócratas. Dicho en otras palabras: Juncker es plenamente un hombre del sistema de Bruselas. Eso le hizo parecer ante muchos gobiernos europeos como una figura especialmente adecuada. Por las mismas razones , otros lo consideraban particularmente inapropiado. En todo caso, parece que con Juncker sabemos a qué atenernos, para bien y para mal.
Los comisarios
Tanto más sorprendidos quedaron muchos con la nueva Comisión, tanto en lo que corresponde a los rostros como a la estructura. Nada menos que el francés Pierre Moscovici -quien como ministro de Finanzas galo pasó generosamente por alto todos los criterios europeos de estabilidad-, será Comisario Económico y Monetario. Por su parte, el británico Jonathan Hill –íntimo de la banca londinense- controlará los mercados financieros de Europa. Pero lo que hizo que estas designaciones les parecieran una pésima elección a algunos, podría resultar ser una jugada genial. Porque todos en la UE gritarán de inmediato “foul” a la más mínima sospecha de que uno de los comisarios pretenda actuar como “caballo de Troya” de su país de origen.
Control recíproco
Además, la nueva estructura puede velar por un cierto equilibrio de poderes dentro de la Comisión. Ahora hay también siete vicepresidentes con amplias carteras, que deberán coordinar el trabajo de los comisarios. Si uno se excede, el vicepresidente correspondiente podría llamarlo al orden. Pero también podría ocurrir que esta estructura, con sus segmentos traslapados y sus jerarquías, provoque una irremediable confusión de atribuciones. Todavía está por verse si la nueva organización volverá más eficiente o más engorroso el trabajo de la Comisión. De todos modos, Juncker sabe que él y su equipo no podrán replegarse a una cómoda existencia de burócratas.
La fórmula de Barroso
Puede que el nuevo presidente de la Comisión sea un retoño del viejo sistema, pero no vive en una torre de marfil. Juncker percibe el profundo cambio político y social que se reflejó en los resultados de las últimas elecciones de la Eurocámara. En el nuevo Parlamento Europeo abundan los diputados que quieren frenar o incluso revertir la integración europea. Los ciudadanos se alejan de la UE, la idea europeísta ya no les dice nada y desconfían del quehacer de Bruselas.
Desde el inicio de la crisis financiera, muchos asocian “Europa” con problemas económicos más que con oportunidades. El presidente saliente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, solo supo responder a todos los problemas con una fórmula: “más integración”. En lo sustancial puede que incluso haya tenido razón, pero en los últimos tiempos Barroso se alejó del sentir general. Su sucesor llamó a su equipo “Comisión de la última oportunidad”. Semejante gesto de humildad es el primer paso para mejorar.
La antigua brecha norte-sur
Juncker quiere aprovechar ahora la oportunidad para lograr que Europa vuelva a ser más relevante para la gente. La señal más clara de ello ha de ser un programa de inversiones de 300 mil millones, que se propone concretar antes de Navidad. Pero también allí acecha una trampa. Francia e Italia quieren de nuevo gastar dinero con la mayor rapidez, en lo posible con fondos de la caja comunitaria. Y posponen las reformas.
La nueva Comisión ya se ha mostrado más generosa con ambos países en lo tocante al cumplimiento de las reglas de estabilidad. Precisamente esa actitud es vista con desconfianza por los países del norte, como Alemania. En consecuencia, la discusión sobre el paquete de inversiones podría volver a encender la vieja pugna entre el norte y el sur.
Más que ahorro de electricidad
Y ni hablar de la amenaza de una retirada de Gran Bretaña de la UE, que sería catastrófica para ambas partes, pero, entretanto, parece concebible. Solo este problema acaparará en buena medida la atención de la Comisión. No, Juncker y su equipo no tendrán una tarea envidiable: superar la crisis, mantener la cohesión, hacer valer el peso de Europa a nivel global. La gran diferencia con el pasado es que la integración europea ya no es algo obvio, ni para los ciudadanos, ni para todos los gobiernos. Barroso demandó “más Europa”, pero lo que llegó a la ciudadanía fue la prohibición de las bombillas que gastaban más energía. La Comisión de Juncker tendrá que transmitir el mensaje europeísta de otra manera.