Tras el 11-S, nada ha vuelto a ser igual
11 de septiembre de 2016Tras la Caída del Muro de Berlín, Occidente se colocó en una especie de modo de pausa. El renombrado politólogo Francis Fukuyama proclamó el "Fin de la Historia" y los políticos fabularon sobre los "dividendos de la paz". Estados Unidos se colgó la medalla de "superpotencia". Los antiguos enemigos que se atuvieron a las nuevas reglas de juego consiguieron entrar a los clubes occidentales; los que no, fueron relegados, pasados por alto.
Pero, tras concluir la Guerra Fría, a los Estados Unidos les faltó la voluntad creadora que habían mostrado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, con la OTAN, la ONU, el Banco Mundial y el FMI, impulsaron las estructuras de un nuevo orden mundial. Pero no hubo nada así en los años 90. Luego de mudarse de Arkansas a la Casa Blanca, Bill Clinton siguió siendo un político provinciano: no hubo una nueva estructura de seguridad para la mitad del hemisferio norte del mundo, ni un combate eficiente a la pobreza en el sur, ni una paz duradera en el Cercano Oriente, ni una estrategia significativamente mejor para la protección del medio ambiente.
Caído del cielo
Entonces, llegó el 11-S, el primer ataque a suelo estadounidense desde Pearl Harbor: como caído del cielo, en sentido literal y figurado. A los estadounidenses, ese golpe del destino los tomó desprevenidos; a algunos, hasta hoy, desorientados. Y este es un día que seguirá resonando por mucho tiempo en este siglo; pues, como dijera a DW el antiguo director de la CIA y general David Petraeus: "La lucha contra el terror durará generaciones."
Nadie podía tener aún esta claridad en los días que siguieron al 11 de septiembre de 2001. Entonces, se trató primero de evitar que el mundo se hundiera en una recesión. Los bancos centrales abrieron las compuertas del capital y, al menos al inicio, tuvieron éxito: lograron evitar la caída de las bolsas. Pero, tras un par de años, ni los bancos ni sus clientes supieron qué hacer con tan barato capital. En Estados Unidos, todo el que fue medianamente capaz de deletrear su nombre recibió un crédito y compró un inmueble. En Florida o donde fuera, pero por supuesto uno cuya compra, en realidad, estaba lejos de poder permitirse.
En 2008 explotó la burbuja. Washington se vio obligado a imprimir aún más dinero. Estados Unidos siguió endeudándose. Los europeos, japoneses y otros los imitaron. Las Olimpiadas de la emisión de moneda duran hasta hoy. Es así como los políticos retrasan la solución de los problemas estructurales. Al mismo tiempo, se reduce la clase media en Estados Unidos, sus estándares de vida se hunden. El Plan de Osama bin Laden parece funcionar: más que derrotar militarmente a los Estados Unidos, el architerrorista se proponía arruinarlos económicamente.
El presidente Obama aprendió de los errores de su predecesor: retiró totalmente o redujo ampliamente a sus tropas en el extranjero. ¿Por qué tendría Estados Unidos que invertir en guerras que no puede ganar? Pero incluso tras la retirada de Irak, esa aventura sigue costándole cientos de miles de millones al contribuyente estadounidense. Cada reducción del aparato militar se revierte también en costos sociales: aumentan los seguros médicos o retiros para los exmilitares, una responsabilidad financiera con la que Estados Unidos tendrá que cargar por décadas.
Sufre la infraestructura
Mientras se desperdician billones de dólares en nombre de una presunta seguridad a miles de kilómetros de distancia, falta presupuesto para modernizar la infraestructura del país, o para tornar accesible la educación. La cifra oficial de desempleados, de casi un cinco por ciento, esconde cuántos renunciaron hace tiempo a preocuparse por buscar un empleo. En la campaña presidencial, los "flautistas de Hamelin" de la política ofrecen supuestas soluciones. La clase política en Washington se muestra incapaz de dialogar y llegar a acuerdos. En las librerías se venden cada vez mejor los libros que profetizan el hundimiento de "América". La potencia mundial, dicen, se ha extralimitado.
Pero pretender adivinar el futuro es, cuando menos, poco serio. Solo una cosa está clara: la profunda significación que ha tenido el 11 de septiembre de 2001. Para la seguridad de todos nosotros en todo el mundo. Para la reducción de nuestra esfera privada. Para la relativización, por parte de Estados Unidos, de temas como los derechos humanos o el derecho internacional.
El 11-S fue más que una señal histórica. Fue, más bien, el día en que la lucha contra el terrorismo se convirtió en la motivación básica de este siglo, que apenas sigue comenzando.
Para aprender: usted puede acceder aquí a la versión en alemán de este editorial.