En Europa son pocos los que no se sintieron presas de la rabia cuando se consumó en Turquía el referendo promovido por su presidente, Recep Tayyip Erdogan. Después de todo, fueron más que opacas las circunstancias bajo las que se celebró ese plebiscito y triunfó por un ínfimo margen el voto a favor de la reforma constitucional. A última hora, cuando el "hombre fuerte” de Ankara se percató de que las voluntades probablemente no alcanzarían para que ganara el "sí”, le ordenó a la Junta Suprema Electoral que diera por válidas las papeletas sin sello oficial. Luego declaró incontrovertibles los resultados y le dio luz verde de inmediato a una nueva ola de arrestos arbitrarios.
Erdogan se mofa del Estado de derecho
Quién haya visto a los presos hacinados en las cárceles turcas sabe que en el país euroasiático no queda ni rastro del Estado de derecho. Lo que Erdogan practica en su tierra es una limpieza estalinista para extinguir a toda voz opositora. Y el hecho de que tantos turcos –probablemente la mayoría de ellos– haya votado por el "no” en el referendo sólo atiza más la rabia del megalómano.
Son miles y miles los que han ido a dar a las mazmorras de Turquía tras el fallido golpe de Estado del verano pasado. Los pocos procesos judiciales realizados hasta ahora han sido espectáculos tan bien coreografiados como los que orquestaron Stalin y sus pares. Hace rato que Erdogan dejó de pretender que su actuación se rige por los principios del Estado de derecho. A sus ojos, esas reglas no tienen vigencia para sultanes como él, poseedores de un poder absoluto.
La UE renuncia a sus principios
Que no quepa duda: todos los mandatarios y ministros de Exteriores de la Unión Europea están al tanto de lo que ocurre en Turquía. Aún así, los Países Bajos y Alemania se mostraron estoicos cuando un Erdogan desvergonzado los acusó de fascismo. ¿Qué consecuencias han tenido esas provocaciones e infracciones?
En los Parlamentos nacionales y en la Eurocámara hay diputados de sobra queriendo golpear sus puños sobre la mesa para dejarle saber a Turquía que ya basta. Ya basta de simular que la negociación de su adhesión a la UE va en serio porque, a estas alturas, hasta el más despistado de los legisladores sabe que ese país no entrará al bloque comunitario en lo que a Erdogan le queda de vida… Pero después entra en vigor la realpolitik, la consciencia de que Turquía es un socio importante de la UE y de la OTAN, y de que no queremos empujar a Erdogan a los brazos de los rusos.
Y al final, no pasa nada
Al final, estos argumentos pesan más que la moral y la indignación. Suele decirse que si le cerramos la puerta en la cara a Turquía en este momento ya no tendremos más canales de comunicación con Ankara. Se alega también que Erdogan le daría rienda suelta a su paranoia y gritaría a los cuatro vientos que la UE está en contra de los turcos… De ahí que, a fin de cuentas, no pase nada, no haya consecuencias, no se le impongan sanciones a Turquía. Los ministros de Exteriores de la UE admiten que este estado de cosas no es satisfactorio, pero ellos nos invitan a pensar en la mitad del pueblo turco que dijo "no” en el referendo de Erdogan. Europa tiene que ayudar a esos turcos, dicen los portavoces de los Estados europeos. El contrargumento de rigor es que si se aceptan las transgresiones y agresiones de Erdogan sin protestar, el presidente turco continuará probando los límites de la paciencia comunitaria.
En este instante, la postura diplomática de la UE tiene el apoyo mayoritario de sus miembros y tanto el realismo político como la deferencia de cara a un "socio estratégico” predominan sobre la moral. Eso es difícil de soportar cuando se piensa en la cara de los presos políticos turcos. Tanta hipocresía le revuelve a uno el estómago. Y, no obstante, es probable que la vereda transitada por los ministros de Exteriores de la UE sea el camino más apropiado.
Eso sí: hay una materia en la que el Gobierno germano debería demostrar que tiene carácter. Alemania debe dejar claro que ni un ministro turco entrará de nuevo a su territorio y que no habrá conversación o acuerdo alguno si el periodista Deniz Ycel no es liberado antes. Ycel fue el peón sacrificado en el juego de poder de Erdogan. Berlín debe responder con dureza porque el autócrata del Bósforo no entiende si no se le habla de esa manera.