El contraste no podía ser mayor: en Arabia Saudita, Donald Trump bailó la danza del sable, un ritual de guerra, como explicó el rey Salman al presidente. Por otro lado, en Irán, la población bailaba animadamente en las calles festejando la victoria del reformista moderado Hassan Rohani en las elecciones presidenciales, así como la derrota de Ebrahim Raisi, de línea dura.
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Pero, a pesar, o por causa, de la danza bélica, la alegría y el júbilo también imperan en la monarquía petrolera, ya que, con su discurso de este fin de semana, Trump inició un giro en la política estadounidense hacia el mundo árabe en general, y hacia Arabia Saudita en particular. no solo quedó definitivamente enterrada la postura crítica del gobierno de Barack Obama con respecto a Riad, sino que, al mismo tiempo, el oponente geoestratégico Irán fue declarado el villano principal de la región, a quien se debe aislar, como en la era de George W. Bush. Y por si no bastase con aislarlo, Trump trajo en su equipaje armas para sus anfitriones por un valor de 110.000 millones de dólares, un negocio de dimensiones históricas.
Es una amarga ironía: justamente en la patria de los autores de los atentados del 11 de septiembre, Trump amenaza exclusivamente a Irán como patrocinador del terrorismo. Sin mencionar queda el hecho de que sus anfitriones en el Golfo Pérsico apoyaron masivamente, con dinero y armas, a la organización terrorista Estado Islámico y a otros yihadistas, como el mismo exvicepresidente estadounidense Joe Biden declaró abiertamente ante estudiantes de la Universidad de Harvard en el segundo semestre de 2014.
En su discurso, Trump habló de una "visión de paz, seguridad y prosperidad en la región". Si él tuviera realmente esa visión, su discurso habría sido diferente. Pero en vista del enfrentamiento geoestratégico entre Irán y Arabia Saudita, no se escuchó ninguna palabra de moderación ni de conciliación. En lugar de eso, el jefe de Estado republicano apuesta a la confrontación.
Aunque dedicó casi un tercio de su discurso a Irán, el presidente de EE. UU. no mencionó ni una palabra sobre el cambio político en dicho país. Claro que Rohani también es un hombre del sistema. Pero a pesar de sus puntos débiles y de los del sistema, en términos realistas, él es la mayor esperanza del país para una mayor apertura y para más derechos civiles. Necesita el respaldo en sus esfuerzos por hacer retroceder a los representantes de la línea dura del aparato de seguridad.
En lugar de eso, el presidente de EE. UU. alimentó aún más el exagerado temor de la influencia iraní en la región que tienen los saudíes. Y legitimó explícitamente el sangriento conflicto de los países del Golfo en Yemen como "parte de la guerra contra el terrorismo”.
Si Trump fuese sincero en su deseo de que "las niñas y niños musulmanes puedan crecer sin miedo, protegidos de la violencia y el odio”, entonces debería haber aprovechado la ocasión para detener a sus anfitriones.
Ahora les toca el turno a los europeos. Tienen que negarse a participar de la danza de los sables. A pesar de los llamamientos a aislar Irán, deben mantener abiertos y ampliar los canales de diálogo y las negociaciones con Teherán. Y deberían tratar de iniciar un diálogo regional para la creación de una nueva arquitectura de seguridad que haga justicia con los intereses de todos los países de la región.
También en Medio Oriente, la seguridad es más que un juego de suma cero en el que la ganancia de uno representa la pérdida de otro. El hecho de que, ya en la mañana del sábado, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini, haya sido una de las primeras en felicitar a Rohani por su reelección ya es un buen comienzo.
Autor: Matthias von Hein (CP/ DZC)