¿Primavera latinoamericana? ¡No, gracias!
23 de diciembre de 2015Este fue un año de esperanza para Latinoamérica, sobre todo en comparación con otras regiones del mundo. El deshielo entre Cuba y Estados Unidos, los acelerados progresos en el proceso de paz colombiano y los notables cambios derivados de las elecciones pacíficas celebradas en Argentina, Venezuela y Guatemala, son hechos que sin duda hay que valorar positivamente. Incluso la al parecer inacabable serie de casos de corrupción en Brasil tiene algo bueno, porque demuestra que una Justicia independiente investiga efectivamente.
Pero el que en algunos análisis políticos se aplauda el “fin del socialismo del siglo XXI” o incluso una “primavera latinoamericana” no es solo algo precipitado, sino totalmente fuera de lugar. Quien aprecie a alguien, no debería desearle una “primavera”; eso es algo que también se aprende dando una mirada a otras regiones del mundo. Lo que necesita el clima político de Latinoamérica es refrescarse.
Un ejemplo: Venezuela. El gobierno populista de izquierda sufrió una dura derrota en las elecciones parlamentarias. El hecho de que los comicios transcurrieran en forma pacífica y que el presidente aceptara los resultados es ya casi un milagro. Pero con ello no se ha logrado aún un cambio positivo real. La maquinaria propagandística ha vuelto a ponerse en marcha, Nicolás Maduro intenta restringir los márgenes de acción del Parlamento aún antes de constituirse y llama a la resistencia contra los triunfantes “fascistas”. Mientras, parte de la heterogénea alianza opositora se llena la boca y proclama como primer objetivo de su mayoría de dos tercios el derrocamiento del presidente. Pero está absolutamente claro que la oposición debe su triunfo sobre todo al catastrófico desplome económico del país, rico en petróleo. Sin dolorosas reformas y concesiones al bando chavista, aún grande (y armado) , Venezuela no saldrá de este agujero.
Similar es la situación en Argentina, solo que el nuevo presidente conservador, Mauricio Macri, debe arreglárselas allí con una mayoría populista de izquierda en el Parlamento. Tampoco él puede caminar sobre las aguas, también él tendrá que hacer concesiones para convertir nuevamente a la Argentina en un país competitivo y poner fin a la miseria económica. La liberalización del mercado de divisas y la eliminación de barreras comerciales son decisiones correctas, pero las siguió la devaluación del peso. Tras esta terapia de shock, a numerosos argentinos les irá por lo pronto peor; los programas sociales, financiados con el boom de las materias primas, no se convierten de la noche a la mañana en un bienestar que se sostenga por sí mismo. Esta fase no podrá superarse con una política de confrontación con una oposición fuerte.
En Guatemala, la elección Jimmy Morales como presidente se debió más a una protesta contra la desbordante corrupción que a un programa convincente del humorista, que todavía no ha formado un gabinete. El movimiento anticorrupción ya ha anunciado nuevas protestas para enero, por si acaso.
¿Y Cuba? Desde el inicio del deshielo, el número de detenciones arbitrarias aumenta mes a mes. Los hermanos Castro no han planeado un verdadero cambio político y el cambio económico será también doloroso. Cada vez más cubanos se marchan de la isla, mientras las leyes estadounidenses les permitan la inmigración con relativa facilidad. En América Central han desatado ya una crisis de mediana magnitud.
Colombia es la que ofrece mayores motivos para alimentar esperanzas, porque el presidente Manuel Santos domina a la perfección el equilibrio entre hacer concesiones a las FARC y actuar con dureza. Además, se beneficia de un clima económico positivo. Colombia podría convertirse en un modelo de superación de un conflicto de décadas si se mantiene el cese del fuego previsto para enero y si la campaña orquestada por los opositores al proceso de paz no cobra nuevas fuerzas, de modo que Santos logre ganar el referéndum.
Hay muchos interrogantes entre las nuevas esperanzas latinoamericanas y su cumplimiento. La sociedad civil ha emitido señales claras, el electorado no solo ha demostrado valor, sino también sensatez y una actitud pacífica. Ahora se necesitará también paciencia y responsabilidad para comprender que los procesos políticos no se pueden materializar con la rapidez con la que se inventa un hashtag; y políticos que verdaderamente actúen anteponiendo el bien del país al del partido, con una actitud conciliadora y no agresiva, con voluntad de lograr acuerdos en vez de victorias. Tras las dictaduras, las democracias latinoamericanas han superado otra prueba. La lucha por acabar con la polarización política aún está en curso. Lástima que Europa ofrezca actualmente un tan mal ejemplo en lo tocante a la capacidad de forjar consensos.